13.
Supongo que
ahora esperaréis que os cuente como fue todo, a dónde fuimos, qué vimos y lo
mucho que disfrute del paisaje y la compañía. Estaréis deseosos que os explique
por qué tuvimos que irnos corriendo de Sighisoara mucho antes de lo previsto o
cuánto le costó escalar la roca en Muntii Harghita y lo mal que quedé al
intentar fardar de habilidades de escalador. Seguramente también querréis saber
porqué acabé totalmente mojado de arriba abajo cuando pasamos por el Sfanta Ana
y como tuve que cambiarme a escondidas la ropa mojada por la seca, con pillada
incluida, y todo por culpa de la piedra que cogí el primer día; y cuantas veces
dije “dios, impresionante” mientras estuvimos en el “Manastirea barsana” y cómo ella criticó mi falta de originalidad
para expresar asombro. La verdad es que fueron unos días llenos de mucho
caminar y muchos paisajes y sitios preciosos, pero sobretodo, fueron unos días
de mucha alegría y muchas risas. Pero no os los puedo contar, y no porque tenga
algo que ocultar, sino porque estoy convencido que ni con mis mejores palabras
podría ser justo a la hora de describirlo. Son sitios tan especiales, tan
mágicos… y las vivencias que ofrecen tan únicas, que hay que ir allí y verlos en persona. Cada viaje, cada excursión,
cada lugar que pisamos… son lugares incomparables que seguro crearán una historia
diferente para cada uno de vosotros de los que os decidáis a ir, y os aseguro
que valdrá la pena. Entonces, “¿Por qué estás contando esto?” os preguntaréis.
Pues bien…porque el último día antes de irnos, paso algo que cambiaría
totalmente mi vida, y eso sí que quiero compartirlo y puedo explicarlo bien.
Dejamos para
el final lo mejor: Transfagarasan. Sin palabras. Carreteras kilométricas con
unas curvas y un paisaje que hacían que te sintieras vivo. Si hay una carretera
que te lleve al paraíso tiene que ser esa, sin duda. Por si alguna vez vais tomad nota de cómo se disfruta el viaje. Lo más importante es o ir en un
descapotable o tener las ventanillas bajadas. Deja que el viento de la montaña
se crezca al tiempo que tú aceleras y que golpee tu cara, siéntete vivo. Lo
ideal es poder conducir tú, no digo que no se disfrute de copiloto, pero coger
esas curvas con las manos agarradas al volante…es indescriptible. Es un total
subidón de adrenalina. Oh, sí, un consejo más… no juegues a taparle los ojos al
que conduce, intenta no caer al barranco.
Nosotros teníamos un cometido ya
desde el principio del viaje: Llegar arriba del todo y esperar para ver el
atardecer. En verdad yo le dije que prefería el amanecer, que me habría hecho
mucha más ilusión ver eso que el atardecer que ya lo habíamos visto en el Copou,
pero ella protestó muy enérgicamente porque no quería tirarse ahí horas y horas
esperando y que luego había que volver y blablablá. Aun así fuimos sin prisa,
disfrutando de cada kilometro, de cada curva, con la música puesta y viviendo
la experiencia como si no hubiera mañana, como si fuera nuestro último día. Si
las palabras libertad y felicidad tuvieran forma física, habríamos sido
nosotros ese día. Llegamos arriba del todo cuando aún faltaba 1 hora para el
atardecer. Dejamos el coche en un lado de la carretera donde no molestara e
intentamos buscar el mejor lugar para sentarnos y esperar. –Ahí arriba- le dije
señalando una pequeña roca. –Nooooo, escalar no- protestó ella. La miré frunciendo
el ceño – Has venido aquí para ver el atardecer, ¿o para ver el atardecer de la
manera más bonita posible? Yo soy el que sabe de cosas bonitas, tú sólo “eres”
una- enfaticé. Se rió y accedió a dejarme liderar la situación, así que subimos
a lo alto de la roca, fácilmente y sin percances, y nos pusimos lo más cómodos posible. Nos quedamos callados un momento, mirando el paisaje, mirando al
horizonte, al infinito horizonte. Interminables montañas e inmensos valles con árboles que proyectaban sombras a capricho del sol que, irónicamente, también era el que le daba color al paisaje. – Es precioso- dijo ella. –Sí que lo es-
contesté yo. Estaba todo tranquilo, lo único que yo podía oír era el viento
rozando las montañas y los latidos de mi corazón, emocionado por las vistas y
el momento de paz y armonía.
Entonces me metí la mano en el bolsillo. Ella me miró
un poco y después miró al frente, sonriendo. – ¿Ha llegado el momento
entonces?- me preguntó sin dejar de sonreír. Algo tembló dentro de mí por un
momento, me quedé helado por un segundo. Reaccioné. –Sí, creo que sí- dije mientras sacaba la piedra del bolsillo, la piedra que había cogido en el lago el primer día. Me quedé contemplándola, sobre la palma abierta de mi mano, sonriendo
y sin decir palabra. Ella esperó sin interrumpir mi silencio, lo agradecí mentalmente, giré
hacia ella la mirada y finalmente expliqué: -Recuerda, te dije que era una
tontería, que no lo entenderías- ella tan sólo asintió. –Pues bien, esta piedra
la cogí el primer día, como sabes, y desde entonces ha estado con nosotros en
todo momento, en todos los sitios. Estuvo en el Copou, estuvo cuando casi te
tiro a la fuente, estuvo de cena, estuvo cuando tuvimos que salir corriendo de Sighisoara
y por supuesto en Sfanta Ana... Y es una piedra, las piedras no olvidan. Así que ahora mismo, para mí,
esta piedra significa todo lo que hemos vivido en este viaje, todos los
momentos y paisajes, todo, todo grabado en esta piedra. Y aunque sé que suena a
tontería, cada vez que mire esta piedra voy a recordar todo esto y voy a
sonreír, sea cuándo y dónde sea. Por eso la cogí, ya sé que es una tontería-
concluí la explicación y volví a mirar a la piedra un momento, después al horizonte
infinito de nuevo. Hubo un pequeño silencio, pero ella no había dejado aun de
sonreír. –No es una tontería, te entiendo- dijo, sin más, mirando a la piedra y
después, como yo, al horizonte. –yo tampoco querría olvidar nada de lo que
hemos vivido estos días- añadió.
Mañana más. ¡Queda poquito! =)
--;@
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