Aquí va el siguiente trozo de la historia. Es un poco difícil saber dónde parar, la verdad, pero espero que igualmente os quedéis con ganas de más para mañana ;)
Se despertó casi
sin inmutarse, estirando los brazos y poniéndose de pie casi de un salto. Cogió
su maleta y me dijo –venga, ¿a qué estás esperando? -. No me hice de rogar, me
levanté y la seguí arrastrando mi equipaje. Pasamos las maletas y nos dirigimos
al avión, el cual cuanto más cerca estábamos, más enorme y peligroso me
parecía.
¿Cómo puede volar con lo grande que es? Nos guiaron hasta nuestros
asientos e intenté ponerme cómodo. Ella empezó a hacer gestos raros, y tras ver
mi cara de confusión, lo acompañó de voz. – tenemos cuatro salidas…-. Cosas de ella,
que había hecho un curso de azafata y a veces le daba por escenificarlo. Cosas
de ella, sí, pero me hizo reír.
Y quizá eso era lo que más necesitaba, reír.
Empezó a llenarse el avión de gente, dentro de poco iba a despegar…y yo ya me
empezaba a encontrar mal. Estaba nervioso, no sabía hacia dónde mirar, no sabía
si hablar o estar callado, no podía dejar de pensar en mis problemas con los
aviones. ¿Me pasaría algo? Yo sabía que no tenía por qué, pero el miedo está
ahí, se aferra a ti como si estuviera
hecho a medida, y es muy difícil deshacerse de él.
Empecé a notar como el avión
se movía, y todo fue a peor, me puse tan nervioso que me temblaba hasta los
párpados. Entonces ella me miró, y sabiendo lo que pasaba, puso su mano sobre
la mía. – No te va a pasar nada, tranquilo-… y así, sin más, se me pasó. No me
soltó la mano en toda una hora. Si me hubiera soltado la mano antes, no hubiera
pasado nada, pero yo no quise decirlo, así me sentía mejor. El vuelo duró
varias horas más, era una larga distancia, pero el tiempo se me pasó rápido como nunca.
Hablábamos de
cosas sin importancia, de la universidad, de nuestros amigos, de lo increíble
que era estar haciendo ese viaje. La verdad es que no me habría importado que
el vuelo fuera un poco más largo, no me habría importado nada en absoluto.
Aquellas horas fueron buenas, llenas de risas, como siempre que estábamos
juntos. Siempre alegre, siempre divertida, esa era Roxana. Creo que era
imposible estar triste cuando estaba cerca, pero a lo mejor eso era sólo yo.
Fuera como fuere, aquello fue tan sólo el aperitivo de lo que estaba por venir.
Cuando
llegamos hacía sol. Mucho sol. Ella se cambió las gafas por las de sol nada más
bajamos del avión. Yo simplemente me tapaba con la mano, ceño fruncido. Era
medio día, el sol en lo más alto, cuando más calienta, y el hecho de tener un
hambre voraz no ayudaba en lo más mínimo con las ganas de andar. Recogimos las
maletas sin percances, afortunadamente. Y digo esto, porque al parecer a un
señor que viajaba al lado nuestro le habían extraviado la suya y no paraba de
gritar en lo que yo imagino que sería Rumano. Nunca sabes a quién le va a
tocar. Le propuse parar en el aeropuerto a comer algo, pero ella me dijo que
no. – Hay que ahorrar-. Y tenía razón, así que esperamos a que pasaran a por
nosotros en el interior del aeropuerto de Bacâu. Tardaron casi una hora en
llegar, creo que era su tío, aunque no sé si me lo dijo. Y si me lo dijo, no lo escuché.
¡Un saludo a todos! Si os ha gustado, no dudéis en compartirlo =)
--;@
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