14... y final.
Apreté la
mano de la piedra en un puño, cerré los ojos y respiré hondo aguantando el aire
dentro unos segundos. Tenía algo de miedo, no sabía cómo iba a responder ella.
Le cogí la mano, se la abrí y puse la piedra en su mano. – Toma pues- le dije –ahora
que sabes lo que significa esa piedra me gustaría que te la quedaras…-
tragué saliva, inconscientemente- me gustaría que pudieras sonreír cada vez que
la veas- concluí. La miró un poco, en silencio y sin decir nada, yo desvié la
mirada y volvía a enfocarla al horizonte. Si iba a decir o hacer algo que no me
gustara no quería estar mirando. Llegué
incluso a pensar que iba a tirar la piedra al vacío o a reírse de mí. Nada más
lejos de lo que pasó. Se me heló la sangre, se me cortó la respiración, si
hubiera querido moverme en ese momento, no habría podido. Me besó en la mejilla
-Gracias- me dijo. No entenderíais nunca lo que significaba ese beso para mí.
Roxana es poco demostrativa de cariño. Por no dar, no me da ni dos besos cuando
hemos quedado por ahí. Ese beso era un regalo suyo, de igual valor sentimental
o más que la piedra. Aunque todavía tenía la cara de un bobo sonreí en mi interior. Se apoyó en mi hombro, ya estaba escondiéndose el sol. Al
rozar el sol las montañas, las nubes de alrededor comenzaron a hacerse
naranjas, los rayos de sol parecían lenguas de fuego que convertían en
brillante oro todo el cielo que tocaban. Las sombras que caían en el valle a
nuestros pies y en las laderas de las montañas iban alargándose y haciéndose
más finas, más delicadas, hasta que al final desaparecían. El sol se escondía
lento, pero imparable. El viento había parado, era todo silencio. Se apoyó un
poco más en mi, empezaba a refrescar ahí arriba, y me quité la chaqueta,
poniéndosela en la espalda y pasándole el brazo por encima para cogerla.
Todavía se veía un poco de sol. No dijimos una sola palabra en todo el rato, ni
una sola, ni falta que hacía.
Las nubes comenzaron a perder color, a hacerse
poco a poco transparente e invisibles… hasta que el sol despareció del todo, y
con él las nubes. No sé cuánto tiempo más estuvimos ahí, sin movernos ni un milímetro, buscando cada una de las estrellas que iban apareciendo moteando el firmamento. Miré a Roxana y la encontré con los ojos cerrados, otra vez
dormida. Para cuando volví a mirar al cielo, ya había más estrellas de las que me atrevía a ponerme a contar y la luna iluminaba de forma tenue las faldas de las montañas que nos rodeaban. El paisaje era el mismo, seguía siendo espectacular aunque solo
fuera por la inmensidad del cielo que se podía observar. Un sitio ideal, con
una compañía ideal, en un momento perfecto. Si hubiera podido detener el tiempo
en un momento de mi vida ese habría podido ser el más oportuno.
Y sólo
entonces lo comprendí: Puede que nunca llegue a tener lo que busco, puede que
tenga que guardarme esto tan fuerte que siento sólo para mí, que no tenga la
oportunidad de compartirlo con ella. Puede que tenga que seguir escribiendo
cartas que nunca enviaré, callarme canciones que lloraron al ser compuestas u
olvidar sueños y sorpresas que harían de sí una historia. Puede que cada día la
quiera más y no pueda demostrárselo como quisiera…pero siempre que la siga
teniendo cerca, sea de la forma que sea, daré las gracias por este regalo que
es ella.
La levanté
con suavidad, y la llevé hacia el coche. Justo antes de llegar, despertó. Abrió
sus grandes ojos marrones, brillando a la luz de la luna, y me miró los ojos. Y
entonces, justo entonces… vi lo que yo que había querido ver. El amanecer.
Y aquí y así termina esta historia. Espero que os haya gustado y que hayáis disfrutado leyendo al menos una quinta parte de lo que yo disfruté escribiéndola. Muchísimas gracias a Roxana, sin quien esta historia no habría sido escrita jamás.
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