lunes, 25 de febrero de 2013

En Silencio por ti (11)


¡Y otro trocito más! Que os guste.


Cuando llegamos a su casa, de todas maneras ya no faltaba tanto para la media noche. El cielo estaba tranquilo y despejado, se podían ver algunas estrellas que miraban la escena desde el cielo; la luna, llena y redonda, les vigilaba desde un lado, medio escondida tras una nube. Abrió la puerta de la casa y pasamos a oscuras riendo por lo bajo, a pesar de que no había nadie más en la casa. –A la cocina, que tengo sed- dijo ella tanteando la pared para no chocarse con nada más. Encendí la luz de la cocina al entrar, caminando inmediatamente a por dos vasos y la botella de agua. Mientras llenaba los vasos ella se sentó en la mesa y puso cara de fastidio. Le serví el agua y me senté a su lado – ¿qué pasa?- dije justo antes de pegar un buen trago de agua. Ella bebió también y puso cara de desgana –naaaaaaaaaaaada, que no hemos hecho ninguna cama y hay que poner las sábanas y todo eso-. Sinceramente a mí tampoco me hizo ninguna gracia y gruñí. Estaba cansado del viaje, de caminar, de todo, y si ni en mi casa me nacía hacerme la cama…imagínate fuera de ella. Pero claro… -Está bien, vamos- dije poniéndome de pie en medio salto. Fuimos a su habitación y le ayudé a hacer su cama, sabanas azules, cómo no. Me habría reído o habría hecho algún comentario ingenioso al respecto, pero solo podía pensar en dormir. No sé si tardamos tanto en hacer la cama por eso mismo, o porque es una de esas malditas camas pegadas a la pared en las cuales no puedes evitar rasgarte los dedos al intentar poner las sábanas en esa parte. Fuera como fuere por fin la dejamos lista y después de un pequeño resoplo me dijo –espera, voy a sábanas para la otra cama, están en la habitación de mis padres, creo-. Me senté, cansado, esperando a que me llamara o viniera con las sábanas. No tenía ni idea de dónde iba a dormir, ni se lo había preguntado ni me importaba…sólo quería una cama y unas sábanas limpias. Estaba sentado, pensando en lo bien que me lo había pasado ese día y lo prometedor del día siguiente. Mirando su habitación ahora con más detenimiento, no por nada, sino porque no tenía nada que hacer, me di cuenta de que no era tan desordenada como yo pensaba. Hasta tenía los libros ordenados por colecciones y tamaño. Al cabo de casi 20 minutos me asaltó una duda existencial de primer orden. ¿Cuánto se puede tardar en encontrar unas sábanas? Reí por dentro y me levanté para buscar a Roxana. Lógicamente mi primera idea fue ir a la habitación de sus padres, y en efecto, ahí la encontré. Los armarios abiertos y ella tirada en la cama, boca abajo dormida, totalmente vencida por el cansancio y desde luego… sin mis sábanas. Me acerqué y le toqué el brazo, susurrando su nombre, pero no se movió. Estaba bien dormida. Miré primero si encontraba las sábanas, pero pensé que era mejor dejarla a ella en su cama y seguir yo después con la búsqueda. Le di la vuelta, deslicé los brazos por debajo de sus piernas y el cuello, levantándola con cuidado y despacio para no despertarla. Pese a lo mucho que ella se quejaba continuamente, no pesaba tanto, y así la lleve hasta su cuarto.
No sé exactamente como lo hice, pero conseguí, al ponerme un poco de cuclillas, sujetarla cómodamente con un brazo, mientras con el otro retiraba la sábana de su cama para poder meterla dentro. Iba en shorts y camiseta de manga corta, así que pensé que tampoco le hacía falta un pijama, que por otra parte seguro que sería feo o gracioso y digno de comentar. Le quité las zapatillas y la tapé con la sábana intentando ponerla en alguna cómoda postura. Supongo que no debía de ser una postura cómoda aquella en la que le puse porque la despertó un poco y balbuceó algo, en esa fase en la que estás medio despierto o medio dormido, que quieres decir algo, pero lo quieres decir cuanto antes para poder seguir durmiendo. -¿Qué?- Le pregunté, acercándome para oírla. –Que te quedes aquí- sentenció antes de volverse a dormir, después de girarse contra la pared y dejarme casi media cama. Y digo casi, porque Roxana tenía esa bonita costumbre de dormir plegada en las piernas de manera que ocupaba bastante más de lo normal. Me quité las zapatillas y estiré los brazos hacia los lados para relajarlos. Después la tapé del todo y me tumbé encima de las sábanas con los brazos detrás de la cabeza, mirando al techo. La miré, la vi dormida, tan bonita, tan tranquila, tan de cristal… os puedo asegurar que me habría quedado mirándola, pero el sueño podía conmigo. Miré por la ventana y pensé: “Bonita noche”. Y no me refería a la que había fuera.

Mañana más =)

--;@

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