lunes, 25 de marzo de 2013

Y en Madrid...



Esta historia es 100% real. Sucedió un 9 de Marzo, un día que tenía que llover, y no llovió.

Le dedico esta historia a un puzzle al que siempre le faltan piezas. =)



“Puedes venir a la estación de suances a por mí a las 12.20 o te puedes esperar hasta la 13.00 y quedamos en Sol” le escribió ella por whatsapp. El sonrió para sus adentros y contestó de manera automática. “Yo soy más de lo primero, iré a por ti”.
Nunca le habían gustado los metros, en su ciudad los evitaba a toda costa, prefería andar 30 minutos a  subirse a un metro que tardara tan sólo 10 minutos. Pero esta ocasión era diferente, y no sólo porque estuviera en una ciudad nueva dónde no conocía las calles y direcciones, ni tampoco porque la distancia a recorrer era de unos 7km. No, en esta ocasión era diferente porque no quería llegar ni un segundo tarde. Es más, quería llegar antes. Bajó las escaleras de la boca del metro mirando detenidamente a todos los carteles e indicaciones. Tenía pavor a perderse y por eso andaba con mil ojos, leyendo y releyendo cada nombre e indicación que aparecía en su camino. Lo encontró sin problemas, ese era el metro. Una, dos, tres, cuatro… hasta 13 paradas tenía por delante, menudo suplicio. Miró su reloj, faltaba aún más de una hora para las 12.20, se relajó y se perdió en sus pensamientos.

De repente le vibró el móvil “¿Dónde estás?”. Miró alrededor esperando encontrarla en algún sitio, pero sólo vio gente. Gente, demasiado general, el no estaba ahí por gente. “Estoy ahí ya, qué viaje más laaaargo” le contestó “en un banco al lado de la entrada al metro”. No tuvo que esperar más de unos segundos. “Ok, ya voy”. Pasaron unos minutos, pocos pero largos, escasos pero pesados. Le pasaba siempre que esperaba a alguien.
Al principio su instinto le hizo ponerse a controlar la calle, de derecha a izquierda para verla venir, y luego respiró hondo y simplemente sonrío, entendiendo, y se puso a cantar en aquel banco, en mitad de la calle, en mitad de ningún lado. Sólo pasaron 5 minutos y él se giró. La vio al otro lado de la calle, ella le vio y le saludo con la mano. El sonrió y devolvió el saludo, bajaron al metro cada uno por su lado de la calle y se encontraron dentro. Dos besos. “No la recordaba así del todo”, se dijo a sí mismo. Intentó pensar en qué se diferenciaba, pero no supo identificar esa sensación, ese motivo de por qué no era lo que él esperaba. Viaje de vuelta a Sol, en el mismo metro, la misma línea, el mismo número de paradas pero distinta dirección. - Estarás cansada, supongo, y tendrás hambre- dijo él, entonando la oración con un leve tono de pregunta, o de inseguridad más bien. –Pues sí, la verdad es que me estoy muriendo de hambre- reconoció ella -  y estoy cansadísima. El sonrió, contento. No es que se alegrara de que ella estuviera en ese estado, pero es que le había salido bien el plan. – Espero que te gusten- dijo él, sacando de debajo de la chaqueta un paquete de galletas con trocitos de chocolate y ofreciéndoselo. – ¡Me encantan! – exclamó ella subiendo al metro.

Un viaje estúpido a suances, diréis algunos. Ir para volver. Yo diría más bien que 40 minutos ganados. Y cuando se trata de sonreír, de ser feliz, 40 minutos es mucho. Y ¿cómo no iba a ser feliz ahí, compartiendo risas con una persona a la que admiraba? El viaje de vuelta pareció infinitamente más corto que el de ida y hasta tuvieron algo de música. Él lo vio por fin de nuevo, aquel rojo que se formaba alrededor de su pupila, con esas lenguas de fuego amarillas que ondulaban simétricamente formando ese dibujo en su iris que el llamaba sol. Qué más cosas vio en esos ojos es algo que sólo él sabe, una historia entera, se atrevería a decir. Se bajaron en Sol y él le dejó claro que ella mandaba, que ella era la guía y él realmente no tenía ni idea de cómo ir a ningún lado, ni tampoco a qué lado ir. Se plantearon durante un rato dónde ir a comer, y aunque él estaba intentando por todos los medios quitarse responsabilidades, ella seguía preguntándole. Finalmente ella sugirió un sitio donde según ella hacían las mejores hamburguesas del mundo. –Perfecto- dijo él. Tomaron el camino largo porque aún era temprano, pero no muy largo… porque ella estaba cansada. – ¿Quieres ver el jardín botánico? Le preguntó ella tras pasar un semáforo. –Sí, si es bonito sí- respondió él. – Pues yo no – soltó ella. Y siguió caminando. Él se rió, ella también. Siguieron caminando y llegaron al lugar. Realmente no parecía gran cosa, un local muy pequeño y estrecho con una decoración muy típica de un bar de carretera para camioneros. Pidieron su comida para llevar y les informaron que tardarían 30 minutos en tenerla lista. “¿30 minutos? Tendrán que cazar las vacas para hacer las hamburguesas” pensó él. Salieron fuera para esperar y comenzaron a caminar en busca de un sitio donde comprar bebida. No encontraron nada, vaya par. Finalmente se sentaron en un banco, y aunque mucha gente sigue creyendo que es porque ella estaba cansada… la verdad es que fue porque él necesitaba reposar un momento la espalda.

-Cuéntame algo- le pidió ella. Él la miró un momento, se rió por dentro. “La típica pregunta” pensó. – Está bien, pregúntame algo en concreto. O no concreto… o bueno, simplemente dime una palabra- contestó él dispuesto a hablar, pero sin saber qué decir. –Patata- dijo ella. Sí, dijo patata. Podría haber dicho pasado, futuro, amor, amistad, trabajo, familia, infancia, valencia y mil cosas más… pero dijo patata. Cruzó su mente como un rayo. “Patata. Lo tengo” – pues resulta que el otro día escribí una historia donde narro cómo un chico y una chica que están enamorados están mirando las nubes esperando y él le dice a ella que una nube parece un corazón, pero ella le contradice diciendo que eso parece más bien una patata, y él le contesta ingeniosamente que vale, que es una patata, pero que esa patata tiene sabor a ella.- contó él. Ella empezó a reír, a carcajadas, sin pausa. Parecía que le hubiera dado un ataque. Él realmente no se molestó en absoluto, pero le recriminó entre risas que dejara de reírse de él. Ella no paró y a él no le importó. “Si ríe, está feliz” pensó. Cuando por fin ella dejó de reír, siguieron hablando, aunque de temas más serios. Es curioso, porque hablaron de heridas de esas que no curan, hablaron de cicatrices que aun no han cerrado, y aún así… no dolió.

-Tienes razón- dijo él mientras les daba un bocado – estas hamburguesas están riquísimas-. Ella no comía, ella devoraba. O quizá es que él comía tan despacio que daba esa impresión. Estaban constantemente hablando y riendo, ya empezaba a doler el abdomen de tanto reír de hecho. – No tires las patatas, dáselas a las palomas- le dijo ella cuando él se disponía a tirar los restos a la papelera. Él la miró, primero curioso, luego divertido, y empezó a coger una a una las patatas fritas y tirarlas hacia las palomas que vigilaban el parque del retiro. – piiitas, pitas. Piiiitas, pitas- decía mientras las tiraba. Las palomas se lanzaron sobre las patatas como si no hubiera mañana para ellas. Ella, por su lado, se reía otra vez. Casi me atrevería a decir que ese día estuvo más tiempo riendo que sin reír. Casi.

Se dirigieron hacia la salida del parque, pero él protestó alegando que ya que estaba ahí quería verlo un poco. Ella cedió y se internaron en el parque. El parque era tremendamente ancho y colorido, ya no solo por la diversidad de la gente que lo recorría, sino también por los diferentes tipos de árboles y plantas, estatuas, fuentes y demás construcciones que lo habitaban. Llegaron a una especia de lago artificial donde además de patos y peces (y algún gato gordo de color blanco y negro) había botes. Él le pidió subir, ella se negó en rotundo. Él insistió, nunca había subido en uno y realmente le apetecía. A ella le supo mal negarse, pero se volvió a negar. Pudo haber insistido, pudo haber hecho chantaje emocional, pudo haber sido el más persuasivo, pero cedió. “así no tendría sentido” pensó. Se sentaron al borde del lago artificial a mirar los peces y los patos, la verdad es que era algo digno de ver. Era algo tranquilo y a la vez vivo. – Cógeme y yo cojo el pato- dijo ella de repente. Él la miró extrañado, la observó durante unos segundos mientras ella miraba fijamente al anseriforme. No lo decía en broma. Para cuando él reaccionó, el pato ya estaba demasiado alejado, y ella ya parecía habérselo pensado mejor. –Es igual- dijo ella sentándose. Él se encogió de hombros y se levantó, ofreciéndole la mano. – venga, andando-. Agarró la mano con cuidado cuando ella la ofreció también y estiró levemente, pero ella no se movió del sitio y él se sorprendió por un momento. – Todo el mundo da la mano y después espera que el otro se levante solo- dijo ella sonriente. Él rió y tiró con firmeza pero suavemente y la levantó sin problema. –Es cierto- dijo. “Pero yo no soy todo el mundo” pensó para sus adentros. Caminaron pues hacia la salida, aunque de nuevo no de manera directa, seguía siendo pronto y no había ninguna prisa. Mientras alcanzaban la salida del parque hablaron de muchas cosas, la mayoría anecdóticas y de poca relevancia, saltaron alguna que otra valla y dijeron más tonterías y bromas de las que cualquiera de los dos se atreve a recordar.

Comenzaron a caminar de vuelta hacia Sol, pero de nuevo despacio y sin prisa. Todavía había tiempo y seguía sin llover. Como debía de ser. Al cabo de un rato caminando todavía y cuesta arriba volvieron a cansarse de andar. Él tuvo incluso que empujarla un poquito para que siguiera caminando. Vaya dos. Finalmente llegaron a otro banco donde se sentaron a hablar. En verdad se sentaron a matar el tiempo y a descansar, pero estuvieron hablando sin parar, el tiempo pasaba a veces volando y otras corriendo, a veces parecía incluso que iba demasiado rápido. Suele pasar cuando ríes tanto y estás disfrutando tanto de la conversación. No todo fueron risas, no todo fueron gracias, no.
– Entonces, ¿tú por qué quieres que te conozcan? – preguntó él medio sonriendo. Él sabía la respuesta, bueno, saber no, más bien la intuía, la sentía. Aún así, quería oírle a ella decirlo, quizá para estar seguro, quizá para que ella estuviera segura, qué más da. – Hmm... por mi manera de hacer lo que hago, mi estilo, por ser yo- dijo ella con convicción.  Él sonrió – Entonces no te preocupes... que llegarás.- añadió y no pudo decir más (aunque le pareció ver que le creía) porque una chica les interrumpió para hacerse una foto con ella. La famosa. – ¡Soy famosa!- le dijo mientras me dejaba sus cosas al lado. Resultaba gracioso ver cómo ella estaba más ilusionada que la propia chica que le había pedido la foto. No pudo más que sonreír. Y lo único que se le ocurrió decir cuando volvió fue un sincero y nada molesto – qué envidia me das-.

Siguieron hablando durante un rato, hablaron de sus “cualidades especiales” y también de la música, cómo no. Hablaron y hablaron, hasta que se hizo la hora. – Deberíamos ir yendo ya hacia Sol- dijo ella mirando en esa dirección. Él no se lo pensó dos veces y se puso de pie casi en un salto. Esta vez no pensaba ayudarla a levantarse, pero ella le extendió la mano y por acto reflejo la cogió. En el primer momento del intento notó que había cierta resistencia, pero esta vez no estaba del todo desprevenido y rápidamente incrementó la fuerza del tirón, quizá demasiado, levantándola de golpe y teniendo que sujetarla un poco para que no chocaran. Rieron. Caminaron hacia Sol tranquilamente, quizá porque no tenían prisa, o quizá porque los dos estaban cansados de caminar. Cuando ya estaban llegando sonó el móvil. “Ya llegáis o qué?”. Ni cinco minutos y ya estaban allí. Él nunca había visto a ninguno cara a cara, de hecho ni siquiera a ella la había visto más de una vez, pero sería estúpido negar que esa gente le inspirara algo diferente, algo familiar y sencillo, confianza. Se saludaron como si se conocieran de toda la vida, y realmente nadie que los hubiera visto caminar juntos por las calles de Madrid se habría atrevido a decir lo contrario. Risas, comentarios de broma, y muchas, muchas tonterías...

-Cuidado, fisura en la formación a la derecha, ¡rápido, rápido!- advirtió uno de los chicos con una mano en la oreja simulando llevar un pinganillo. Rápidamente los 7 chicos reajustaron la formación para crear un pentágono perfecto cuyo epicentro era la chica. –Venga chicos, la famosa necesita una escolta competente- dijo otro. Así caminaban por Madrid, todo un espectáculo para los viandantes que se percataran de aquello, seguro. Por cosas de la vida, parece ser que tanto a él como a ella, que habían caminado durante horas, se les olvidó que estaban cansados. Ni una queja ni comentario al respecto, simplemente estaban divirtiéndose y ni caían en la cuenta. – Cuidado, abre el paracaídas que viene bordillo- le dijo él con cara seria. Los demás rieron, ella le arreó un manotazo en el brazo, riendo también.
No tardaron mucho en llegar al sitio donde pasarían el resto del día. Primero unos refrescos en “el burger” y luego a cenar al Ginos. Un sitio de pasta y pizzas... él no tuvo que pensarlo mucho, posiblemente de todos las opciones que presentaba la carta sólo había una que estaba seguro le iba a gustar. Espagueti a la carbonara. –No puedo creer que no te guste la pizza- dijo ella sorprendida- hazme un favor, y pruébala de nuevo cuando puedas... y me llamas y me dices si te ha gustado-. El se rió y accedió de buena gana. – Lo haré- dijo sin más. Realmente no hizo falta, pues ella se había pedido a compartir una pizza con uno de sus amigos y le dio un trozo, no uno muy generoso, todo hay que decirlo, pero un trozo. – Pues no está mal del todo- admitió él después de bromear fingiendo un ahogo con el trozo de pizza. La cena transcurrió sin ningún tipo de percances, entre risas, acertijos numéricos de fonética resolución y bromas, muchas bromas. Fue una grandísima cena. Hablaba con todos y cada uno de ellos, en su cabeza no paso ni un sólo momento que aquel no era su lugar, que él allí no debería estar o que se debería sentir extraño. Ni un sólo momento. Sólo se preocupaba de reír y disfrutar bromeando. Hasta 15 golpes se llevó en total de la chica, pequeña pero matona. Entonces en un momento de silencio él aprovechó para hablar y que todos le escucharan. - ¿Sabéis una cosa? me acabo de dar cuenta de que os voy a echar de menos, de verdad- y su voz y su mirada no daba lugar a dudas, iba a echar de menos a todas y cada una de las personas que había en esa mesa. Esas 7 personas que le habían acogido ese día, a él, un extraño cualquiera. Y se sintió afortunado, de estar con ellos, de estar con ella, de estar ahí. – Pues vente a vivir a Madrid- dijo ella riendo. El rió de buena gana y contestó – quién sabe-. Y realmente pensó, “¿por qué no?”.
En ese punto la conversación desvarió en diferentes tonterías y bromas sin mucha relevancia. La cena había sido copiosa y aunque realmente a nadie le apetecía irse, era la hora. Pidieron la cuenta y salieron fuera, acompañaron al chico todo el camino prácticamente hasta el hostal, aún a sabiendas que tendrían que retroceder lo andando. Se despidió de ellos, y para su sorpresa, fue con un abrazo a cada uno. A él, que apenas conocían, a él que sólo habían visto una vez, a él que acaba de encontrar a 7 personas maravillosas en el lugar y forma menos esperados. Por motivos desconocidos, sólo hubo una persona que se quedó sin abrazo. Ella.

Más tarde, en el hostal, ya cambiado y a punto de entrar en la cama se acordó de lo que le había dicho y le escribió rápidamente. “Libroooooooooo”. Al poco tiempo ella se conectó al skype, aunque para la decepción de él, acabó por no poder dejarle ningún libro porque parecía ser que estaban todos en un pen desaparecido. “Bah, maldición” pensó él. Un emoticón con forma de osito dando un abrazo al aire. “Bueno, pues buenas noches. Este es el abrazo que te debo, que se me ha olvidado” le puso él contento. Esperó cualquier contestación, creía que la conocía bastante bien, creía que el entendimiento era suficiente... pues no.  “Si te sirve de algo, he abrazado la pantalla” puso ella. Y entonces entendió todo, entendió por qué le había parecido diferente al verla, por qué no había esperado esa respuesta y por qué no valía la pena intentar entenderlo, sólo es así. “Es un puzzle que cada día tiene más piezas”.

Y así acabó el día. Ella y ellos en Madrid, y él en un largo tren a Valencia. En su cabeza surgió una pregunta. “¿Hasta cuándo?” y el mismo se contestó. “Hasta pronto”.

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