martes, 16 de julio de 2013

Cada vez... más (2)




"Por favor, conduce bien, conduce despacio, no quiero morir". Estaba lloviendo y es muy cierto que el coche no ofrecía una gran estabilidad en la lluvia, especialmente por los neumáticos viejos. Si a esto le añadías que no había cinturones para los pasajeros de atrás... ciertamente se convertía en un motivo de preocupación. Iban de camino a la piscina del día anterior, aunque esta vez no tenían mucha intención de bañarse, sino más bien de jugar al Padel. Él nunca había jugado, excepto una vez contra su hermano, pero aún así había querido jugar y pretendía ganar. Y si no ganaba, al menos lo intentaría. 
"OH DIOS" exclamó ella. De repente el coche había dado un frenazo a la entrada de una rotonda y las ruedas frenaron no en uno ni en dos, sino en tres tiempos. Le entró inseguridad y miedo, y como si con ello fuera a solucionar algo, se agarró del brazo de él. Quizá pensó que en caso de accidente su brazo amortiguaría el impacto, o que él la aguantaría con suficiente fuerza para que no saliera despedida hacia adelante. Quizá simplemente así se sentía un poco menos inquieta, un poco menos nerviosa.
Él respiró hondo, el frenazo le había dejado más o menos indiferente, al fin y al cabo, la velocidad a la que iban cuando había tenido que frenar el coche, no era tal que pudiera haber supuesto un peligro para sus vidas, además de que confiaba que el conductor debía de conocer el coche mejor que nadie. El motivo por el que a él se le cortó la respiración, por el que el necesito pensar en vacío para relajarse, fue simplemente porque ella le agarró del brazo. Desprevenido y con las murallas sin cimientos, ese agarrón le dejó sin aliento durante unos segundos, le descolocó sus esquemas y tardó en reaccionar. Simplemente se rió un poco, y no se movió ni un milímetro, ni uno sólo. Su brazo quedó inmóvil durante el resto del viaje, con la mano apoyada en la pierna de ella, a la altura de la rodilla, y con creciente pérdida de riego debido a la presión del brazo de ella. Podría haberse movido, podría haber aprovechado para acercarse más a ella en una curva, para bromear tirando de ella. Pero prefirió no moverse... porque lo que tenía en ese momento era simplemente estupendo, y tuvo miedo de perderlo.

"Gracias por empaparme el brazo de sudor" dijo él cuando ella por fin se soltó al llegar el coche a su destino. Ella seguía riendo, o sonriendo al menos, y se disculpó educadamente. Él no sabrá nunca si ella lo supo o no, pero la verdad es que el que sudó, fue seguramente él. Estuvieron casi dos horas jugando al Padel, primero en equipos distintos, y luego en el mismo equipo. No había duda de quién le daba mejor, aunque le costara admitirlo, ella tenía mejor manejo de la raqueta, aunque para consuelo de él, ella comentó que para no haber jugado más que una vez, lo había hecho genial. No hacía falta mucho para que se sintiera mejor, y menos aún si las palabras venían de ella. Intentó llegar a todas pelotas, intentó apurar para hacer algún punto. Intentó e intentó, y lo más sorprendente que logró fue encalar su propia camiseta en lo alto de la verja que rodeaba el campo de padel al intentar tirarla por encima. Ella se rió de él, él se rió de sí mismo. Siguieron jugando un rato más, hasta que se proclamaron ellos dos ganadores y por fin, subiéndose uno encima del otro, lograron recuperar la camiseta y se reunieron con los demás.

Nadie estaba escuchando, cada uno estaba a lo suyo. Estaban todos sentados al lado de la piscina, unos jugando con los dados, otros bañándose, y otros simplemente ausentes y sentados. Él cogió la guitarra, ya sabía que ella no iba a cantar. Pero ¿sabéis qué? tampoco lo habría querido. Las cosas, si no nacen de uno mismo, tienen mucho menos valor, y él quería oírla, sí, pero sólo cuando ella quisiera cantarle. Tocó algunas cuerdas, sin nada concreto en la mente. Como ya he dicho, nadie le estaba escuchando, pero tampoco le importaba eso. Un acorde, otro... y arrancó a cantar. Nadie dejó de hacer lo que estaba haciendo, nadie desvió su mirada ni pareció reparar en lo que él tocaba y cantaba... pero tampoco tenía importancia. No tocaba para nadie, tocaba porque le apetecía, y quizá ese era el único motivo por el que aún seguía tocando después de tanto tiempo. Un par de canciones, nada más, y ella se levantó, se fue a cambiar de ropa. Él dio un suspiro, no esperaba que fuera a cansarse de escucharle tan rápido. Quizá no se cansó de escucharle, pero eso fue lo que él pensó ese día.
Paró en seco la canción que estaba tocando y posó su mano derecha sobre las cuerdas de la guitarra para terminar de ahogar el sonido que aún reverberaba en la caja. Tomó aire y cerró los ojos, nadie sabe qué pasó por su cabeza en ese momento, pero sonrió y tras un leve suspiro comenzó a deslizar sus dedos por entre las cuerdas, creando una suave y lenta música. Aún con los ojos cerrados, comenzó a cantar. Pero no era una canción normal, no era una canción que nadie pudiera reconocer, ni siquiera el mismo la conocía... simplemente estaba improvisando, estaba dejando que sus dedos bailaran al compás de su corazón, que su voz cantara al ritmo de sus latidos, que la guitarra se empapara de lo que en esos momentos sentía. Él ya no recuerda cómo sonaba aquello, ni qué decía la canción, pero sí recuerda que fue entonces cuando la gente pareció reparar en él, cuando dejaron los dados a un lado, cuando dejaron de estar ausentes, aunque sólo fuera por un momento, y le prestaron atención. En ese momento, no cantaba por cantar, cantaba porque sentía, sentía lo que cantaba.


"Bueno, entonces pagas tú, ¿no?" dijo él acercándole el descuento y el billete de 10€. "No, no, de eso nada, lo pagas tú" protestó ella sonriente. Él frunció el ceño, pero no podía dejar de sonreír. Bufó levemente y gruñó, avanzando un poco más en la cola. "Pero es tuyo, deberías de pagar tú" insistió él sin mucha convicción. Ella miró al frente, ni se giró para contestarle, aunque la sonrisa seguía dibujada en su rostro. "Yo soy la chica, tú eres el chico" argumentó ella sin girarse. Él en seguida supo que responder, le había venido a la cabeza al mismo tiempo que ella terminaba su frase, pero aún tardo varios segundos en plantearse qué decir. Al final, replicó poniendo cara de circunstancias: "Eso estaría bien, si fuéramos pareja, pero no lo somos, así que pagas tú".
Ella no se dio por vencida, siguió negándose a pagar ella, y él más de lo mismo. Seguían intentando pasarse la pelota del uno al otro mientras avanzaban en la cola. Es más, los siguientes eran ya ellos. "Pues yo no voy a pagar, ¿eh?" terminó diciendo él. "Pues yo tampoco" contestó ella con los brazos cruzados. "¿Entonces no vas a pagar?" preguntó ella de forma tentativa levantando una ceja levemente. Él simplemente negó con la cabeza. "Nop".
Ella se marchó de la cola hacia la mesa con los demás... y él la siguió. Cualquiera que los hubiera estado mirando habría pensado sólo una cosa: Como dos niños.
Es cierto que volvieron a hacer la cola desde el principio los dos, y que finalmente fue él el quien pidió...pero también es cierto que esa tontería creó un bonito recuerdo, uno que seguramente tardaría mucho tiempo en olvidar... si es que alguna vez llegaba a hacerlo.

No fue el final de la noche, ni mucho menos. Fueron todos a un parque, estuvieron conversando y riendo. Más de uno se mojó por culpa de los sistemas de riego del parque, y al menos un móvil fingió por unos minutos ser un buceador. Hablaron de cine, hablaron del futuro, del pasado, de historias y de mil cosas más. De todo lo que se dijo, él a penas recuerda ya nada. Quizá alguna frase u otra que ella dijo en algún momento, quizá aquel momento en el que ambos respondieron exactamente la misma cosa y al unísono... pero nada lo suficientemente interesante como para entretenernos ahora con eso... al fin y al cabo, aún queda mucho que contar... porque el día siguiente fue un día muy largo, muy difícil a ratos, y muy mágico en otros.

Pero del día siguiente... ya hablaremos la próxima vez.

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