sábado, 15 de agosto de 2015

entonces ¿Qué?

Puede que esté loco. O que simplemente tenga un trastorno considerable emocional que haga que tenga estos altibajos que dan tantos tumbos a mi corazón que el pobre hay días que no sabe ya si va o si viene. Puede que sea algo excesivo, que debiera de ir al psicólogo para que me tratara de hacer controlar estas emociones y sentimientos. Os lo juro, a veces se sienten tan imparables como un tren contra una pared de papel. A veces, hasta yo mismo me asusto de lo intenso que puede llegar a ser. Es cerrar los ojos, revivir un sólo momento en una imagen, y me explota por dentro un fuego que me eriza hasta los pelos de la nuca.

Pero decidme. ¿Qué iba a escribir yo entonces? O peor... ¿Quién más te iba a amar así?

Trocitos de papel

Nunca se lo había planteado, nunca se había parado a sentarse y dedicarle unos minutos a esa parte de su vida. Y si lo había hecho, había sido de manera inconsciente. ¿Cómo saber cuando estamos siguiendo un camino que nos está privando de otro mejor? ¿Cómo saber cuando es momento de cambiar o de probar algo diferente?
Tomo un sorbo del batido de fruta que tenía sobre la mesa y pestañeó un par de veces centrando de nuevo la vista en el ordenador. Ese trabajo no se iba a terminar sólo, y aun le quedaba la mitad. Suspiró profundamente y comenzó a releer el último párrafo que había escrito para recordar por dónde iba. 

- ¿Quieres que te ayude?- escuchó de repente su voz detrás de ella. Se giró y le vio de pie, recién llegado de la calle, todavía con el traje y los zapatos, con la mirada cansada, pero con una sonrisa en la cara. Era un trabajo importante, trabajo de fin de carrera ni más ni menos, pero sabía que si de alguien podía fiarse, era de él. Ella le devolvió la sonrisa y asintió con la cabeza, echándose a un lado y dejando sitio a su lado. Él se quitó la chaqueta, se aflojó la corbata, y comenzaron a repasar el escrito. Y así pasaron las horas.
En algún momento ella se preguntó si estaría ayudándola sólo porque se sentía en deuda, pero cada vez que le escuchaba comentar algo sobre el texto, su voz sonaba entusiasmada y su mirada había perdido el cansancio.


Pasaban los días y cada día era distinto, pero siempre había algo que era igual. Él siempre llegaba tarde por la noche, y a ella siempre le nacía esperarle. No sé llegó a preguntar qué le parecería a él que hiciera eso, tampoco le importaba. Ella lo hacía porque quería y ya está. Él llegaba tan cansado que no tenía ganas ni de cocinar ni de hacer absolutamente nada. En más de una ocasión, ella le preparó algo de cenar. No importaba lo que fuera, él se comía cualquier cosa que le preparara, y además parecía disfrutar comiéndolo, incluso aunque dijera que eso no le gustaba. Alguna vez se preguntó ella si realmente no le gustaba o si le estaba tomando el pelo. Era difícil saberlo. Muchas veces se quedaban hablando, cada vez de un tema, no importaba tampoco cuál. De alguna manera cuando hablaban podían ahondar mucho en la conversación, fuera del tema que fuera, y aunque realmente no se conocían de más de 1 mes, a ella le había demostrado que se podía confiar en él, que se podía hablar con él. 

Así pasaron los días, decía, en total dos semanas en las que hubo historias de todo. Pero sobretodo risas, muchas risas. Y hablando de risas, habría que hablar de aquel día que fueron al Burger King. Algo tan simple como unos trozos de papel, algo tan leve como un soplido... crearon en ella una risa distinta a las demás.
Ella estaba hablando por teléfono mientras esperaban sentados a que les entregaran su pedido, él parecía estar simplemente ahí, ausente y pensando en sus cosas. Estaba entretenida hablando, y despedazando el ticket que les habían dado, dejándolo hecho trizas, haciendo de él docenas de papelitos pequeños que iba almacenando en su mano. Cuando dejó de hablar, él se giró a ella y le preguntó - ¿Dónde tienes el ticket?-. Ella abrió los ojos como platos y miró hacia su mano izquierda, y mientras la abría lentamente delante de su cara dijo - aquí.-. Y entonces lo hizo, sin pensarlo, de forma espontánea. Le sopló con fuerza en la mano, tirando todos los papeles volando sobre la cara de ella. Ni ella misma podría describirlo, cómo se rió en ese momento. Fue algo inesperado que le nació de dentro, como si se sintiera libre por un segundo y después de mucho tiempo sin sentirlo así. Se había reído antes, muchos días y muchas veces, pero no así, era algo diferente. No había mirado, se había olvidado de todo por un momento y se había dejado llevar, había saltado. Por un momento se preguntó a sí misma ¿Por qué algo tan tonto me ha hecho sentir tan bien?
Y se arrepintió, pero no de haber saltado, sino de no dejarse hacerlo más a menudo.

sábado, 1 de agosto de 2015

Así él lo creía



Para cuando quiso darse cuenta, era tarde. Habían pasado ya varios días, varias noches, y su presencia, aunque fuera en la distancia, había quedado amarrada a su mente como un barco al muelle en un día de tormenta. Y menuda tormenta.
Los sentimientos caían en torrente y se entremezclaban unos con otros, agitando las aguas ferozmente, agitando su corazón hasta tal punto que confundía. 
¿Por qué le resultaba tan fácil algo que le causaba tanto dolor? ¿Por qué nunca se echaba atrás, por qué su razón nunca ganaba el pulso al corazón?

La respuesta, al final del día, era tan sencilla como estúpida. Porque todo lo que ella le hacía sentir, compensaba todo el dolor que pudiera sufrir. En esta vida y en cien más.
O al menos eso pensó él a gritos, mientras en un susurro salía otra grieta en su corazón.