Décima parte de la historia. Por petición de una lectora amiga mía voy a explicar brevemente que en Rumanía no se comen bocadillos tal cual, como puede parecer después de leer un fragmento de mi historia, sino que comen "sandwiches". Pero tienen pan y tienen comida, y si los juntan a petición de alguien (¿alguno de los protagonistas quizá?), entonces forman BOCADILLOS.
Espero que ya puedas dormir tranquila, querida lectora.
El
primer plato, en verdad, no tenía nada de especial. Era una ensalada bastante abundante, con tomate, pepinos y hasta cebolla. Sí, yo odio la cebolla,
lo sé… pero en ese momento… ¿sabéis qué? Todo me sabía bien. –Espero que no te
importe que haya pedido por ti- le dije pinchando un poco de ensalada con el
tenedor. Le sonreí al camarero que traía la jarra de cerveza bien fría y la
cogí para servirle un vaso a ella. Demasiada espuma, pero no se quejó. – No,
no. Por ahora bien, ya veremos el segundo.- comentó ella, empezando a comerse
tranquilamente su ensalada. Como ya he dicho el restaurante estaba medio
vacío, apenas había 5 personas más a parte de nosotros. De todas maneras podría haber estado lleno, que hubiera dado igual. Para mi no había nadie más. Nos reímos mucho durante el
primer plato y debíamos de estar realmente sedientos, porque la jarra de
cerveza duró menos de lo esperado, obligándome a pedí otra. No sé muy bien sobre qué empezamos
hablando, pero acabamos contando cosas de cuando éramos pequeños, caídas,
momentos vergonzosos y graciosos. La cosa era seguir riendo, y eso ella lo
hacía muy bien.
En honor a la verdad debo decir que alguna de las historias
que conté, las exageré… y otras simplemente tenían de verdad lo justo. Pero si
vosotros la vierais sonreír… entenderías que todo valía.
-Ahí viene
el segundo plato- dijo ella girándose un poco. Velozmente le cogí de la mano,
tirando un poco. – ¡No mires! Es una sorpresa. Bueno, algo así- vacilé. – No es
una sorpresa, pero no sé… no te gires- Le solté la mano, ella entornó los ojos
y espero tranquilamente con un “vaaaaaaale” tan exagerado como las historias
que le acababa de contar. Cerró los ojos para seguirme el juego y espero a
tener el plato delante de ella. Respiró hondo, levantó una ceja. –Huele bien-
dijo –me suena bastante- se paró a pensar. Estiré los brazos y corté un trozo de lo que había en su plato,
le dije que abriera la boca y aunque al principio se resistió como era de
esperar, al final abrió la boca, todo por seguirme el juego y le acerqué el
tenedor. Se acercó muy lentamente, con miedo casi, y al final mordió.
–“Ohmygod”- abrió los ojos de par en par – ¡es “mici”! ¡Esto me encanta!- dijo
contenta. Sonreí, había elegido bien, menos mal. Me gustaría poder decir que el
postre fue todavía más espectacular, pero no lo fue. Mis planes no habían
llegado tan lejos, y eso fue todo lo que pude hacer.
Disfrutó
comiendo, eso era indiscutible, le brillaban los ojos. Debo de reconocer que el
“mici” está delicioso, especialmente acompañado de patatas fritas. No es la
típica carne picada que consumimos en España, eso lo puedo asegurar. Tiene
mucho más sabor y posiblemente algún ingrediente del que no estoy seguro quiero
saber su nombre. Yo y la comida.
Pagamos la cuenta a medias y le di las gracias al camarero, tanto por
el servicio como por no habernos cobrado la segunda jarra de cerveza, la cual
por cierto cayó entera también. Supongo que os preguntaréis por qué no pagué yo la cuenta entera, gesto típico de un caballero. Creerme, lo intenté, pero Roxana se negó en rotundo, casi hasta enfadarse.
Así que ahí estábamos, en mitad de la calle y
un poco más contentos de lo normal. Comenzamos a caminar, yo le seguía,
tranquilamente, imaginando que volveríamos andando a casa. Se perdió. De pronto
se paró en mitad de la calle y comenzó a reírse. Yo no lo entendía. – Me he
perdido- dijo –creo que me he perdido-. La miré un poco sorprendido, pero la
verdad es que me dio igual. – Querrás decir perdido- marqué bien la “r” de
perdido tal y como debe sonar. –¡Si es lo que digo! – protestó- lo digo
perfectamente bien y lo sabes-. Me reí, se rió. Negué con la cabeza y repetí
–perdido. Se dice así, perdido. Perdido- vocalicé exageradamente y ella volvió
a protestar – que lo digo bien… ¡joder!- dijo agitando el brazo hacia mí. Me
aparté y comenté una vez más: - Sí, como pera y perra, jajaja – reí y corrí. Sí, corrí
porque Roxana empezó a seguirme con la clara intención de querer pegarme. No hacía muchos días que me había estado burlando de ella porque no sabía pronunciar la "r" adecuadamente y casualmente todo empezó por la palabra pera, que ella hace sonar parecido a perra.
No sé si fue el alcohol en el cuerpo
o que jugaba en casa, pero corría más de lo que la he visto correr en mi vida.
Agarré mi mano a una farola para dar una vuelta de 180 grados en mitad de
carrera. Me habría quedado genial, pero tropecé con el bordillo y nos chocamos
estrepitosamente cayendo al suelo. Fue un golpe no muy doloroso en verdad,
pero íbamos rápido y fue inesperado. Además debo de recordar que habíamos
bebido un poco de más…así que ahí estábamos, tirados en el suelo, riéndonos. Yo
había caído primero, que ya iba embalado, y ella había caído después cayendo
perpendicularmente sobre mí. Es decir, me estaba chafando. Ambos intentamos
hablar en algún momento, pero no pudimos, sólo nos salía reír. ¿Qué fueron, 5
minutos? ¿Quizá 10?... Al final tuve que pedirle que se levantara, ya casi no
podía ni respirar. Gruñó un poco diciendo que se había manchado los pantalones.
–Pero ¡qué dices! Si llevas shorts…- contesté yo. Volvimos a reír. Realmente no
parecía importarle mucho, al fin y al cabo, tenía 14 pares de vaqueros en casa,
siempre podía hacer más shorts con ellos. Decidimos hacer una excepción en
cuanto al gasto de dinero innecesario y cogimos un taxi para volver a casa.
Ella sigue diciendo que era porque se hacía tarde y nos habíamos hecho daño…yo
sigo pensando que no sólo se había perdido, sino que no sabía volver.
Mañana más. Aprovechad el domingo que los lunes siempre se hacen pesados.
--;@
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