jueves, 25 de julio de 2013

¿Por qué? No. ¿Por qué no? (2)



Esta vez fue ella la que la encontró, al llegar al portal de su casa, esperando inmóvil su llegada. No hacía más tarde que el día anterior cuando había recibido la primera carta misteriosa y ahora ahí tenía la segunda. Sin remite, sin sello. La cogió del buzón cuidadosamente y mientras caminaba y subía a su casa la abrió, esperando encontrar alguna explicación o al menos una pista que le ayudara a entender el misterio. Pero no, nada nuevo. En esta ocasión la letra era una N, y el número que se podía observar en el reverso era el 9/17.
Entró en casa y saludó de forma distraída a sus padres que estaban en el salón, dirigiéndose casi sin saberlo a su cuarto para coger la T que todavía tenía en una esquina de la mesa. 
"El mismo color, el mismo tipo de letra para los números." dijo para sí misma pensativa mientras ponía una letra al lado de la otra. Puso la T delante de la N, y luego al revés, y lo repitió varias veces, mirando de vez en cuando el reverso de las mismas.
De pronto, como por arte de magia, le vino a la cabeza la solución. "¡Ah, entiendo! El número 17 es el mismo para ambas letras... así que seguramente eso indique en qué orden he de colocarlas más adelante" dijo para sí misma, sonriente y feliz de haber resuelto el misterio. Pronto esa sonrisa se convirtió en una mueca de fastidio. Tendría que esperar hasta quién sabía cuando para poder descifrar el mensaje, que por otra parte...¿De quién podía ser?.

Durante todo el mes fue recibiendo esas cartas, cada una con una letra y un número en el reverso. No recibía una cada día, a veces no recibía carta, y esos días eran un poquito menos interesantes que el resto. Pero la ilusión de mirar todos los días el buzón era siempre la misma. En cualquier caso, para final de mes ya tenía 16 de las 17 letras, todas apiladas en una esquinita de su mesa y ordenadas aleatoriamente fuera de sus sobres. Ya desde el principio había decidido que no iba a leer el mensaje hasta que no estuvieran todas las letras, quería darle un poco más de emoción para que no fuera tan sencillo y obvio, así que aún no se había molestado en ponerlas en orden. Contó. "Una, dos...quince, dieciséis. Sólo queda una" Sabía que esperar sentada no iba a ser la mejor idea, pues seguramente acabaría por picarle la curiosidad e intentaría ordenar las letras, así que se levantó y se fue al salón. Sus padres ya no estaban allí, lo cual le resultó de lo más conveniente. Se acomodó en el taburete y se irguió, respiró hondo cerrando los ojos... y comenzó a tocar. Sin ningún tipo de idea fija, sin ningún tipo de partitura ni en la cabeza ni en papel... simplemente a dejar que sus pequeños dedos se deslizaran con gracia por entre las teclas del piano, a dejar que los latidos de su corazón marcaran el compás de la melodía, a dejar que sus sentimientos, fueran cuales fueran, guiaran sus manos creando así una música profunda que en pocos segundos impregnó el ambiente de la habitación. Si hubiera habido alguien más ahí, seguro que lo habría notado.

Al día siguiente no hubo carta, pero no le sorprendió porque otras veces ya había fallado un día. Al segundo día tampoco hubo carta, pero tampoco se sorprendió, porque los contratiempos surgen sin avisar. Al tercer día, sin embargo, tampoco hubo carta y se preguntó si habría pasado algo que le había impedido al señor o la señora misteriosa entregar su mensaje. Pudo haber ordenado las letras y haber leído el mensaje, pero no lo hizo, y reforzó su idea con la promesa de no leerlo hasta que no tuviera todas las piezas, incluso si tardaba un año.
Y así pasaron los días, incluso las semanas, y aún no había rastro de la última carta que le permitiría completar el mensaje. Ella no lo olvidó, simplemente lo apartó a una esquinita de su mente y lo guardó ahí, en una caja, para continuar con su vida normal.

31 de Agosto de 2013, 18.00 de la tarde. En el cielo un sol omnipotente, sin nubes a la vista. Ella está tranquilamente sentada, ausente del mundo real, pensando. Pero no piensa en una de esas mil cosas que piensan las chicas de su edad, está pensando en cosas más intrincadas, menos tangibles, pero más reales. De pronto, sobresaltándola, suena el telefonillo.
Como una flecha se dirige a contestar "¿Sí?" pregunta ella. "Hay una carta certificada para.." Y dijo su nombre, "¿Está en casa ahora?" preguntan por el telefonillo. Algo le presiona la boca del estómago durante un segundo, un hormigueo le recorre de repente todo el cuerpo. ¿Podría ser la carta...? "Sí, soy yo..." dice esforzándose por no tragarse la voz. "Perdona, ¿podrías bajar a firmar? es que voy con un poco de prisa" se oye a través del telefonillo. Sin saber por qué, se muerde el labio y reflexiona en una décima de segundo "Voy, un momento" y cuelga.
Rápidamente se pone las zapatillas y baja a la calle, sin usar el ascensor. Cuando llega a la puerta y abre no encuentra a nadie. Lo más sensato no sería salir a mirar, pero algo le dice que tiene que hacerlo, que quiere hacerlo. Y sale, y mira detrás de los pilares, y mira entre los arbustos, y no ve nada ni a nadie. De pronto, cuando ya iba a entrar de nuevo, escucha una voz que le resulta familiar detrás de ella.
"Perdona, creo que se te ha caído esto" dice la voz. Ella se gira lentamente, intentando no sonreír, intentándolo con todas sus fuerzas, pero no puede evitarlo. Se gira y ahí está él, sonriente, con el brazo extendido y un sobre en la mano, un sobre sin sello ni remite, un sobre blanco, su sobre.
Ella coge el sobre y lo abre con cuidado, una R, y en el reverso los números 14/17.
Ella le mira y le frunce el ceño, y corre de vuelta a casa, dejando las puertas abiertas tras ella. Corre a su habitación y sin sentarse recoge de la esquinita de la mesa el resto de letras, y les da la vuelta. Las ordena en cuestión de segundos y les da la vuelta de nuevo, girándose y extendiéndolas sobre la cama rápidamente. Se dispone a leer el mensaje, y mientras lo hace, escucha al mismo tiempo su voz desde la puerta. "Te debo aún un abrazo".
Ella sonríe, pero él no lo ve, está de espaldas a él. Ella respira una vez, y luego otra, y después se gira y camina hacia él, que le espera en la puerta de su cuarto con su sonrisa de siempre, sus ganas de siempre de pasar tiempo con ella. Cuando está a menos de un metro, ella le asesta un golpe duro como la roca en el hombro. Le golpea sin avisar, sin venir a cuento...y luego le abraza.

Y del resto de cosas que pasaron aquel día, nadie recuerda nada. Sólo que el sol brilló con más fuerza que nunca, y no en el cielo, sino en su mirada.

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