Buscaba algo que le hiciera sentir, que le hiciera emocionarse. Algo que pudiera leer de nuevo dentro de años y años y le removiera algo por dentro aun después de tanto tiempo. Una historia, una reflexión, algo que ocurrió o que podría ocurrir. Daba igual, simplemente tenía que ser algo que sintiera que quería escribir. Eso era lo que le gustaba de escribir: Dejar los sentimientos sobre el papel.
Suspiró inconscientemente, entre triste y resignado, por no ver que estuviera encontrando ninguna solución a su quebradero de cabeza. De repente notó un pequeño movimiento en su pecho. Una ligera sensación de calor, después otro pequeño movimiento. Abrió los ojos y miró encima suyo, encontrándose de frente dos ojos brillantes y amarillos que le observaban.
Maya, una gatita negra como la misma noche, gustaba de dormir sobre su pecho y se había despertado con su suspiro. Él se quedó mirándola, ella acercó la cabeza y la frotó contra la suya dos veces antes de volver a tumbarse. Cuánto se querían.
Maya, una gatita negra como la misma noche, gustaba de dormir sobre su pecho y se había despertado con su suspiro. Él se quedó mirándola, ella acercó la cabeza y la frotó contra la suya dos veces antes de volver a tumbarse. Cuánto se querían.
Sintió la necesidad de acariciarla.
Pero cuando fue a sacar la mano de debajo de la manta, notó que ésta estaba siendo asida por algo. Sonrió en la oscuridad, se mordió el labio ligeramente para evitar reírse de emoción. De alguna manera, en la noche, mientras dormían, su mano y la de ella se habían buscado a escondidas para cogerse. Algo tan aparentemente pequeño, le pareció tremendamente hermoso. Casi mágico. Se sintió feliz, sintió que todo iba bien, que todo iría bien.
Y supo que, sin lugar a dudas, quería escribir sobre ello.
Precioso
ResponderEliminar