-No, no voy a ir, es mucho camino y no me apetece nada. Además no me gustan nada los hospitales, ya iré cuando vuelva a casa-.
Se acercó al sofá para sentarse a su lado apartando los cojines y poniéndose cómodo mientras le golpeaba la mano con suavidad, casi como caricias. - Hacía ya tiempo que no me sentaba a hablar contigo, ¿verdad abuelo?- dijo él mientras ponía sus propias manos sobre sus rodillas. - Supongo que lo sabes igualmente, aunque no te lo diga a menudo, aunque muchas veces te haga rabiar... pero sabes que te quiero mucho - hizo una pequeña pausa, carraspeó un pensó durante unos segundos. Después continuó con una pequeña sonrisa en la cara - Te acuerdas de aquella vez que me senté en tus rodillas por primera vez para pedirte que me contaras un cuento? Tú nunca has contado un cuento, y te reíste, y me dijiste que tú no sabías contar cuentos. Te dije que al menos podrías intentarlo... y me dijiste que no, que tú ya hacías otras cosas. Es verdad. - tomo aire de manera profunda y dejó que sus pulmones se hincharan del todo antes de empezar a exhalar el aire lentamente. - Recuerdo que cuando éramos pequeños te ibas al bosque a conseguir troncos largos tan sólo para poder montar porterías de fútbol para tus nietos en el monte. Te tirabas un buen rato por ahí con los demás abueletes para encontrar los pinos apropiados, "ni muy gordos ni muy finos", decías. Luego construíais una portería sorprendentemente firme ahí en La Piedra, enfrente de corralizas y nos veíais jugar a todos los primos. ¡Qué tiempos aquellos!- se incorporó mejor en el sofá y miró al techo, intentando recordar. Muchas de las cosas que le pasaban por la cabeza hacía ya tiempo que las había vivido, cuando él era apenas un niño pequeño de no más de 6 o 7 años. - jajajaja - rió - me acabo de acordar de aquella vez que, por estar jugando dentro de casa con una pelota, nos amenazaste con pincharla si no dejábamos de jugar. Nos reímos porque era de gomaespuma y eso no se puede pinchar, pero eso tú ya lo sabías, ¿verdad, yayo? Sí, debías de saberlo - reflexionó en voz alta- porque esperaste a que continuáramos jugando para levantarte del sofá, de este mismo sofá, y cogerla. Seguíamos riendo... ¿Qué le podías hacer tú a una pelota de gomaespuma? ¡Menuda cara se nos quedó cuando cogiste la sierra y la partiste en dos!- soltó una buena carcajada, aunque aquel día no le había hecho ni pizca de gracia ahora tenía que reconocer que había sido una buena jugada. Nunca más jugaron con pelotas dentro de la casa.
Algo incómodo y nervioso se rascó la cabeza, mirándole y cambiando la carcajada por una expresión algo más seria. Miró al suelo después, con la mirada perdida, y bajando el tono de voz comenzó a hablar de nuevo. - Yo... sé que nunca has sido de mostrar mucho tus sentimientos, yayo, pero nunca he tenido dudas de que harías cualquier cosa por tus nietos, por mí. En el fondo yo sé que aun con nuestras travesuras y nuestras rabietas te hacíamos de lo más feliz... ¿a que sí, abuelo? Y yo... yo quiero decirte que te quiero muchísimo, aunque nunca hasta hoy creo habértelo dicho. Posiblemente eso tampoco te sorprenda, siempre has sido muy listo e inteligente. Sí, aunque tú nunca alardeas de nada-.
Entrelazo sus propias manos y las puso sobre su tripa, como hacía siempre su abuelo. Observó durante unos segundos la habitación, la mesa donde tantas partidas de cartas habían tenido lugar, la tele que tantas horas había entretenido a la familia, el estante con la vajilla y el teléfono, una combinación algo curiosa. Y entre copa y copa, una foto, una foto de la familia, yayo, yaya y sus nietos. Un largo silencio se apoderó del ambiente y de pronto...
- Te quiero yayo- dijo justo antes de echarse a llorar. Pero él ya no estaba ahí. No desde aquel día. La misma frase sonaba una y otra vez en su cabeza, una y otra vez, desde aquel día y aún hoy: "No, no voy a ir, es mucho camino y no me apetece nada. Además no me gustan nada los hospitales, ya iré cuando vuelva a casa" pero él nunca volvió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario