Había pensado en escribir un poema, había pensado en escribir una historia. No podía hacer las dos cosas a la vez, y las dos cosas me apetecía escribirlas. Así pues, he pensado. ¿Por qué quiero escribir ese poema, por qué quiero escribir esa historia? Y la respuesta no podía ser más simple: Quiero expresar una sensación y un sentimiento que está vivo ahora dentro de mi.
Así que ni poema ni historia, simplemente... mi sentimiento:
Ese momento en el que realmente necesitas concentrarte para contener tus ganas de escribir a otra persona, que por dentro sólo quieres que pasen los segundos, los minutos, la hora que ha tenido que ausentarse para dedicarla a quehaceres y obligaciones. Ese momento en el que tienes hambre, de conocer un poco más, y que cuanto más conoces, más hambre te da; que hablas y escuchas con detenimiento cada una palabras que salen de su boca, y te preguntas si no será únicamente porque te gusta esa chica. Entonces te detienes un segundo en el pensamiento, sonríes para ti mismo, y te das cuenta de que no, no escuchas con detenimiento e interés sus palabras porque te gusta, sino que porque escuchas con detenimiento e interés sus palabras, te gusta.
Ese momento en el que te despistas, y para cuando quieres darte cuenta estás sonriendo estúpidamente, otra vez más; que te despistas, y para cuando quieres darte cuenta ya no son la 1, ni las 2, ni las 3...
Ese momento en el que su sonrisa va transformándose en tu sonrisa, en el que una pizca de miedo se acuna en tu pecho, porque sientes que tienes algo que no quieres perder.
Ese momento, es cada momento desde que te conozco.
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