miércoles, 19 de abril de 2023

Soplo de aire fresco

La comida era buena, el lugar tranquilo y la cerveza estaba bien fría. Llevábamos hablando y riendo un buen rato. Hablando de todo y de nada, metiéndonos unos con otros, rescatando anécdotas del pasado, o simplemente comentando cualquier cosa que pasara por nuestras cabezas sin darle mayor importancia.
De pronto me perdí en mi cabeza, desconecté por unos instantes. La sonrisa seguía en mi cara, eso lo sé, pero dejé de escuchar sus voces durante casi un minuto.

En ese minuto me planteé qué hacía allí, y quién era realmente esa gente.  Cómo podían estar haciéndome reír así, cómo podían hacerme querer pasar horas y horas de sobremesa, o abrirme a ellos sobre mi vida con la tranquilidad con la que uno se abre en familia. Cómo era posible que, estando en un momento extraño y complicado de mi vida, unos desconocidos pudieran sentirse tan cercanos.

Y es que a veces creemos que sólo la gente que nos conoce de siempre puede entendernos y ayudarnos. Pero olvidamos que es un soplo de aire fresco lo que nos hace respirar mejor.

Gracias.

viernes, 24 de febrero de 2023

Sara.

Me aseguré de que no pudiera ver entre los huecos de la tela que le había puesto en los ojos, la cogí de la mano, y la guié en silencio para bajar las escaleras del avión. Ella sabía perfectamente que había sido un vuelo largo, pero no tenía manera de saber a dónde habíamos ido. Había tomado todo tipo de precauciones para que así fuera, y por ello iba vendada en los ojos y llevaba unos Sony WH-1000XM4 con cancelación de sonido total. Por si eso no fuera suficiente, la noche de antes la había tenido despierta para ir de empalmada a coger el avión, a sabiendas de que entonces pasaría la mitad del vuelo dormida, perdiendo así la noción del tiempo y haciendo que le fuera imposible adivinar hacia dónde nos dirigíamos.

La llevé con cuidado hacia la zona de recogida de equipaje, donde por suerte no tuvimos que esperar más de 5 minutos hasta que nuestras mochilas aparecieron por la cinta. Íbamos bastante ligeros para 2 semanas de viaje, pero el plan era poder moverse con facilidad y, de necesitarlo, comprar allí mismo ropa u otras cosas de necesidad. Sara había insistido en que ella correría con todos los gastos, y que no había nada que pudiera hacer para disuadirla de aquello. Cualquier intento por mi parte de convencerle de compartir gastos era abatido por el mismo argumento una y otra vez. “Me dijiste que hiciera cosas que me hicieran feliz, que invirtiera en mi felicidad, y eso hago, ahora no puedes quejarte” me decía, la muy pilla. 

Salimos del edificio principal y la ayudé a orientarse con sus ojos aún vendados hacia un pequeño mirador dentro del aeropuerto. “¿Estás lista?” le pregunté. Ella no dijo nada, solo dio pequeños saltitos de impaciencia y emoción, e hizo un ruidito agudo que interpreté como un sí.
Le quité la venda de los ojos con cuidado y me puse a su lado, queriendo ver su reacción si conseguía identificar dónde estábamos. Para mi sorpresa, lo primero que hizo no fue mirar al paisaje, ni buscar algún letrero en busca de una pista. Lo primero que hizo fue mirarme a mí, sonreírme, darme un abrazo fuerte, y después pegarme un puñetazo en el hombro. “Eso por tenerme con los ojos vendados tantas horas, eres tontísimo”. Me reí, y asentí, concediendo, pues no podía negar ninguna de las dos acusaciones.

Después de eso sí miró a su alrededor. Delante tenía una bahía muy extensa, tanto que apenas se podía llegar a ver lo que había al otro lado. Se giró, curiosa, para mirar hacia la dirección opuesta. Ahí se le iluminó la cara. En cuanto vio la ciudad, la estructura de los edificios y los rascacielos supo dónde estábamos. “¡Raúl, Raúl, Raúl! ¡Esto es Tokio! ¿Verdad que sí? “¡Dime que sí, dime que sí!” me azuzó con los brazos para que comenzara a caminar, impaciente como estaba ella por explorar aquella ciudad, y aquel país. Yo sonreí y asentí con la cabeza, dejándome llevar. “Sí, lo es” respondí de forma breve. Parecía increíble que ella con sus piernas cortas pudiera hacerme caminar tan rápido. Pero eso me hacía feliz, porque ella estaba feliz.


Llegamos con las mochilas en la espalda a una parada de taxis. Todos amarillos, aunque de diferentes tonalidades, imagino que o bien de forma natural o por el desgaste del sol sobre la pintura. “¡Venga, venga, venga!” me dijo de nuevo, haciéndole una señal a un taxi para saber si podíamos subirnos. Ella siempre era así, energética, sonriente, incansable. Yo era bastante más parado y tranquilo, quizá por eso nos compenetrábamos tan bien. “Espera, Sara…” le dije, cogiéndola de la mano. Se giró y paró en seco, me miró, con sus ojos curiosos pero sin que su sonrisa cediera ni un solo milímetro. “¿Qué pasa?” me preguntó, alzando una ceja.
La miré, dejando una pausa dramática de tiempo para hacerme el interesante. “Sé que tienes ganas de ver mil cosas, pero… ¿sabes qué tengo yo?”
Me miró entrecerrando los ojos, me apretó la mano de la que estábamos cogidos y empezó a reírse en voz alta en mitad de todo el mundo. Cuando dejó de reírse suspiró y puso cara fingida de fastidio antes de contestarme. “Sí, lo sé.” Nos miramos, sonreímos. Ella sabía lo que iba a decir, y yo sabía que lo sabía. “Soy tontísimo, ¿Verdad?” Le pregunté.
Y ella me respondió, sonriendo más que nunca . “El que más”.



Y de repente me di cuenta. Que todo valía la pena por escucharla reír así.

sábado, 16 de abril de 2022

Soledad

 De todas las soledades...
la de estar acompañado era la que más temía.
Y de todas las verdades...
aquellas que aun no conocía.



jueves, 17 de febrero de 2022

Y ya no estás.

Aun hace eco en mi mente tu risa
y ven mis ojos en los tuyos el sol brillar,
mientras caminando al son, sin prisa,
escucho tu voz empezando a cantar.

Todo mi cuerpo atento a tus notas,
toda mi mente perdida en tu ser.
No había nunca escuchado antes
un sonido que hiciera vibrar mi piel.

Fuiste la reina del mundo,
de aquel que yo quise tener.
La dueña de mis suspiros,
de mis lágrimas, de mi querer.

Fuiste la leve brisa de viento
que devolvió ilusión a mi vida,
aquella que hizo se tornaran luz
mis más oscuras pesadillas.

Fuiste tanto, todo, y más.
Mi noche y día, por igual.
Mi luz, mi sombra, mi lugar.
Fuiste tanto...y ya no estás.

sábado, 5 de febrero de 2022

En la Plaza de España

 "Who do you think you are, running around leaving scars..." 

Dejó el estribillo de la canción a medias y giró la cabeza para mirarla. Estaba allí, sentada a su lado, en un banco en mitad de Plaza de España, devolviéndole ahora la mirada. Quedaron en silencio mirándose unos pocos segundos. Segundos incuantificables, inexactos, pues lo que para ella pudo ser solo un instante, fue para él cerca de una eternidad.
Finalmente quebró y apartó la mirada, dirigiéndola hacia el suelo, juntando las manos nervioso. Respiró hondo para intentar tranquilizarse, para que el aire que entraba por sus pulmones desplazara al miedo que sentía a decírselo. Respiró profundamente para hacerse un poquito más valiente.

Habían quedado varias veces en los últimos meses, juntos, solos. Habían reído como nunca, habían hecho el tonto como siempre, habían compartido buenos momentos, y se habían compenetrado en todo momento como si llevaran años viéndose, como si nunca se hubieran separado sus caminos.
Pero sí lo habían hecho.

-¿Sabes? Ahora vivo aquí, en la misma cuidad...- dijo él, justo antes de hacer una pausa, intentando encontrar palabras que no supieran a aire. Palabras que estuvieran cargadas, que tuvieran peso. Ella esperó, no dijo nada, solo le miraba.

Cerró los ojos un momento para poder seguir.

-Sigo sintiéndome increíblemente bien cuando estoy contigo. Sigo disfrutando de cada momento que compartimos, sigo sintiendo que verte sonreír es lo más bonito que le puede pasar a alguien en la vida, que mi tiempo se siente más tiempo cuando lo comparto contigo. Y...- Hizo otra vez una pausa, pero continuó en seguida, como si necesitara sacarlo ya, como si el simple hecho de no decirlo pesara en su interior. -Y pensaba que quizá podríamos volver a intentarlo- terminó diciendo.

El silencio volvió a rodearles, no podía verse, ni oírse, pero sí sentirse. Ella apartó la mirada y miró al suelo, sin decir nada. Él la miró, con una sonrisa caída, triste, y añadió - Es una locura, ¿verdad?-. Lo dejó caer, no porque pensara que lo fuera, sino porque quería darle una salida fácil.

Ella lo sabía, pero él le importaba. Le importaba de verdad y no habría visto justo tomar un atajo. Dejó que el silencio se diluyera lentamente entre el ruido del gentío, los coches y los pocos pájaros que, ajenos a la situación particular de ellos dos, cantaban alegres en los árboles de la plaza.

- No, no es una locura- terminó por decir justo antes de devolverle la mirada.

Y no hicieron falta más palabras, no hizo falta más explicación. Él le entendió a través de su mirada, y ella supo que él lo entendió. No intentó ocultar sus lágrimas y las dejó caer libres por su mejilla. Ella se inclino hacia él y le abrazó. Él le devolvió el abrazo, y una vez más, por un instante, fueron uno solo.

Y es ahí donde entendió que hay amores eternos que, aunque no acaban, sí cambian.

domingo, 30 de enero de 2022

En mitad de la noche

Se despertó en mitad de la noche, desvelado. Miró al reloj de la mesita de noche. Daba las 3:40. Todavía quedaba mucho para que sonara el despertador, eso le reconfortó un poco. Se quedó tumbado en la cama, boca arriba, intentando dejarse cazar de nuevo por Morfeo mientras su cabeza comenzaba a hacer de las suyas y se rebelaba contra él poniéndose a barajar pensamientos. Hacía tiempo que quería escribir, pero no era capaz de romper el bloqueo artístico, no era capaz de encontrar una excusa, un argumento sobre el que hacerlo. Su cerebro decidió que era un buen momento para ponerse a cavilar sobre ello.
Buscaba algo que le hiciera sentir, que le hiciera emocionarse. Algo que pudiera leer de nuevo dentro de años y años y le removiera algo por dentro aun después de tanto tiempo. Una historia, una reflexión, algo que ocurrió o que podría ocurrir. Daba igual, simplemente tenía que ser algo que sintiera que quería escribir. Eso era lo que le gustaba de escribir: Dejar los sentimientos sobre el papel. 

Suspiró inconscientemente, entre triste y resignado, por no ver que estuviera encontrando ninguna solución a su quebradero de cabeza. De repente notó un pequeño movimiento en su pecho. Una ligera sensación de calor, después otro pequeño movimiento. Abrió los ojos y miró encima suyo, encontrándose de frente dos ojos brillantes y amarillos que le observaban. 
Maya, una gatita negra como la misma noche, gustaba de dormir sobre su pecho y se había despertado con su suspiro. Él se quedó mirándola, ella acercó la cabeza y la frotó contra la suya dos veces antes de volver a tumbarse. Cuánto se querían.
Sintió la necesidad de acariciarla.

Pero cuando fue a sacar la mano de debajo de la manta, notó que ésta estaba siendo asida por algo. Sonrió en la oscuridad, se mordió el labio ligeramente para evitar reírse de emoción. De alguna manera, en la noche, mientras dormían, su mano y la de ella se habían buscado a escondidas para cogerse. Algo tan aparentemente pequeño, le pareció tremendamente hermoso. Casi mágico. Se sintió feliz, sintió que todo iba bien, que todo iría bien.

Y supo que, sin lugar a dudas, quería escribir sobre ello.

sábado, 22 de enero de 2022

Punto y... aparte.

No era una oscuridad absoluta, pero casi. Había una tenue iluminación que venía de una apertura en el techo. Una apertura que, o bien era muy pequeña, o lo parecía debido a la gran altura a la que se encontraba.
Era una sala muy amplia y vacía, tan amplia y vacía que no cabía nada que no fuera el frío que rezuman las paredes. Tan amplia y vacía... que el solo hecho de estar ahí te hacía sentir insignificante.

- ¡¿Dónde estás?! - preguntó frustrado levantando la voz. Sus palabras se helaron en el aire a los pocos segundos, cayendo pesadamente sobre la fría losa. 
Se giró en todas direcciones, con las manos en la cabeza, como si al soltarla pudiera perderla.

- ¿Dónde estás? - repitió, esta vez sin gritar, con la voz quebrada, dolida.

Tardó aun unos segundos en dejarse oír. No es que se estuviera haciendo de rogar, es que en su estado actual le era difícil aparecer.

- Estoy aquí - respondió. Débil, bajito, como si estuviera al límite de sus fuerzas - No te alteres, no he desaparecido. Aun - terminó de decir, dejando reposar las palabras en el tiempo.

En el preciso y exacto instante en el que escuchó la voz, sus ojos se iluminaron. Se colocó de frente hacia la dirección desde la cuál venía el sonido y, aunque no podía verle, sí podía sentirlo. Ya no hacía tanto frío en aquel lugar.

- Necesito que vuelvas - dijo él, tembloroso, como si no estuviera seguro de si esas eran las palabras adecuadas.

- ¿Lo necesitas? Si lo necesitaras, no habrías estado tanto tiempo sin mí - contestó la voz, sin ápice de rencor, sin acritud alguna, simplemente resaltando un hecho.

Él balbuceó unos instantes, frunciendo el ceño, gruñendo. Volvió a cogerse de la cabeza, intentando no desquiciarse, intentando no perderse aun más. Intentó pensar, pero fue en vano. Y cuanto más pensaba, más le parecía que se alejaba de encontrar una respuesta convincente. Y esa sensación fue la que le hizo entender.

- Tienes razón. No lo necesito - dijo concediendo finalmente.

- Y, ¿entonces? - preguntó la voz, sin mostrar ningún sentimiento.

- Lo quiero - Sentenció, firme, convencido.

Cerró los ojos y respiró profundamente. Dejó que su mente se perdiera en recuerdos, que los recuerdos se deshicieran en sentimientos y emociones, y dejó que éstos le calaran tan profundo que fueran como una segunda piel.

 
Sintió el hormigueo propio de esos segundos antes de un primer beso, el erizar de la piel de un te quiero en un susurro. Sintió el punzante dolor del primer desamor, el hielo aparentemente eterno que envuelve el corazón tras la primera ruptura. Sintió la ilusión de una nueva sonrisa, la alegría de un "yo también" en el momento indicado, la emoción de apuntar el último acorde de una canción que acabas de crear, la sensación inexplicable de paz de ciertos abrazos, la amargura de la primera lágrima que cae tras un adiós.

Sintió. Sintió tantas cosas que aquella sala dejó de estar vacía, sintió tantas cosas que dejó de hacer frío, que dejó de sentirse solo. Sintió tantas cosas que la sala se quedó pequeña, estallaron los muros, se abrió hacia el cielo.
Y volvió a escuchar la voz, ahora más enérgica, que no venía de ningún lado y a la vez provenía de todos. Porque estaba dentro de él.

En ese momento, por fin, se reencontró consigo mismo.