Me sentó en el banco del centro de la sala, dejando que mis retinas se empaparan de los colores y texturas de los cuadros que tenía delante. En silencio y durante unos largos segundos se limitó a apoyarse en mi hombro, abrazándose con cuidado a mi brazo y observando ella también aquellos cuadros que había visto tantas veces antes.
"Como puedes ver la temática es siempre de carácter religioso y los colores son extremadamente peculiares en cuanto a su intensidad" dijo ella separando por fin su cabeza de su hombro "además, ¿Ves esas sombras que se reparten entre los pliegues de las ropas? Están tan marcadas para dar más énfasis a los colores, y porque la luz en ese cuadro de ahí" señaló "viene de la paloma que se encuentra justo en lo alto del cuadro".
Desvié la mirada del cuadro un momento para observarla a ella, tan emocionada mientras hablaba, tan contenta de estar allí, tan ella. Me sentí extrañamente orgulloso de ella, atraído de una manera diferente, y aunque no me di cuenta hasta más tarde, ahí es cuando empecé a enamorarme de la pintura también.
"Es cierto, eso parece." comenté, devolviendo la mirada a los cuadros, dejando que continuara con su explicación eufórica. Realmente me sorprendía que supiera tanto acerca de aquellos cuadros, del autor, de todo. Estaba claro que era algo más que una cara bonita, que pese a su joven edad había tenido tiempo de aprender muchas más cosas que otra gente con más tiempo, y que el tipo de cuestiones y preocupaciones que rondaban por su cabeza eran casi tan interesantes como ella misma.
"Pero bueno, ese cuadro personalmente no me gusta mucho, así que mejor nos movemos a la siguiente sala" comentó ella mientras me besaba y se levantaba estirando de mi brazo con suavidad. No opuse resistencia, sonreí en dirección al cuadro que parecía no ser merecedor de nuestro tiempo y la seguí hasta la siguiente habitación. Retratos por todos los lados. "Ésta es mi obra favorita" dijo ella señalando la obra del caballero de la mano en el pecho. Le eché un vistazo muy fugaz, a primera vista no parecía tener nada del otro mundo y me suscitaba poco interés. Pero entonces me retó. Me miró con sus ojos llenos de vivacidad y astucia y me retó: "A ver si me puedes decir en qué es este cuadro diferente a los otros retratos". Acepté el reto tácitamente, sin decir ni una sola palabra. Yo no tengo ni idea de arte, no he mirado un museo con interés en mi vida, y mis conocimientos sobre la pintura y su historia se limitan a recordar que sólo se pintar rosas. Y aún así, aún así ella hizo que quisiera jugar, que de alguna forma me interesara, transformó aquello en algo que me encantó, en algo que llamó mi atención, que me entretuvo.
"Hm, bueno, para empezar éste es el único que está mirando totalmente de frente, además en la mirada y la sonrisa, porque a mi me da que está sonriendo un poco, se nota que era alguien con confianza en sí mismo. Es el único que sale representado junto con su espada, lo cual imagino que lo convierte en un caballero de algún tipo, y debía de ser importante porque también es el único al cual le han pintado prácticamente de medio cuerpo, en lugar de solo el busto. No comento sobre la mano en el pecho, porque es obvio que es un rasgo a destacar, de ahí el nombre, aunque la forma en la que están dispuestos sus dedos me parece curiosa y supongo que significará algo. Hmmm.." pensé un poco más, alternando mi mirada entre un cuadro y los otros. "Supongo que también se podría destacar que lleva un colgante debajo de la camisa, y también no sé, que el hombro izquierdo y el brazo están distintos y tiene una especia de linea difuminada a lo largo del mismo. Ya está" concluí diciendo, contento con la cantidad de cosas que había conseguido decir que a mi me parecían diferentes. Mi alegría tropezó un poco con su falta de asombro. Se limitó a asentir repetidas veces y acto seguido me explicó el por qué de cada una de las cosas que yo había mencionado. Que si la posición de los dedos era la señal característica del Greco, que si el hombro ese era a causa de la herida que sufrió en batalla, etc. No reparó en que lo que para ella era algo tan obvio y sencillo, para una persona con mi cultura artística no lo habría sido tanto, pero tampoco me importó no recibir el mérito que pensaba que merecía por mis observaciones y deducciones. La veía radiar con felicidad y emoción, y me era imposible no contagiarme de ambas.
No sé en qué momento me absorbí tanto en todo aquello, que cuando anunciaron que teníamos que desalojar el museo para su cierre yo realmente sentí que me había quedado con ganas de más. Reí bajito, pero en voz alta, haciendo plausible mi grata sorpresa al darme cuenta de que había disfrutado de algo que nunca antes había pensado que me pudiera interesar lo más mínimo. Cuando estábamos ya cerca de la salida dejó su libro de historia del arte sobre una mesa para ponerse la chaqueta y ayudarme a mi con la bufanda. No es que no pudiera ponérmela yo sólo, simplemente le había dicho que no sabía ponérmela, porque si lo hacía ella me gustaba más. Una vez abrigados salimos por la puerta y caminamos por los jardines de al rededor del prado, despacito, amparados por la oscuridad que había caído sobre la ciudad mientras estábamos dentro y que ahora se extendía por todos los sitios, esquivando faroles y coches, y a su sonrisa también.
"¿De verdad habías estudiado para poder decir cosas hoy?" me preguntó entusiasmada y, ahora sí, un poco sorprendida "y..¿qué cosas habías aprendido? ¡Cuéntame!" me pidió, mientras tiraba un poco de mi mano y se apretaba a mi. Negué con la cabeza. Admito que me daba vergüenza, y pensaba que cualquier conocimiento que yo pudiera haber adquirido de una leída rápida sería una burla en comparación con todo lo que ella sabía desde hacía tiempo. Opté por buscar una excusa que ella no pudiera salvar. "Pues es que sin los cuadros delante no me sale" le dije, despreocupándome del tema. Vi en su cara una sonrisa pícara y cómo le brillaban los ojos con malicia, y lo entendí rápidamente. Ella tenía el libro con los cuadros plasmados en él. Pero la suerte estaba más de mi parte aquella noche, y cuando fue a buscar su libro en su bolso, no lo encontró. Su cara cambió de sonrisa a pánico. "¡Mi libro!" y echó a correr de vuelta al museo, y yo detrás. No pude evitar reírme, no sé por qué en ese momento la situación me pareció tan graciosa. Verla correr, así como no la había imaginado nunca, con su largo abrigo, deslizándose entre la gente y subiendo los escalones de dos en dos. Ella no me escuchó reír, estaba realmente preocupada por su libro, intuí, y sólo cuando le dejaron pasar para recuperarlo pude verla respirar tranquila de nuevo. Aquella pequeña tontería, quizá no habría significado nada para nadie más, pero para mi sí. Mientras esperaba a que saliera del Prado con su libro bajo el brazo, pensé en qué clase de persona siente preocupación real por un libro, pensé en qué tipo de persona es capaz de perder la respiración hasta haber recuperado algo que está hecho de papel, que no es más que tinta... y un estúpido pensamiento de los míos asaltó mi cabeza sin pedir permiso, sin que nadie autorizara la entrada.
"El tipo de persona de la que no me importaría enamorarme".
Cuando llegó, mi boca se abrió para dar voz a mi pensamiento, pero el viento se llevó mis palabras incluso antes de que éstas salieran, el frío las heló en mi garganta impidiéndoles el paso. O quizá reparé en que algunas palabras son peligrosas si se dicen cuando no toca, o quizá no reparé nada, y no fue el frío el que heló mis palabras, sino el miedo.
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