sábado, 16 de febrero de 2013

En silencio por ti (2)


Aquí va el siguiente trozo de la historia. Es un poco difícil saber dónde parar, la verdad, pero espero que igualmente os quedéis con ganas de más para mañana ;)


Se despertó casi sin inmutarse, estirando los brazos y poniéndose de pie casi de un salto. Cogió su maleta y me dijo –venga, ¿a qué estás esperando? -. No me hice de rogar, me levanté y la seguí arrastrando mi equipaje. Pasamos las maletas y nos dirigimos al avión, el cual cuanto más cerca estábamos, más enorme y peligroso me parecía.
¿Cómo puede volar con lo grande que es? Nos guiaron hasta nuestros asientos e intenté ponerme cómodo. Ella empezó a hacer gestos raros, y tras ver mi cara de confusión, lo acompañó de voz. – tenemos cuatro salidas…-. Cosas de ella, que había hecho un curso de azafata y a veces le daba por escenificarlo. Cosas de ella, sí, pero me hizo reír.
Y quizá eso era lo que más necesitaba, reír. Empezó a llenarse el avión de gente, dentro de poco iba a despegar…y yo ya me empezaba a encontrar mal. Estaba nervioso, no sabía hacia dónde mirar, no sabía si hablar o estar callado, no podía dejar de pensar en mis problemas con los aviones. ¿Me pasaría algo? Yo sabía que no tenía por qué, pero el miedo está ahí, se aferra  a ti como si estuviera hecho a medida, y es muy difícil deshacerse de él.
Empecé a notar como el avión se movía, y todo fue a peor, me puse tan nervioso que me temblaba hasta los párpados. Entonces ella me miró, y sabiendo lo que pasaba, puso su mano sobre la mía. – No te va a pasar nada, tranquilo-… y así, sin más, se me pasó. No me soltó la mano en toda una hora. Si me hubiera soltado la mano antes, no hubiera pasado nada, pero yo no quise decirlo, así me sentía mejor. El vuelo duró varias horas más, era una larga distancia, pero el tiempo se me pasó rápido como nunca.
Hablábamos de cosas sin importancia, de la universidad, de nuestros amigos, de lo increíble que era estar haciendo ese viaje. La verdad es que no me habría importado que el vuelo fuera un poco más largo, no me habría importado nada en absoluto. Aquellas horas fueron buenas, llenas de risas, como siempre que estábamos juntos. Siempre alegre, siempre divertida, esa era Roxana. Creo que era imposible estar triste cuando estaba cerca, pero a lo mejor eso era sólo yo. Fuera como fuere, aquello fue tan sólo el aperitivo de lo que estaba por venir.

Cuando llegamos hacía sol. Mucho sol. Ella se cambió las gafas por las de sol nada más bajamos del avión. Yo simplemente me tapaba con la mano, ceño fruncido. Era medio día, el sol en lo más alto, cuando más calienta, y el hecho de tener un hambre voraz no ayudaba en lo más mínimo con las ganas de andar. Recogimos las maletas sin percances, afortunadamente. Y digo esto, porque al parecer a un señor que viajaba al lado nuestro le habían extraviado la suya y no paraba de gritar en lo que yo imagino que sería Rumano. Nunca sabes a quién le va a tocar. Le propuse parar en el aeropuerto a comer algo, pero ella me dijo que no. – Hay que ahorrar-. Y tenía razón, así que esperamos a que pasaran a por nosotros en el interior del aeropuerto de Bacâu. Tardaron casi una hora en llegar, creo que era su tío, aunque no sé si me lo dijo. Y si me lo dijo, no lo escuché. 


¡Un saludo a todos! Si os ha gustado, no dudéis en compartirlo =)

--;@

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