¡Y otro trocito más! Que os guste.
Cuando
llegamos a su casa, de todas maneras ya no faltaba tanto para la media noche. El cielo estaba
tranquilo y despejado, se podían ver algunas estrellas que miraban la escena
desde el cielo; la luna, llena y redonda, les vigilaba desde un lado, medio
escondida tras una nube. Abrió la puerta de la casa y pasamos a oscuras riendo por lo bajo, a pesar de que no había nadie más en la casa. –A la cocina, que tengo sed- dijo ella tanteando la pared para no chocarse con nada más.
Encendí la luz de la cocina al entrar, caminando inmediatamente a por dos vasos
y la botella de agua. Mientras llenaba los vasos ella se sentó en la mesa y
puso cara de fastidio. Le serví el agua y me senté a su lado – ¿qué pasa?- dije
justo antes de pegar un buen trago de agua. Ella bebió también y puso cara de
desgana –naaaaaaaaaaaada, que no hemos hecho ninguna cama y hay que poner las
sábanas y todo eso-. Sinceramente a mí tampoco me hizo ninguna gracia y gruñí.
Estaba cansado del viaje, de caminar, de todo, y si ni en mi casa me nacía
hacerme la cama…imagínate fuera de ella. Pero claro… -Está bien, vamos- dije
poniéndome de pie en medio salto. Fuimos a su habitación y le ayudé a hacer su
cama, sabanas azules, cómo no. Me habría reído o habría hecho algún comentario
ingenioso al respecto, pero solo podía pensar en dormir. No sé si tardamos
tanto en hacer la cama por eso mismo, o porque es una de esas malditas camas
pegadas a la pared en las cuales no puedes evitar rasgarte los dedos al
intentar poner las sábanas en esa parte. Fuera como fuere por fin la dejamos
lista y después de un pequeño resoplo me dijo –espera, voy a sábanas para la
otra cama, están en la habitación de mis padres, creo-. Me senté, cansado,
esperando a que me llamara o viniera con las sábanas. No tenía ni idea de dónde
iba a dormir, ni se lo había preguntado ni me importaba…sólo quería una cama y
unas sábanas limpias. Estaba sentado, pensando en lo bien que me lo había
pasado ese día y lo prometedor del día siguiente. Mirando su habitación ahora
con más detenimiento, no por nada, sino porque no tenía nada que hacer, me di cuenta de que no era tan desordenada como yo pensaba. Hasta tenía los libros ordenados por colecciones y tamaño. Al
cabo de casi 20 minutos me asaltó una duda existencial de primer
orden. ¿Cuánto se puede tardar en encontrar unas sábanas? Reí por dentro y me
levanté para buscar a Roxana. Lógicamente mi primera idea fue ir a la
habitación de sus padres, y en efecto, ahí la encontré. Los armarios abiertos y
ella tirada en la cama, boca abajo dormida, totalmente vencida por el cansancio
y desde luego… sin mis sábanas. Me acerqué y le toqué el brazo, susurrando su
nombre, pero no se movió. Estaba bien dormida. Miré primero si encontraba las
sábanas, pero pensé que era mejor dejarla a ella en su cama y seguir yo después
con la búsqueda. Le di la vuelta, deslicé los brazos por debajo de sus piernas
y el cuello, levantándola con cuidado y despacio para no despertarla. Pese a lo
mucho que ella se quejaba continuamente, no pesaba tanto, y así la lleve hasta
su cuarto.
No sé
exactamente como lo hice, pero conseguí, al ponerme un poco de cuclillas,
sujetarla cómodamente con un brazo, mientras con el otro retiraba la sábana de
su cama para poder meterla dentro. Iba en shorts y camiseta de manga corta, así
que pensé que tampoco le hacía falta un pijama, que por otra parte seguro que
sería feo o gracioso y digno de comentar. Le quité las zapatillas y la tapé con
la sábana intentando ponerla en alguna cómoda postura. Supongo que no debía de ser una postura cómoda aquella en la que le puse porque la despertó
un poco y balbuceó algo, en esa fase en la que estás medio despierto o medio dormido,
que quieres decir algo, pero lo quieres decir cuanto antes para poder seguir
durmiendo. -¿Qué?- Le pregunté, acercándome para oírla. –Que te quedes aquí-
sentenció antes de volverse a dormir, después de girarse contra la pared y
dejarme casi media cama. Y digo casi, porque Roxana tenía esa bonita costumbre
de dormir plegada en las piernas de manera que ocupaba bastante más de lo
normal. Me quité las zapatillas y estiré los brazos hacia los lados para
relajarlos. Después la tapé del todo y me tumbé encima de las sábanas con los
brazos detrás de la cabeza, mirando al techo. La miré, la vi dormida, tan
bonita, tan tranquila, tan de cristal… os puedo asegurar que me habría quedado
mirándola, pero el sueño podía conmigo. Miré por la ventana y pensé: “Bonita
noche”. Y no me refería a la que había fuera.
Mañana más =)
--;@
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