Esta historia es 100% real. Sucedió un 9 de Marzo, un día que tenía que llover, y no llovió.
Le dedico esta historia a un puzzle al que siempre le faltan piezas. =)
“Puedes venir a la estación de suances a por mí a las
12.20 o te puedes esperar hasta la 13.00 y quedamos en Sol” le escribió ella
por whatsapp. El sonrió para sus adentros y contestó de manera automática. “Yo
soy más de lo primero, iré a por ti”.
Nunca le habían gustado los metros, en su
ciudad los evitaba a toda costa, prefería andar 30 minutos a subirse a un metro que tardara tan sólo 10
minutos. Pero esta ocasión era diferente, y no sólo porque estuviera en una
ciudad nueva dónde no conocía las calles y direcciones, ni tampoco porque la
distancia a recorrer era de unos 7km. No, en esta ocasión era diferente porque
no quería llegar ni un segundo tarde. Es más, quería llegar antes. Bajó las
escaleras de la boca del metro mirando detenidamente a todos los carteles e
indicaciones. Tenía pavor a perderse y por eso andaba con mil ojos, leyendo y
releyendo cada nombre e indicación que aparecía en su camino. Lo encontró sin
problemas, ese era el metro. Una, dos, tres, cuatro… hasta 13 paradas tenía por
delante, menudo suplicio. Miró su reloj, faltaba aún más de una hora para las
12.20, se relajó y se perdió en sus pensamientos.
De repente le vibró el móvil “¿Dónde estás?”. Miró
alrededor esperando encontrarla en algún sitio, pero sólo vio gente. Gente,
demasiado general, el no estaba ahí por gente. “Estoy ahí ya, qué viaje más
laaaargo” le contestó “en un banco al lado de la entrada al metro”. No tuvo que
esperar más de unos segundos. “Ok, ya voy”. Pasaron unos minutos, pocos pero
largos, escasos pero pesados. Le pasaba siempre que esperaba a alguien.
Al principio su instinto le hizo ponerse a
controlar la calle, de derecha a izquierda para verla venir, y luego respiró
hondo y simplemente sonrío, entendiendo, y se puso a cantar en aquel banco, en
mitad de la calle, en mitad de ningún lado. Sólo pasaron 5 minutos y él se giró.
La vio al otro lado de la calle, ella le vio y le saludo con la mano. El sonrió y
devolvió el saludo, bajaron al metro cada uno por su lado de la calle y se
encontraron dentro. Dos besos. “No la recordaba así del todo”, se dijo a sí
mismo. Intentó pensar en qué se diferenciaba, pero no supo identificar esa
sensación, ese motivo de por qué no era lo que él esperaba. Viaje de vuelta a
Sol, en el mismo metro, la misma línea, el mismo número de paradas pero
distinta dirección. - Estarás cansada, supongo, y tendrás hambre- dijo él,
entonando la oración con un leve tono de pregunta, o de inseguridad más bien.
–Pues sí, la verdad es que me estoy muriendo de hambre- reconoció ella - y estoy cansadísima. El sonrió, contento. No
es que se alegrara de que ella estuviera en ese estado, pero es que le había
salido bien el plan. – Espero que te gusten- dijo él, sacando de debajo de la
chaqueta un paquete de galletas con trocitos de chocolate y ofreciéndoselo. –
¡Me encantan! – exclamó ella subiendo al metro.
Un viaje estúpido a suances, diréis algunos. Ir para
volver. Yo diría más bien que 40 minutos ganados. Y cuando se trata de sonreír,
de ser feliz, 40 minutos es mucho. Y ¿cómo no iba a ser feliz ahí, compartiendo
risas con una persona a la que admiraba? El viaje de vuelta pareció infinitamente
más corto que el de ida y hasta tuvieron algo de música. Él lo vio por fin de
nuevo, aquel rojo que se formaba alrededor de su pupila, con esas lenguas de
fuego amarillas que ondulaban simétricamente formando ese dibujo en su iris que
el llamaba sol. Qué más cosas vio en esos ojos es algo que sólo él sabe, una
historia entera, se atrevería a decir. Se bajaron en Sol y él le dejó claro que
ella mandaba, que ella era la guía y él realmente no tenía ni idea de cómo ir a
ningún lado, ni tampoco a qué lado ir. Se plantearon durante un rato dónde ir a
comer, y aunque él estaba intentando por todos los medios quitarse
responsabilidades, ella seguía preguntándole. Finalmente ella sugirió un sitio
donde según ella hacían las mejores hamburguesas del mundo. –Perfecto- dijo él.
Tomaron el camino largo porque aún era temprano, pero no muy largo… porque ella
estaba cansada. – ¿Quieres ver el jardín botánico? Le preguntó ella tras pasar
un semáforo. –Sí, si es bonito sí- respondió él. – Pues yo no – soltó ella. Y
siguió caminando. Él se rió, ella también. Siguieron caminando y llegaron al
lugar. Realmente no parecía gran cosa, un local muy pequeño y estrecho con una
decoración muy típica de un bar de carretera para camioneros. Pidieron su
comida para llevar y les informaron que tardarían 30 minutos en tenerla lista.
“¿30 minutos? Tendrán que cazar las vacas para hacer las hamburguesas” pensó
él. Salieron fuera para esperar y comenzaron a caminar en busca de un sitio
donde comprar bebida. No encontraron nada, vaya par. Finalmente se sentaron en
un banco, y aunque mucha gente sigue creyendo que es porque ella estaba cansada…
la verdad es que fue porque él necesitaba reposar un momento la espalda.
-Cuéntame algo- le pidió ella. Él la miró un momento, se
rió por dentro. “La típica pregunta” pensó. – Está bien, pregúntame algo en
concreto. O no concreto… o bueno, simplemente dime una palabra- contestó él
dispuesto a hablar, pero sin saber qué decir. –Patata- dijo ella. Sí, dijo
patata. Podría haber dicho pasado, futuro, amor, amistad, trabajo, familia,
infancia, valencia y mil cosas más… pero dijo patata. Cruzó su mente como un
rayo. “Patata. Lo tengo” – pues resulta que el otro día escribí una historia
donde narro cómo un chico y una chica que están enamorados están mirando las
nubes esperando y él le dice a ella que una nube parece un corazón, pero ella
le contradice diciendo que eso parece más bien una patata, y él le contesta
ingeniosamente que vale, que es una patata, pero que esa patata tiene sabor a
ella.- contó él. Ella empezó a reír, a carcajadas, sin pausa. Parecía que le
hubiera dado un ataque. Él realmente no se molestó en absoluto, pero le recriminó
entre risas que dejara de reírse de él. Ella no paró y a él no le importó. “Si
ríe, está feliz” pensó. Cuando por fin ella dejó de reír, siguieron hablando,
aunque de temas más serios. Es curioso, porque hablaron de heridas de esas que
no curan, hablaron de cicatrices que aun no han cerrado, y aún así… no dolió.
-Tienes razón- dijo él mientras les daba un bocado –
estas hamburguesas están riquísimas-. Ella no comía, ella devoraba. O quizá es
que él comía tan despacio que daba esa impresión. Estaban constantemente
hablando y riendo, ya empezaba a doler el abdomen de tanto reír de hecho. – No
tires las patatas, dáselas a las palomas- le dijo ella cuando él se disponía a
tirar los restos a la papelera. Él la miró, primero curioso, luego divertido, y
empezó a coger una a una las patatas fritas y tirarlas hacia las palomas que
vigilaban el parque del retiro. – piiitas, pitas. Piiiitas, pitas- decía
mientras las tiraba. Las palomas se lanzaron sobre las patatas como si no hubiera
mañana para ellas. Ella, por su lado, se reía otra vez. Casi me atrevería a
decir que ese día estuvo más tiempo riendo que sin reír. Casi.
Se dirigieron hacia la salida del parque, pero él
protestó alegando que ya que estaba ahí quería verlo un poco. Ella cedió y se
internaron en el parque. El parque era tremendamente ancho y colorido, ya no
solo por la diversidad de la gente que lo recorría, sino también por los
diferentes tipos de árboles y plantas, estatuas, fuentes y demás construcciones
que lo habitaban. Llegaron a una especia de lago artificial donde además de
patos y peces (y algún gato gordo de color blanco y negro) había botes. Él le
pidió subir, ella se negó en rotundo. Él insistió, nunca había subido en uno y
realmente le apetecía. A ella le supo mal negarse, pero se volvió a negar. Pudo
haber insistido, pudo haber hecho chantaje emocional, pudo haber sido el más
persuasivo, pero cedió. “así no tendría sentido” pensó. Se sentaron al borde
del lago artificial a mirar los peces y los patos, la verdad es que era algo digno
de ver. Era algo tranquilo y a la vez vivo. – Cógeme y yo cojo el pato- dijo
ella de repente. Él la miró extrañado, la observó durante unos segundos
mientras ella miraba fijamente al anseriforme. No lo decía en broma. Para cuando
él reaccionó, el pato ya estaba demasiado alejado, y ella ya parecía habérselo
pensado mejor. –Es igual- dijo ella sentándose. Él se encogió de hombros y se
levantó, ofreciéndole la mano. – venga, andando-. Agarró la mano con cuidado
cuando ella la ofreció también y estiró levemente, pero ella no se movió del
sitio y él se sorprendió por un momento. – Todo el mundo da la mano y después
espera que el otro se levante solo- dijo ella sonriente. Él rió y tiró con
firmeza pero suavemente y la levantó sin problema. –Es cierto- dijo. “Pero yo
no soy todo el mundo” pensó para sus adentros. Caminaron pues hacia la salida,
aunque de nuevo no de manera directa, seguía siendo pronto y no había ninguna
prisa. Mientras alcanzaban la salida del parque hablaron de muchas cosas, la
mayoría anecdóticas y de poca relevancia, saltaron alguna que otra valla y
dijeron más tonterías y bromas de las que cualquiera de los dos se atreve a
recordar.
Comenzaron a caminar de vuelta hacia Sol, pero de nuevo
despacio y sin prisa. Todavía había tiempo y seguía sin llover. Como debía de
ser. Al cabo de un rato caminando todavía y cuesta arriba volvieron a cansarse
de andar. Él tuvo incluso que empujarla un poquito para que siguiera caminando.
Vaya dos. Finalmente llegaron a otro banco donde se sentaron a hablar. En
verdad se sentaron a matar el tiempo y a descansar, pero estuvieron hablando
sin parar, el tiempo pasaba a veces volando y otras corriendo, a veces parecía
incluso que iba demasiado rápido. Suele pasar cuando ríes tanto y estás
disfrutando tanto de la conversación. No todo fueron risas, no todo fueron
gracias, no.
– Entonces, ¿tú por qué quieres que te conozcan? –
preguntó él medio sonriendo. Él sabía la respuesta, bueno, saber no, más bien
la intuía, la sentía. Aún así, quería oírle a ella decirlo, quizá para estar
seguro, quizá para que ella estuviera segura, qué más da. – Hmm... por mi
manera de hacer lo que hago, mi estilo, por ser yo- dijo ella con
convicción. Él sonrió – Entonces no te preocupes...
que llegarás.- añadió y no pudo decir más (aunque le pareció ver que le creía)
porque una chica les interrumpió para hacerse una foto con ella. La famosa. –
¡Soy famosa!- le dijo mientras me dejaba sus cosas al lado. Resultaba gracioso
ver cómo ella estaba más ilusionada que la propia chica que le había pedido la
foto. No pudo más que sonreír. Y lo único que se le ocurrió decir cuando volvió
fue un sincero y nada molesto – qué envidia me das-.
Siguieron hablando durante un rato, hablaron de sus “cualidades
especiales” y también de la música, cómo no. Hablaron y hablaron, hasta que se
hizo la hora. – Deberíamos ir yendo ya hacia Sol- dijo ella mirando en esa
dirección. Él no se lo pensó dos veces y se puso de pie casi en un salto. Esta
vez no pensaba ayudarla a levantarse, pero ella le extendió la mano y por acto
reflejo la cogió. En el primer momento del intento notó que había cierta
resistencia, pero esta vez no estaba del todo desprevenido y rápidamente
incrementó la fuerza del tirón, quizá demasiado, levantándola de golpe y
teniendo que sujetarla un poco para que no chocaran. Rieron. Caminaron hacia
Sol tranquilamente, quizá porque no tenían prisa, o quizá porque los dos
estaban cansados de caminar. Cuando ya estaban llegando sonó el móvil. “Ya llegáis
o qué?”. Ni cinco minutos y ya estaban allí. Él nunca había visto a ninguno
cara a cara, de hecho ni siquiera a ella la había visto más de una vez, pero
sería estúpido negar que esa gente le inspirara algo diferente, algo familiar y
sencillo, confianza. Se saludaron como si se conocieran de toda la vida, y
realmente nadie que los hubiera visto caminar juntos por las calles de Madrid
se habría atrevido a decir lo contrario. Risas, comentarios de broma, y muchas,
muchas tonterías...
-Cuidado, fisura en la formación a la derecha, ¡rápido,
rápido!- advirtió uno de los chicos con una mano en la oreja simulando llevar
un pinganillo. Rápidamente los 7 chicos reajustaron la formación para crear un
pentágono perfecto cuyo epicentro era la chica. –Venga chicos, la famosa
necesita una escolta competente- dijo otro. Así caminaban por Madrid, todo un
espectáculo para los viandantes que se percataran de aquello, seguro. Por cosas
de la vida, parece ser que tanto a él como a ella, que habían caminado durante
horas, se les olvidó que estaban cansados. Ni una queja ni comentario al
respecto, simplemente estaban divirtiéndose y ni caían en la cuenta. – Cuidado,
abre el paracaídas que viene bordillo- le dijo él con cara seria. Los demás
rieron, ella le arreó un manotazo en el brazo, riendo también.
No tardaron
mucho en llegar al sitio donde pasarían el resto del día. Primero unos
refrescos en “el burger” y luego a cenar al Ginos. Un sitio de pasta y
pizzas... él no tuvo que pensarlo mucho, posiblemente de todos las opciones que
presentaba la carta sólo había una que estaba seguro le iba a gustar. Espagueti
a la carbonara. –No puedo creer que no te guste la pizza- dijo ella
sorprendida- hazme un favor, y pruébala de nuevo cuando puedas... y me llamas y
me dices si te ha gustado-. El se rió y accedió de buena gana. – Lo haré- dijo
sin más. Realmente no hizo falta, pues ella se había pedido a compartir una
pizza con uno de sus amigos y le dio un trozo, no uno muy generoso, todo hay
que decirlo, pero un trozo. – Pues no está mal del todo- admitió él después de
bromear fingiendo un ahogo con el trozo de pizza. La cena transcurrió sin
ningún tipo de percances, entre risas, acertijos numéricos de fonética
resolución y bromas, muchas bromas. Fue una grandísima cena. Hablaba con todos
y cada uno de ellos, en su cabeza no paso ni un sólo momento que aquel no era
su lugar, que él allí no debería estar o que se debería sentir extraño. Ni un
sólo momento. Sólo se preocupaba de reír y disfrutar bromeando. Hasta 15 golpes
se llevó en total de la chica, pequeña pero matona. Entonces en un momento de
silencio él aprovechó para hablar y que todos le escucharan. - ¿Sabéis una
cosa? me acabo de dar cuenta de que os voy a echar de menos, de verdad- y su
voz y su mirada no daba lugar a dudas, iba a echar de menos a todas y cada una
de las personas que había en esa mesa. Esas 7 personas que le habían acogido
ese día, a él, un extraño cualquiera. Y se sintió afortunado, de estar con
ellos, de estar con ella, de estar ahí. – Pues vente a vivir a Madrid- dijo
ella riendo. El rió de buena gana y contestó – quién sabe-. Y realmente pensó,
“¿por qué no?”.
En ese punto la conversación desvarió en diferentes tonterías y
bromas sin mucha relevancia. La cena había sido copiosa y aunque realmente a
nadie le apetecía irse, era la hora. Pidieron la cuenta y salieron fuera,
acompañaron al chico todo el camino prácticamente hasta el hostal, aún a
sabiendas que tendrían que retroceder lo andando. Se despidió de ellos, y para
su sorpresa, fue con un abrazo a cada uno. A él, que apenas conocían, a él que
sólo habían visto una vez, a él que acaba de encontrar a 7 personas
maravillosas en el lugar y forma menos esperados. Por motivos desconocidos,
sólo hubo una persona que se quedó sin abrazo. Ella.
Más tarde, en el hostal, ya cambiado y a punto de entrar
en la cama se acordó de lo que le había dicho y le escribió rápidamente.
“Libroooooooooo”. Al poco tiempo ella se conectó al skype, aunque para la
decepción de él, acabó por no poder dejarle ningún libro porque parecía ser que
estaban todos en un pen desaparecido. “Bah, maldición” pensó él. Un emoticón
con forma de osito dando un abrazo al aire. “Bueno, pues buenas noches. Este es
el abrazo que te debo, que se me ha olvidado” le puso él contento. Esperó
cualquier contestación, creía que la conocía bastante bien, creía que el
entendimiento era suficiente... pues no.
“Si te sirve de algo, he abrazado la pantalla” puso ella. Y entonces
entendió todo, entendió por qué le había parecido diferente al verla, por qué
no había esperado esa respuesta y por qué no valía la pena intentar entenderlo,
sólo es así. “Es un puzzle que cada día tiene más piezas”.
Y así acabó el día. Ella y ellos en Madrid, y él en un
largo tren a Valencia. En su cabeza surgió una pregunta. “¿Hasta cuándo?” y el
mismo se contestó. “Hasta pronto”.