sábado, 20 de julio de 2013

Cada vez... más (3)



Aquel día prometía ser largo, tenían muchas cosas planeadas y ya por la mañana habían quedado en pasar a recogerla a las 10. Él odiaba madrugar, pero se había levantado a las 9 igualmente, apurando hasta el último minuto antes de levantarse. Se sacudió las sábanas soñoliento, forzando a su perezoso cuerpo a incorporarse en la cama. Se sentó con los brazos apoyados en las piernas y la barbilla sujetada por las palmas de sus manos mientras intentaba asimilar por qué se había levantado tan temprano. Llamaron a la puerta de su habitación brevemente. "Vamos, Raúl, que tenemos que pasar a por ésta a las 10."
Dio un profundo suspiro y se levantó de un salto de la cama. Ya no pensaba en que era temprano, ya no reparaba en la media docena de picaduras de mosquito, ya no se planteaba si tenía sueño o no... lo único que pasó por su cabeza en esos momentos fue la idea de pasar un día entero viéndola.

"¡Hola!" dijo contenta mientras se acomodaba en el asiento trasero del mini. Se suponía que debían ir vestidos de calle, es más, con ropa casi andrajosa y vieja, porque en los diferentes almacenes que iban a visitar se suponía que corrían serio riesgo de mancharse y estropear la ropa. A ella eso pareció no importarle, vestida con una camiseta de tirantes verde y unos pantalones de deporte tan normales como cualquiera esperaba risueña y contenta a que el día diera paso al sin fin de cosas que deparaba.
Supongo que estaréis esperando que os cuente qué hicieron en todos esos almacenes, por qué perdieron en una competición por parejas de empaquetar pedidos de alpargatas, qué premios, regalos y recuerdos se llevaron de cada uno de los lugares que visitaron y por supuesto... cuánto y por qué reían constantemente. 
Pues lamento decepcionarte, querido lector, pero en lo que voy a hacer hincapié es en el trayecto de un sitio a otro, en esos viajes en coche que compartieron.

La miró con ojos curiosos primero, luego con hambre. "Podrías darme lo que te queda de la manzana..." dejó caer desde la parte de delante del asiento. Realmente no había desayunado, la comida por la mañana no solía sentarle muy bien y había preferido salir así sin más. Ella le miró con la manzana aún en la boca, parecía que dudaba si tomarse la petición en serio o en broma. Por si acaso preguntó: "¿Quieres... mi manzana toda babeada?" Es cierto que la pregunta quizá no estaba planteada de la mejor manera posible, pero seguramente la planteó así porque fue lo primero que se le ocurrió, o porque no quería darle mayor importancia.
Él la miró ladeando un poco la cabeza y confuso. Dudó, pero contestó igualmente: "Bueno, está mordida, no babeada, ¿No? ¿O tú comes babeando?" arqueó la ceja, pensando por un momento cómo sería aquello que acababa de sugerir. Desconcertante cuanto menos. Ella miró su manzana todavía indecisa, y él se giró de nuevo en su asiento escondiendo una sonrisa. Ella le dio lo que quedaba de manzana. Él no era consciente en esos momentos, pero más tarde se daría cuenta de que a lo mejor se la había dado por no quedar mal, pero que a ella realmente no le había hecho especialmente gracia. Suspiró para sus adentros, un error. Ojalá hubiera sido el único que había cometido en esos días.
Aún en el mismo viaje pararon en la gasolinera. Iban a ver a un personaje muy peculiar, uno al que le llamaban Sancho Panza, y el conductor les había pedido que intentaran no reírse al verle, entre otras cosas, porque no era de buena educación. Ella no quería reírse, pero a él le encantaba hacerle reír, y más si era arrancando una sonrisa que ella resistiría a soltar.
La persona en cuestión apareció ante ellos, y ella consiguió suprimir su risa... pero él se giró, le miró a los ojos fijamente y sonrió ámpliamente hasta que los labios de ella cedieron en una curva leve, y luego rompieron en una risa furtiva que pronto consiguió acallar de nuevo, después de dirigirle una mirada de reproche al que le había hecho reír.
Esto fue en el viaje de ida, por llamarlo de alguna manera. No fue lo único que aconteció, también estuvieron hablando con el conductor y diciendo tonterías, y también él descubrió que tenía un absurdo pánico a cantar a solas delante de ella. Pero son historias menores, que fácilmente caerán en el olvido tarde o temprano y que por ello, tampoco mencionaré aquí.

Hay que decir que fueron muchas horas en coche si sumabas todos los viajes que realizaron, y que daba mucho tiempo a aburrirse, incluso llegaron a mantener una mini-conversación vía whatsapp estando sentados a menos de un metro el uno del otro. Sin embargo, posiblemente eso tampoco quede en el recuerdo.
Ella le pegó sin avisar en el brazo. Como muchas otras veces, pero esta vez él ni siquiera había hecho ninguna broma que mereciera tal agresión. "Y esto ¿por qué!?" protestó él frotándose la zona donde le había golpeado. Ella contestó con esa expresión suya que no era del todo una sonrisa, ni tampoco del todo una cara seria. "Ha pasado un coche amarillo" dijo sin más.
Él se quedó callado un par de segundos, mirándola perplejo, no parecía creerse aquello. "Oh ma God ¿vas en serio? !A eso se jugaba cuando yo era un niño!" dijo por fin mirándola todavía incrédulo. Ella no respondió a semejante acusación, y a en unos pocos segundos.. ZAS. Otro golpe en el hombro. "Ha pasado otro" fue su única explicación. 
A partir de ese momento aquello se convirtió en una guerra de coches amarillos, los dos se esforzaban por intentar distraer al otro al tiempo que con los ojos pretendían divisar algún vehículo de color amarillo, eso al menos al principio... porque luego ya se conformaban con que al menos tuvieran algo amarillo en alguna parte del vehículo, y luego ya valía casi cualquier cosa que tuviera una pizca de amarillo. La verdad es que era un juego de niños, una tontería, algo muy infantil... pero en ese momento eso daba igual. El juego duró todo el tiempo que estuvieron dentro de un coche, y hay que reconocer que él se llevó bastantes más palizas que ella. Él pensó que ella hacía trampas, a veces ni siquiera llegó a ver esos supuestos coches amarillos, pero rió más que nadie con aquel juego, se sintió más niño que nadie, y más feliz... y todo porque estaba ahí con ella.
En un momento determinado se relajó en el asiento y dio un suspiro profundo, la miró brevemente de reojo y después volvió a mirar a la carretera mientras hablaba. "Sabes qué?" preguntó. Él no la estaba viendo, pero pudo sentir su mirada en su rostro cuando habló. "Ahora todos los coches amarillos me recordarán a ti".
La verdad es que fue una mañana muy productiva, y menos mal, porque la noche dejó algo más que sombras en la calle.


Recibió el mensaje como una patada en el estómago. Una patada en las partes nobles, duele. Una patada en la boca del estómago, te deja sin respiración.
No iba a acudir a la piscina por la tarde antes del concierto.
Mentiría si dijera que eso no le desanimó un poco, era algo con lo que él ya contaba y se lo acababan de arrebatar de las manos. Ella tenía que llevarle unas cosas a una amiga que iba a tocar en el concierto, una amiga que estaba enferma, dijo. "Es justo" pensó él, resignándose a la situación. La verdad es que la tarde en la piscina no fue nada mal. Es más, fue muy divertida, muy animada. Estuvo con sus amigos y amigas, haciendo el tonto y nadando, saltando de las maneras más estúpidas y conversando de los temas más tontos. Si no hubiera estado en el agua, seguramente se habría partido en dos de tanto que se rió. 

El concierto no era lo que él esperaba. Esperaba un lugar cerrado, con butacas y demás acomodaciones, pero se encontró con algo mucho más... simple. Una tarima y un espacio abierto con bancos de piedra a un lado. Él se puso relativamente guapo, con sus vaqueros y su camisa, pese al calor. "¡Qué menos!" pensó él para sus adentros "seguro que ella va igual o mejor".
Y creedme, no se equivocó. Además de ir arreglada y levemente pintada, llevaba su mejor complemento: Su sonrisa.
El concierto no fue muy largo y tampoco muy multitudinario, y realmente el segundo grupo era el único que había suscitado algún tipo de emoción en el chico que, sentado en el banco la mayor parte del tiempo, tenía la cabeza en otra parte. Algo no estaba en su sitio, y no sabía decir por qué.
El concierto terminó y la gente empezó a despedirse. De la gente que él conocía sólo iban a quedar 3 y ella, pero ella tenía que saludar y despedirse aún de bastante gente, así que él espero tranquilamente de pie en un sitio en el que se le pudiera encontrar fácilmente después de que todos hubieran hecho sus despedidas. Entonces pasó lo que quizá encarriló la noche por el camino de piedras afiladas. Le vio, o mejor dicho, los vio, y en una milésima de segundo mil sensaciones azotaron su cuerpo y su mente como un huracán. Mil ideas y pensamientos surcaron su mente, muchas de ellas estúpidas, muchas otras exageradas, y muy pocas con algo de sentido común. Aún con todo, después de eso, le pareció entenderla un poco más, le pareció entender algún por qué más. Ya fuera acertado... o no.
"¿Te pasa algo? Y no me digas que no." preguntó él intentando inconscientemente saber si alguna de sus teorías era acertada. Ella podía haberle mentido, podía haberle dicho que sí o que no, podía haber medido sus palabras o haber explotado en rabia...pero simplemente le ignoró. Le ignoró, y eso se clavó en él como una gélida garra que rasgaba sus entrañas. Y ahí, ahí la noche se perdió.

Sentado en un banco, solo, en frente del pequeño lago de aquel parque. Lo primero en lo que reparó fue en la luz que se reflejaba en el agua, era circular, era intensa, pero venía de una farola. Él pensó que ojalá fuera la luna, y que ojalá ella estuviera sentada a su lado, viendo reflejada en el lago su borrosa silueta mientras uno al lado del otro estaban. Simplemente estaban. Pero nada de eso iba a ocurrir. Ese día seguro que no.
Cuánto tiempo estuvo sentado en ese banco es difícil de calcular, los minutos pasaban deprisa para algunos, despacio, muy despacio, para otros, y realmente, poco le importaba el tiempo a él. Como un niño esperó en el banco, esperó a que ella se tragara su orgullo, esperó a que se diera cuenta de que era su culpa, que por eso él estaba así, por eso él estaba allí. Pero no fue, y cuanto más tiempo pasaba, más rabia sentía él, más se clavaba aquella garra, más arañaba su cuerpo, más helaba su alma. Y pensó que la odiaba, que la odiaba por hacerle eso, que ojala no hubiera ido. Es cierto, lo pensó, y si los patos hablaran, seguramente podrían demostrarlo.
¿Pero cuánto puede durar el odio de alguien que ama? 
"Deberías venir, disimular y decir que ya te has marginado suficiente, te ríes un poco, y ya hablamos luego" leyó él en su whatsapp. Suspiró, y tuvo un momento de lucidez levantándose y caminando hacia los otros.
"Hola, creo que ya he hablado bastante con los patos. Lo siento, tenían mucho que contar, tendríais que oírles hablar. ¡No callan!" dijo riendo. Ella rió también, quizá para disimular, quizá porque le hizo gracia. Y el odio se desvaneció.
Jugaron, contaron acertijos e historias, rieron, cantaron...No hablaron del tema en toda la noche restante, en parte porque tampoco hubo un momento apropiado y quizá también porque era la última noche de él, y no había por qué desperdiciarla. Parecía que no había pasada en ningún momento, que esos ratos de tensión habían sido sólo un espejismo, porque nadie que les hubiera visto sentados en aquel césped, habría adivinado jamás lo que había ocurrido. En su defensa tengo que decir... que era casi imposible sentir enfado ante esa mirada, ante esa sonrisa. No se puede nadar contra corriente.

"No voy a irme esta vez sin hablar contigo. Si me voy sin más, me llevaré mucho guardado." Lo tenía muy claro, si se iba sin hablar con ella, no iba a poder vivir. No se puede caminar con piedras en los bolsillos... y mucho menos en el alma.
Pero de lo que aconteció al día siguiente... de si quedaron o no, si hablaron o no... de eso ya hablaremos en otra ocasión.




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