Novena parte.
Miré una vez más hacia atrás y me juré que
volvería a aquel lugar tan espectacular. Enseguida volvió a hablar animada, contándome más cosas
del parque y de lo mucho que echaba de menos un sitio así en Valencia.
“Normal”, pensé. -¿A dónde vamos ahora?- le interrumpí cuando hizo una pausa para
respirar. –A cenar, que ya es tarde- me dijo sin dejar de caminar y cruzando la
calle. -¿¡Qué!? Si son sólo las ocho…- y caí en la cuenta. Eso era Rumanía y en
verdad era hasta tarde para ella. Suspiré y levanté los brazos en señal de
protesta. –BAH!- fue mi comentario estrella –tú y tus cosas raras- le dije
mientras la seguía. –aaaaaah, te jodes, mi país, mis cosas- me dijo sonriendo.
La miré frunciendo el ceño –¿Eh?- fue mi réplica, a la altura de la suya…
-“Wtf”, que te calles y me sigas. ¿Te acuerdas del restaurante que te dije esta
mañana? – me miró esperando contestación. – te he dicho- Respondí. Me miró
confundida – que me has dicho ¿el qué?- preguntó. Yo reí, a veces era tan
graciosa. – que se dice: “te he dicho”, no: “te dije”- dejé caer. –Ah- fue todo
lo que dijo al respecto. –Pero ¿Te acuerdas o no? – insistió ella parándose en una esquina. –No- mentí –no me acuerdo-. Miré alrededor como
si eso tuviera que servirme para orientarme o recordar mejor. Ella me dio un suave golpe con el codo.
–da igual, porque ya estamos- dijo señalando al restaurante “Bella Roma Copou”.
Entramos al restaurante y un camarero se nos acercó. -o masa pentru doua
persoane- dijo ella rápidamente. Sonreí e intervine breve pero necesariamente –
pe numele lui Raúl Hervás- .
Roxana me miró entre sorprendida y preocupada,
pensaría que estaba loco. El camarero, sin embargo, entendió perfectamente y
habló en un inglés fácil de entender – of course, sir Hervás, this way-. La cara de
Roxana no tenía precio y yo
seguía sonriendo. Pasamos a una mesa que se encontraba en una esquina del
local. No había casi gente, era de esperar, pero aun así había preferido que
nos reservaran la mesa más alejada del resto. Roxana todavía no podía hablar cuando llegamos a la mesa. Yo, por mi parte, llevaba
media hora pensando si retirarle la silla para que se sentara, o si iba a
pensar que era un idiota. Realmente me llevó más tiempo pensarlo de lo que me
costó decidirme. “¿Qué importa? Sé tú mismo, Raúl, haz lo que te nazca”. Le
retiré la silla un poco, para que se sentara, y me reí. Quizá la situación
nerviosa o quizá por no tener nada mejor que hacer, ella rió también y yo me alegré.
Nos sentamos pues los dos. – ¿Algo más que deba saber?- me preguntó cruzada de
brazos. –Dios mío, estás loco, ¿cómo lo has hecho, cómo sabías?- me
preguntó de sopetón, sin dejarme contestar, aun abrumada y sin saber muy bien cómo reaccionar, mientras se
quitaba el bolso y lo dejaba en la silla de al lado. Estábamos uno enfrente del
otro y sonreí, sonreí mucho, como cualquiera sonríe cuando algo le sale bien. –Bueno, es posible
que haya algo más que debas saber, pero no te lo voy a decir- le contesté sin
poder dejar de sonreír. Fue a decirme algo, posiblemente a quejarse por la
cara que puso. Pero entonces llegó el camarero y nos trajo algo de beber. Dos
cócteles rojos y con azúcar en el borde de la copa, rematados con una
sombrillita enganchada entre hielo y hielo –Pruébalo- le dije – están
riquísimos, de verdad-. Suspiró, dándose casi por vencida y probó un poco. – Sí,
está bueno, blablablá. Ahora dime cómo lo sabías…- Me di cuenta de que no se iba a dar por contenta hasta que se lo
dijera, y realmente… ¿por qué no se lo iba a contar? Le di un sorbo a mi
cóctel, medio para aclarar la garganta, medio para hacerme el interesante; me
encogí de hombros y le expliqué –no lo sabía. No tenía ni idea. Elegí un
restaurante sin más y reservé-. Me miraba boquiabierta y desconcertada, seguí
hablando. –Mira, es muy fácil… reservé aquí pensando que sería un bonito
detalle contigo- entonces ella me interrumpió –Sí, vale. Pero… hay un montón de
restaurantes en Vaslui, ¡¿cómo sabías que vendríamos a éste?!-. Le di otro
sorbo al cóctel –No lo sabía, Rox. Pensé que si no salía, daba igual, nunca te
ibas a enterar. Y si el destino decidía traernos aquí, entonces genial.
Simplemente arriesgué. ¡Mira! El primer plato, espero que te guste- terminé,
sacándole la lengua, haciéndole ver que por absurdo que sonara, lo que había
dicho era toda la verdad. O casi. A veces me daba por hacer cosas así. Solía decir que
se me iba la pinza, pero más bien era todo lo que llevo dentro intentando salir
de alguna manera, una necesidad inexplicable de volcar lo que siento y mis emociones en forma de algún gesto o detalle. Una vez, alguien muy cercano a mi me dijo: “Estar contigo
tiene que ser una aventura cada día”. Recordar eso me hace feliz, y me empuja a
seguir siendo así.
Mañana más, aunque no sé a qué hora porque tengo un día un poco movidito. Espero que os esté gustando. =)
--;@
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