lunes, 10 de febrero de 2014

Fría noche de Madrid.




El frío era implacable, se filtraba por cualquier recoveco de entre las ropas y se agarraba a la piel hasta penetrar por ella y tocar los huesos. Habían caminado juntos, habían hablado y habían reído...pero no había tenido la determinación suficiente para acercarse un poco más. Sin embargo, aquella situación era diferente, aquella situación le hizo enterrar su vergüenza, le hizo apartar sus temores y todas sus posibles consecuencias... sentada en aquella parada de metro, ella temblaba de frío, y sentado en aquella misma parada de metro, el la abrazó. Rodeando su cuerpo con sus brazos y estrechándola contra su pecho intentó aparatar el frío de su cuerpo, intentó darle el calor que tantas ganas había tenido de darle en secreto.
Ella apretó su cabeza contra él, subió las piernas sobre las suyas y todavía con el frío intercalando sus palabras le dio las gracias. 

Así permanecieron largo rato, él jugando de forma distraída con su pelo y su espalda, frotando con sus manos aún sin darse cuenta de que las estaba usando. Y mientras hablaban, y seguían hablando, como si aquel lugar fuera el mejor sitio para estar, como si no hubiera otro sitio mejor en el que estar, como si hubieran estado buscando un momento así durante mucho tiempo, y finalmente lo hubieran encontrado. Y así debía de ser, pues al llegar el metro... lo dejaron pasar...a ese, y al siguiente también, sólo por seguir abrazados, sólo por seguir acompañados el uno del otro. En una de las muchas cosas que se dijeron, ella despegó su rostro del pecho de él y le miró a los ojos, cerca como estaban, casi podía verse las pupilas reflejadas en su mirada. Es cierto que él ya no recuerda qué le preguntó ella en aquel momento, tan cierto como que mil pensamientos pasaron volando por su mente en tan sólo una décima de segundo, mil pensamientos distintos con un sólo factor común denominador.. ella.
Cuando ella volvió a pegar la cabeza en su pecho, su corazón latía un poco más rápido, quizá ella nunca lo notó, o quizá no quiso decirlo...el caso es que ese instante en el que se habían mirado, a él le había cambiado. 

"Oye, tengo que decirte una cosa..." le dijo él alejando lentamente su pecho de su mejilla. Ella le miró dudosa, era difícil saber si era una broma lo que venía a continuación, o era algo más serió, pero al verle los ojos, dejó de dudar. "Dime, ¿qué pasa?" preguntó ella mientras aguantaba la mirada. Él la miró durante un par de segundos, en silencio, y después desvió la mirada hacía ningún lado para poder centrar sus palabras. "Es que sé que si no te lo digo, me arrepentiré toda la noche..." dijo él, y ella simplemente asintió, aunque sus ojos brillaron con un poquito más de calor. 
Respiró hondo y temblando por dentro, y no precisamente del frío, lo dejó salir, como si hubiera estado oprimiéndole por dentro, como si estuviera dejando salir una carga que no le dejaba respirar. "¿Puedo darte un beso?".

Se hizo el silencio, la palabra resonó en el viento, se congeló en el frío de la gélida noche de Madrid.Sus labios se curvaron con gracia en la más sutil de las sonrisas, mientras el corazón de él se paraba, negándose a funcionar hasta saber qué iba a suceder. Y con tan sólo ese movimiento lento de su cabeza, ese asentir que ella también había estado esperando, volvió su corazón a latir, volvió la sangre a hervir. Y un sólo beso, un beso tan sencillo y tan inocente como cualquiera, pero que hizo imposible medir el tiempo y la intensidad. Un beso, sólo uno... y el metro al que sí se subieron, llegó.



((Y... la he escrito del tirón, sin cambiar nada de nada, sin corregir, sin releer ni sin nada. De golpé. CATAPÚM! y ya... así que.... eso.


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