lunes, 29 de julio de 2013

Creo que empieza a llover


¿Quién soy yo para decir que sé lo que es el amor? ¿Quién soy yo para intentar explicarlo aquí, sobreponer mi concepto de amor al del resto, enfundarlo en una capa de irrevocabilidad?
Nadie. Pero lo hago igual.


El amor, al menos en una parte y hasta cierto punto, es como el fuego. El amor puede quemar, puede arrasar bosques enteros de corazones. Eso lo sabemos todos, pero no es esa la comparación que quiero hacer.
El amor es como el fuego porque hay que alimentarlo, hay que darle leña, constantemente, o la llama mengua. Uno mismo, en su cualidad de enamorado, puede ir echando ramitas a la hoguera. Puede ir cogiendo frases y momentos y usarlos como ramas pequeñas para mantener el fuego. Fotos, recuerdos, miradas, canciones... todo lo que te haga sentir lo puedes usar para mantener la llama o avivarla. 
Pero sólo esto no basta, porque el tiempo es agua, y poco a poco va apagando esa llama gota a gota, y por muchos palos pequeños que eches, la leña mojada no prende igual. Y poco a poco la llama calienta menos, y se va perdiendo el interés en seguir avivándola... hasta que un día te levantas y hace un poquito más de frío en tu vida, porque la llama no está, pero entonces ya no te importa, y encogiéndote de hombros recoges las ascuas restantes. Pero no las tiras, las guardas en un rincón, porque aunque tus ramitas no van a volver a avivar ese fuego... en el fondo de tu corazón, en el fondo de ti, sabes que hay una persona ahí fuera que tiene el poder sobre esas ascuas, que puede hacer que arda, que queme, que puede hacer un incendio si quiere.
Aunque tú sólo eches ramitas, la persona por la que existe esa llama siempre puede echar leños grandes. Siempre.

Pero bueno...voy a ir despidiéndome, porque muy a mi pesar, en esta hoguera parece que está empezando a llover ya

viernes, 26 de julio de 2013

Y de nuevo..



Gritos ahogados en desgarrador silencio, hundidos hasta el cuello en una maraña de opresión y veneno. Oscuridad que se aferra ardiente a la claridad de mis ideas, obscureciendo mi juicio y mermando mis sentidos. Temido sentimiento que helado atraviesa mi garganta, rompiendo las palabras que nacen en el corazón. 
El tiempo no cicatriza estas heridas, las hiende más en el dolor.
Ojalá fuera piedra, ojalá. 
Pero no lo soy.

jueves, 25 de julio de 2013

¿Por qué? No. ¿Por qué no? (2)



Esta vez fue ella la que la encontró, al llegar al portal de su casa, esperando inmóvil su llegada. No hacía más tarde que el día anterior cuando había recibido la primera carta misteriosa y ahora ahí tenía la segunda. Sin remite, sin sello. La cogió del buzón cuidadosamente y mientras caminaba y subía a su casa la abrió, esperando encontrar alguna explicación o al menos una pista que le ayudara a entender el misterio. Pero no, nada nuevo. En esta ocasión la letra era una N, y el número que se podía observar en el reverso era el 9/17.
Entró en casa y saludó de forma distraída a sus padres que estaban en el salón, dirigiéndose casi sin saberlo a su cuarto para coger la T que todavía tenía en una esquina de la mesa. 
"El mismo color, el mismo tipo de letra para los números." dijo para sí misma pensativa mientras ponía una letra al lado de la otra. Puso la T delante de la N, y luego al revés, y lo repitió varias veces, mirando de vez en cuando el reverso de las mismas.
De pronto, como por arte de magia, le vino a la cabeza la solución. "¡Ah, entiendo! El número 17 es el mismo para ambas letras... así que seguramente eso indique en qué orden he de colocarlas más adelante" dijo para sí misma, sonriente y feliz de haber resuelto el misterio. Pronto esa sonrisa se convirtió en una mueca de fastidio. Tendría que esperar hasta quién sabía cuando para poder descifrar el mensaje, que por otra parte...¿De quién podía ser?.

Durante todo el mes fue recibiendo esas cartas, cada una con una letra y un número en el reverso. No recibía una cada día, a veces no recibía carta, y esos días eran un poquito menos interesantes que el resto. Pero la ilusión de mirar todos los días el buzón era siempre la misma. En cualquier caso, para final de mes ya tenía 16 de las 17 letras, todas apiladas en una esquinita de su mesa y ordenadas aleatoriamente fuera de sus sobres. Ya desde el principio había decidido que no iba a leer el mensaje hasta que no estuvieran todas las letras, quería darle un poco más de emoción para que no fuera tan sencillo y obvio, así que aún no se había molestado en ponerlas en orden. Contó. "Una, dos...quince, dieciséis. Sólo queda una" Sabía que esperar sentada no iba a ser la mejor idea, pues seguramente acabaría por picarle la curiosidad e intentaría ordenar las letras, así que se levantó y se fue al salón. Sus padres ya no estaban allí, lo cual le resultó de lo más conveniente. Se acomodó en el taburete y se irguió, respiró hondo cerrando los ojos... y comenzó a tocar. Sin ningún tipo de idea fija, sin ningún tipo de partitura ni en la cabeza ni en papel... simplemente a dejar que sus pequeños dedos se deslizaran con gracia por entre las teclas del piano, a dejar que los latidos de su corazón marcaran el compás de la melodía, a dejar que sus sentimientos, fueran cuales fueran, guiaran sus manos creando así una música profunda que en pocos segundos impregnó el ambiente de la habitación. Si hubiera habido alguien más ahí, seguro que lo habría notado.

Al día siguiente no hubo carta, pero no le sorprendió porque otras veces ya había fallado un día. Al segundo día tampoco hubo carta, pero tampoco se sorprendió, porque los contratiempos surgen sin avisar. Al tercer día, sin embargo, tampoco hubo carta y se preguntó si habría pasado algo que le había impedido al señor o la señora misteriosa entregar su mensaje. Pudo haber ordenado las letras y haber leído el mensaje, pero no lo hizo, y reforzó su idea con la promesa de no leerlo hasta que no tuviera todas las piezas, incluso si tardaba un año.
Y así pasaron los días, incluso las semanas, y aún no había rastro de la última carta que le permitiría completar el mensaje. Ella no lo olvidó, simplemente lo apartó a una esquinita de su mente y lo guardó ahí, en una caja, para continuar con su vida normal.

31 de Agosto de 2013, 18.00 de la tarde. En el cielo un sol omnipotente, sin nubes a la vista. Ella está tranquilamente sentada, ausente del mundo real, pensando. Pero no piensa en una de esas mil cosas que piensan las chicas de su edad, está pensando en cosas más intrincadas, menos tangibles, pero más reales. De pronto, sobresaltándola, suena el telefonillo.
Como una flecha se dirige a contestar "¿Sí?" pregunta ella. "Hay una carta certificada para.." Y dijo su nombre, "¿Está en casa ahora?" preguntan por el telefonillo. Algo le presiona la boca del estómago durante un segundo, un hormigueo le recorre de repente todo el cuerpo. ¿Podría ser la carta...? "Sí, soy yo..." dice esforzándose por no tragarse la voz. "Perdona, ¿podrías bajar a firmar? es que voy con un poco de prisa" se oye a través del telefonillo. Sin saber por qué, se muerde el labio y reflexiona en una décima de segundo "Voy, un momento" y cuelga.
Rápidamente se pone las zapatillas y baja a la calle, sin usar el ascensor. Cuando llega a la puerta y abre no encuentra a nadie. Lo más sensato no sería salir a mirar, pero algo le dice que tiene que hacerlo, que quiere hacerlo. Y sale, y mira detrás de los pilares, y mira entre los arbustos, y no ve nada ni a nadie. De pronto, cuando ya iba a entrar de nuevo, escucha una voz que le resulta familiar detrás de ella.
"Perdona, creo que se te ha caído esto" dice la voz. Ella se gira lentamente, intentando no sonreír, intentándolo con todas sus fuerzas, pero no puede evitarlo. Se gira y ahí está él, sonriente, con el brazo extendido y un sobre en la mano, un sobre sin sello ni remite, un sobre blanco, su sobre.
Ella coge el sobre y lo abre con cuidado, una R, y en el reverso los números 14/17.
Ella le mira y le frunce el ceño, y corre de vuelta a casa, dejando las puertas abiertas tras ella. Corre a su habitación y sin sentarse recoge de la esquinita de la mesa el resto de letras, y les da la vuelta. Las ordena en cuestión de segundos y les da la vuelta de nuevo, girándose y extendiéndolas sobre la cama rápidamente. Se dispone a leer el mensaje, y mientras lo hace, escucha al mismo tiempo su voz desde la puerta. "Te debo aún un abrazo".
Ella sonríe, pero él no lo ve, está de espaldas a él. Ella respira una vez, y luego otra, y después se gira y camina hacia él, que le espera en la puerta de su cuarto con su sonrisa de siempre, sus ganas de siempre de pasar tiempo con ella. Cuando está a menos de un metro, ella le asesta un golpe duro como la roca en el hombro. Le golpea sin avisar, sin venir a cuento...y luego le abraza.

Y del resto de cosas que pasaron aquel día, nadie recuerda nada. Sólo que el sol brilló con más fuerza que nunca, y no en el cielo, sino en su mirada.

miércoles, 24 de julio de 2013

¿Por qué? No. ¿Por qué no?



A veces no se puede hacer lo que se quiere. A veces quieres hacerlo con todas tus ganas, porque es lo que te nace hacer, pero sabes que no debes... y ahí queda, en tu imaginación como una sombra de un recuerdo que nunca sucedió. 


Llegó de la calle y entró en la cocina para servirse un vaso de agua fresca. Había estado en la biblioteca escribiendo y de camino a casa le había dado el sol, demasiado, tanto que hasta parecía que se le hubiera quedado plasmado en los ojos. Mientras caminaba para su cuarto oyó la voz de su madre desde el dormitorio "Tienes una carta encima de tu mesa, ¡no tiene remitente! Y arregla tu cuarto un poco". Ella gruñó por lo bajo un poco ante el último comentario, pero carraspeó y suavizó la voz antes de contestar. "Gracias, mamá, ahora lo haré".
Se dirigió a su cuarto y se sentó en la silla de la mesa de estudio. Miró la carta y la cogió con cuidado, como si fuera a morderle. Un sobre blanco con su dirección y nombre escritos en mayúsculas, y nada, absolutamente nada en el lugar donde normalmente escribirías el remite. Una carta que podría ser perfectamente normal, si no fuera porque no tenía sello. "Tendrá que ser de alguien de Madrid. Tendré que abrirla para ver de quién" pensó mientras escudriñaba todavía el sobre en busca de una respuesta que no iba a encontrar.
Abrió el sobre con cuidado de no romperlo, no porque le tuviera un aprecio especial, sino porque ella hacía las cosas con cuidado. Introdujo la mano en el sobre y palpó la carta... un momento, eso no era una carta, aunque indudablemente sí era de papel. Con ojos curiosos extrajo de del sobre el trozo de papel y lo miró con detenimiento. Era una T, una letra T del alfabeto, y era de color azul. Claramente había sido recortada de un folio y la habían pintado con lapices de colores. Por la parte de detrás una cifra en pequeñito, 1/17.
Frunció el ceño brevemente un tanto confusa por la situación y volvió a coger el sobre para inspeccionarlo más detenidamente tanto por fuera como por dentro. Nada. Ahí no había nada más.
No entendía qué podía significar aquello, pero ahora le picaba la curiosidad y quería desvelar aquel pequeño misterio. 
Dedujo que por el momento no podía hacer mucho más que esperar, ya que con una simple letra recortada de un papel y un número grabado en el reverso de la misma poco iba a lograr. Así que sin más dilación comenzó a arreglar su cuarto, tranquilamente. Mentiría si dijera que no volvió a pensar en la carta, porque a decir verdad todo el rato que estuvo arreglando su habitación estuvo imaginando y fantaseando en su cabeza mil y una posibilidades, desde las más absurdas hasta las más posibles. Pero ninguna era la acertada, ninguna le acababa de encajar del todo. "Tendré que esperar" se dijo a sí misma resignándose a la espera.
Dejó el sobre y la carta sobre la mesa, en una esquina para que no estuviera siempre en medio. Y ahí se quedó la T, esperando pacientemente a que algún día, en algún momento, ella le diera sentido...

domingo, 21 de julio de 2013

Cada vez... más (4)



"Me has despertado tú." contestó ella por whatsapp. Él tragó saliva. Era la segunda vez en dos días que la despertaba mientras dormía y le hacía sentir un poco culpable. Le había escrito para avisarle de que había perdido el autobús que llevaba a su casa, pero evidentemente fue algo más que conveniente. Así ella tendría tiempo de levantarse y desayunar. Mientras se subía al autobús y esperaba su parada pensó en qué hacía allí, que por qué quería hablar con ella, que qué quería decirle. Pensó que ya no había ni rastro del odio que nació la noche anterior, pensó que no importaba si había tenido razón o no, pero siguió sin saber por qué estaba haciendo ese pequeño viaje. "¿Qué iba a decirle?" pensó finalmente justo antes de bajar del autobús.
Mientras caminaba calle a bajo y pasaba por lugares que ya conocía recordó en silencio por qué le sonaban esos sitios, con quién había pisado esas aceras, con quién había visto esos parques y suspiró.

Estaba a punto de escribirle al móvil cuando la vio abrir la puerta de su portal. ¿Qué cara debía poner? ¿Qué tono debía usar? qué difícil le resultaba todo aquello. "Hola" dijo finalmente. Tanto pensar, tanto imaginar el momento una y otra vez... y sólo fue capaz de decir hola. Ella contestó con algo más de ánimo, y comenzó a caminar. No dijo nada trascendental durante un tiempo, sólo caminaron hasta que llegaron a un banco de piedra. Se sentó y la miró. Ella le estaba mirando, esperando a que dijera algo, al fin y al cabo era él el que quería hablar. Él vio entonces que llevaba su colgante, se descolocó. Él vio entonces sus ojos... y se perdió.
Le explicó por qué se había enfadado, le explicó por qué se tiró 1 hora hablando con patos. No había ni una pizca de enfado en su voz cuando le decía que no podía entender que a veces estuviera genial con él y otras seca o ignorándole. Ella escuchó, sin decir nada. Escuchó hasta la última de sus palabras sin moverse, sin a penas pestañear. Cualquiera podría haber pensado que no le escuchaba, pero en sus ojos se veía que absorbía cada una de las palabras que él dijo. Hubo silencio unos segundos, y finalmente le explicó, simple y llanamente, que no podía pretender que estuviera bien con él siempre con la de veces que se metía con ella. Él estuvo a punto de protestar, de intentar defenderse y decir que ella reía, y que el no... pero le miró, y eso sí lo entendió. Se ahogó por dentro y miró hacia otro lado, recriminándose así mismo lo estúpido que puede llegar a ser una persona.

"No vale llorar" dijo ella sin sobresaltarle. Él no se lo había esperado, ni siquiera había comenzado a llorar aún, sólo tenía los ojos húmedos y era imposible que ella lo hubiera visto desde ese ángulo, era imposible... y aun así, esa persona que tanto había intentado entender sin éxito, fue la que sin dificultad alguna pudo leer dentro de él.
Suspiró hondo, hizo de tripas corazón y se incorporó. "Esto, si tienes que ir a la biblioteca, ve, yo prefiero que te quedes, pero no quiero obligarte a quedarte"
Ella miró la hora pensativa. "Hasta las 12 me quedo, son menos 10" y guardó el móvil de nuevo en la mochila. Él pensó primero que 10 minutos no era mucho, y luego sonrió para dentro y recordó lo que en tantas otras ocasiones habría estado dispuesto a dar por tan sólo la mitad de tiempo a su lado. 
Estuvieron hablando de otras cosas, ese tema había quedado zanjado, él había entendido las cosas, y agradeció que ella tampoco quisiera darle más vueltas al asunto. Hablaron de cosas interesantes, a decir verdad, de temas que dan que pensar, de temas que implican reflexionar. Él lo agradeció, porque hoy en día, pensaba él, había pocas personas con las que hablar así.
De pronto, el paró de hablar y sonrió. "Gracias, Alba." dijo él con la voz baja y serena. "¿Por qué?" preguntó ella extrañada. "Porque realmente ya han pasado de las 12 y sigues aquí conmigo." dejó caer él con cuidado, como si fuera una bomba, sabiendo que eso perfectamente podría haberle robado 5 o 10 minutos con ella.
Ella miró el reloj del móvil, y no pudo evitar sonreír, aunque lo intentó mordiéndose la sonrisa. "Bueno, las 12.05 siguen siendo las 12." contestó ella para no perder la razón.
Pasaron cien cosas por su mente para decir, de esas cien seguramente sólo había 4 o 5 boletos ganadores... y él tuvo la suerte de elegir uno. "Entonces las 12.59 también son las 12, ¿no?" dijo alzando la vista hacia ella y sonriendo un poco. No se sabe qué paso por su cabeza, pero sus ojos parecían reflejar diversión. Se dio por vencida y concedió. "Maldito" dijo levantándose y indicándole que le siguiera.

Estuvieron casi una hora hablando de escribir, de poemas, de libros, de concursos. Uno enfrente del otro, en un banco, los dos. Ese momento era el momento por el que había hecho los 350km de viaje, ese momento era posiblemente el por qué había cogido un bus esa mañana. Y fue perfecto, nada podría haberlo hecho mejor.
La conversación continuó de camino a su casa, él le acompañó, por supuesto, y llegó el momento de despedirse. La miró, en silencio, y ella devolvió la mirada. Él sabía qué decir, simplemente no podía hacerlo. "Perdona, no puedo hacerlo" dijo él nervioso y algo abatido "dame un momento, por favor, cada vez...me cuesta más" añadió. Ella simplemente asintió y esperó, mirándole cara al sol.
Él respiró hondo, quiso salir corriendo sin despedirse, quiso llorar, quiso... hacer muchas cosas. Como siempre, ella le salvó:

"Ahora es cuando dices una frase épica, en plan el sol saldrá cuando el reflejo se apague en nuestros ojos y blabla o algo así".

+ "Ya sale el sol cada vez que hablo contigo."

- "Entonces mañana saldrá también"


El resto de la historia ya lo conocéis, y después de eso simplemente volvió a su ciudad, volvió porque tenía que hacerlo, no porque realmente lo quisiera. Pero en esta vida no siempre se puede hacer lo que se quiere por mucho que se intente.

Él estaba esperando el vehículo que le tenía que llevar de vuelta, y miró el reloj. Miró el reloj y entendió todo, todo lo que no "podía" entender. Entendió que ya no quería entenderla, simplemente... disfrutar del tiempo con ella.

sábado, 20 de julio de 2013

casualidad o destino




¿Alguna vez tenéis la sensación de que el destino te está obligando a caminar en una dirección? ¿De que en forma de casualidades te están llegando señales para que no te desvíes, para que cojas el camino que te toca coger?
No es algo que yo haya pensado nunca... de hecho de siempre me ha repelido la idea del destino, porque niega mi esencia humana y derecho al libre albedrío. Pero últimamente son demasiadas coincidencias, demasiadas señales. Y ya no sé si debería empezar a creer, porque cada vez que intento desecharlas de mi cabeza, vuelve a aparecer otra de repente. Soy consciente de cómo soy, y soy consciente de que quizá no sea más que creaciones convenientes de imaginación. Pero, ¿Y si no?.
No voy a creer en el destino, porque nadie ni nada me obliga a seguir un camino, pero voy a creer en un algo, ajeno a mi, que parece estar empujándome en determinada dirección aunque yo había pensado en ir por otra.
Voy a creer en eso...


~ Never give up ~ 

Am sa cred in tine.



Cada vez... más (3)



Aquel día prometía ser largo, tenían muchas cosas planeadas y ya por la mañana habían quedado en pasar a recogerla a las 10. Él odiaba madrugar, pero se había levantado a las 9 igualmente, apurando hasta el último minuto antes de levantarse. Se sacudió las sábanas soñoliento, forzando a su perezoso cuerpo a incorporarse en la cama. Se sentó con los brazos apoyados en las piernas y la barbilla sujetada por las palmas de sus manos mientras intentaba asimilar por qué se había levantado tan temprano. Llamaron a la puerta de su habitación brevemente. "Vamos, Raúl, que tenemos que pasar a por ésta a las 10."
Dio un profundo suspiro y se levantó de un salto de la cama. Ya no pensaba en que era temprano, ya no reparaba en la media docena de picaduras de mosquito, ya no se planteaba si tenía sueño o no... lo único que pasó por su cabeza en esos momentos fue la idea de pasar un día entero viéndola.

"¡Hola!" dijo contenta mientras se acomodaba en el asiento trasero del mini. Se suponía que debían ir vestidos de calle, es más, con ropa casi andrajosa y vieja, porque en los diferentes almacenes que iban a visitar se suponía que corrían serio riesgo de mancharse y estropear la ropa. A ella eso pareció no importarle, vestida con una camiseta de tirantes verde y unos pantalones de deporte tan normales como cualquiera esperaba risueña y contenta a que el día diera paso al sin fin de cosas que deparaba.
Supongo que estaréis esperando que os cuente qué hicieron en todos esos almacenes, por qué perdieron en una competición por parejas de empaquetar pedidos de alpargatas, qué premios, regalos y recuerdos se llevaron de cada uno de los lugares que visitaron y por supuesto... cuánto y por qué reían constantemente. 
Pues lamento decepcionarte, querido lector, pero en lo que voy a hacer hincapié es en el trayecto de un sitio a otro, en esos viajes en coche que compartieron.

La miró con ojos curiosos primero, luego con hambre. "Podrías darme lo que te queda de la manzana..." dejó caer desde la parte de delante del asiento. Realmente no había desayunado, la comida por la mañana no solía sentarle muy bien y había preferido salir así sin más. Ella le miró con la manzana aún en la boca, parecía que dudaba si tomarse la petición en serio o en broma. Por si acaso preguntó: "¿Quieres... mi manzana toda babeada?" Es cierto que la pregunta quizá no estaba planteada de la mejor manera posible, pero seguramente la planteó así porque fue lo primero que se le ocurrió, o porque no quería darle mayor importancia.
Él la miró ladeando un poco la cabeza y confuso. Dudó, pero contestó igualmente: "Bueno, está mordida, no babeada, ¿No? ¿O tú comes babeando?" arqueó la ceja, pensando por un momento cómo sería aquello que acababa de sugerir. Desconcertante cuanto menos. Ella miró su manzana todavía indecisa, y él se giró de nuevo en su asiento escondiendo una sonrisa. Ella le dio lo que quedaba de manzana. Él no era consciente en esos momentos, pero más tarde se daría cuenta de que a lo mejor se la había dado por no quedar mal, pero que a ella realmente no le había hecho especialmente gracia. Suspiró para sus adentros, un error. Ojalá hubiera sido el único que había cometido en esos días.
Aún en el mismo viaje pararon en la gasolinera. Iban a ver a un personaje muy peculiar, uno al que le llamaban Sancho Panza, y el conductor les había pedido que intentaran no reírse al verle, entre otras cosas, porque no era de buena educación. Ella no quería reírse, pero a él le encantaba hacerle reír, y más si era arrancando una sonrisa que ella resistiría a soltar.
La persona en cuestión apareció ante ellos, y ella consiguió suprimir su risa... pero él se giró, le miró a los ojos fijamente y sonrió ámpliamente hasta que los labios de ella cedieron en una curva leve, y luego rompieron en una risa furtiva que pronto consiguió acallar de nuevo, después de dirigirle una mirada de reproche al que le había hecho reír.
Esto fue en el viaje de ida, por llamarlo de alguna manera. No fue lo único que aconteció, también estuvieron hablando con el conductor y diciendo tonterías, y también él descubrió que tenía un absurdo pánico a cantar a solas delante de ella. Pero son historias menores, que fácilmente caerán en el olvido tarde o temprano y que por ello, tampoco mencionaré aquí.

Hay que decir que fueron muchas horas en coche si sumabas todos los viajes que realizaron, y que daba mucho tiempo a aburrirse, incluso llegaron a mantener una mini-conversación vía whatsapp estando sentados a menos de un metro el uno del otro. Sin embargo, posiblemente eso tampoco quede en el recuerdo.
Ella le pegó sin avisar en el brazo. Como muchas otras veces, pero esta vez él ni siquiera había hecho ninguna broma que mereciera tal agresión. "Y esto ¿por qué!?" protestó él frotándose la zona donde le había golpeado. Ella contestó con esa expresión suya que no era del todo una sonrisa, ni tampoco del todo una cara seria. "Ha pasado un coche amarillo" dijo sin más.
Él se quedó callado un par de segundos, mirándola perplejo, no parecía creerse aquello. "Oh ma God ¿vas en serio? !A eso se jugaba cuando yo era un niño!" dijo por fin mirándola todavía incrédulo. Ella no respondió a semejante acusación, y a en unos pocos segundos.. ZAS. Otro golpe en el hombro. "Ha pasado otro" fue su única explicación. 
A partir de ese momento aquello se convirtió en una guerra de coches amarillos, los dos se esforzaban por intentar distraer al otro al tiempo que con los ojos pretendían divisar algún vehículo de color amarillo, eso al menos al principio... porque luego ya se conformaban con que al menos tuvieran algo amarillo en alguna parte del vehículo, y luego ya valía casi cualquier cosa que tuviera una pizca de amarillo. La verdad es que era un juego de niños, una tontería, algo muy infantil... pero en ese momento eso daba igual. El juego duró todo el tiempo que estuvieron dentro de un coche, y hay que reconocer que él se llevó bastantes más palizas que ella. Él pensó que ella hacía trampas, a veces ni siquiera llegó a ver esos supuestos coches amarillos, pero rió más que nadie con aquel juego, se sintió más niño que nadie, y más feliz... y todo porque estaba ahí con ella.
En un momento determinado se relajó en el asiento y dio un suspiro profundo, la miró brevemente de reojo y después volvió a mirar a la carretera mientras hablaba. "Sabes qué?" preguntó. Él no la estaba viendo, pero pudo sentir su mirada en su rostro cuando habló. "Ahora todos los coches amarillos me recordarán a ti".
La verdad es que fue una mañana muy productiva, y menos mal, porque la noche dejó algo más que sombras en la calle.


Recibió el mensaje como una patada en el estómago. Una patada en las partes nobles, duele. Una patada en la boca del estómago, te deja sin respiración.
No iba a acudir a la piscina por la tarde antes del concierto.
Mentiría si dijera que eso no le desanimó un poco, era algo con lo que él ya contaba y se lo acababan de arrebatar de las manos. Ella tenía que llevarle unas cosas a una amiga que iba a tocar en el concierto, una amiga que estaba enferma, dijo. "Es justo" pensó él, resignándose a la situación. La verdad es que la tarde en la piscina no fue nada mal. Es más, fue muy divertida, muy animada. Estuvo con sus amigos y amigas, haciendo el tonto y nadando, saltando de las maneras más estúpidas y conversando de los temas más tontos. Si no hubiera estado en el agua, seguramente se habría partido en dos de tanto que se rió. 

El concierto no era lo que él esperaba. Esperaba un lugar cerrado, con butacas y demás acomodaciones, pero se encontró con algo mucho más... simple. Una tarima y un espacio abierto con bancos de piedra a un lado. Él se puso relativamente guapo, con sus vaqueros y su camisa, pese al calor. "¡Qué menos!" pensó él para sus adentros "seguro que ella va igual o mejor".
Y creedme, no se equivocó. Además de ir arreglada y levemente pintada, llevaba su mejor complemento: Su sonrisa.
El concierto no fue muy largo y tampoco muy multitudinario, y realmente el segundo grupo era el único que había suscitado algún tipo de emoción en el chico que, sentado en el banco la mayor parte del tiempo, tenía la cabeza en otra parte. Algo no estaba en su sitio, y no sabía decir por qué.
El concierto terminó y la gente empezó a despedirse. De la gente que él conocía sólo iban a quedar 3 y ella, pero ella tenía que saludar y despedirse aún de bastante gente, así que él espero tranquilamente de pie en un sitio en el que se le pudiera encontrar fácilmente después de que todos hubieran hecho sus despedidas. Entonces pasó lo que quizá encarriló la noche por el camino de piedras afiladas. Le vio, o mejor dicho, los vio, y en una milésima de segundo mil sensaciones azotaron su cuerpo y su mente como un huracán. Mil ideas y pensamientos surcaron su mente, muchas de ellas estúpidas, muchas otras exageradas, y muy pocas con algo de sentido común. Aún con todo, después de eso, le pareció entenderla un poco más, le pareció entender algún por qué más. Ya fuera acertado... o no.
"¿Te pasa algo? Y no me digas que no." preguntó él intentando inconscientemente saber si alguna de sus teorías era acertada. Ella podía haberle mentido, podía haberle dicho que sí o que no, podía haber medido sus palabras o haber explotado en rabia...pero simplemente le ignoró. Le ignoró, y eso se clavó en él como una gélida garra que rasgaba sus entrañas. Y ahí, ahí la noche se perdió.

Sentado en un banco, solo, en frente del pequeño lago de aquel parque. Lo primero en lo que reparó fue en la luz que se reflejaba en el agua, era circular, era intensa, pero venía de una farola. Él pensó que ojalá fuera la luna, y que ojalá ella estuviera sentada a su lado, viendo reflejada en el lago su borrosa silueta mientras uno al lado del otro estaban. Simplemente estaban. Pero nada de eso iba a ocurrir. Ese día seguro que no.
Cuánto tiempo estuvo sentado en ese banco es difícil de calcular, los minutos pasaban deprisa para algunos, despacio, muy despacio, para otros, y realmente, poco le importaba el tiempo a él. Como un niño esperó en el banco, esperó a que ella se tragara su orgullo, esperó a que se diera cuenta de que era su culpa, que por eso él estaba así, por eso él estaba allí. Pero no fue, y cuanto más tiempo pasaba, más rabia sentía él, más se clavaba aquella garra, más arañaba su cuerpo, más helaba su alma. Y pensó que la odiaba, que la odiaba por hacerle eso, que ojala no hubiera ido. Es cierto, lo pensó, y si los patos hablaran, seguramente podrían demostrarlo.
¿Pero cuánto puede durar el odio de alguien que ama? 
"Deberías venir, disimular y decir que ya te has marginado suficiente, te ríes un poco, y ya hablamos luego" leyó él en su whatsapp. Suspiró, y tuvo un momento de lucidez levantándose y caminando hacia los otros.
"Hola, creo que ya he hablado bastante con los patos. Lo siento, tenían mucho que contar, tendríais que oírles hablar. ¡No callan!" dijo riendo. Ella rió también, quizá para disimular, quizá porque le hizo gracia. Y el odio se desvaneció.
Jugaron, contaron acertijos e historias, rieron, cantaron...No hablaron del tema en toda la noche restante, en parte porque tampoco hubo un momento apropiado y quizá también porque era la última noche de él, y no había por qué desperdiciarla. Parecía que no había pasada en ningún momento, que esos ratos de tensión habían sido sólo un espejismo, porque nadie que les hubiera visto sentados en aquel césped, habría adivinado jamás lo que había ocurrido. En su defensa tengo que decir... que era casi imposible sentir enfado ante esa mirada, ante esa sonrisa. No se puede nadar contra corriente.

"No voy a irme esta vez sin hablar contigo. Si me voy sin más, me llevaré mucho guardado." Lo tenía muy claro, si se iba sin hablar con ella, no iba a poder vivir. No se puede caminar con piedras en los bolsillos... y mucho menos en el alma.
Pero de lo que aconteció al día siguiente... de si quedaron o no, si hablaron o no... de eso ya hablaremos en otra ocasión.




martes, 16 de julio de 2013

Cada vez... más (2)




"Por favor, conduce bien, conduce despacio, no quiero morir". Estaba lloviendo y es muy cierto que el coche no ofrecía una gran estabilidad en la lluvia, especialmente por los neumáticos viejos. Si a esto le añadías que no había cinturones para los pasajeros de atrás... ciertamente se convertía en un motivo de preocupación. Iban de camino a la piscina del día anterior, aunque esta vez no tenían mucha intención de bañarse, sino más bien de jugar al Padel. Él nunca había jugado, excepto una vez contra su hermano, pero aún así había querido jugar y pretendía ganar. Y si no ganaba, al menos lo intentaría. 
"OH DIOS" exclamó ella. De repente el coche había dado un frenazo a la entrada de una rotonda y las ruedas frenaron no en uno ni en dos, sino en tres tiempos. Le entró inseguridad y miedo, y como si con ello fuera a solucionar algo, se agarró del brazo de él. Quizá pensó que en caso de accidente su brazo amortiguaría el impacto, o que él la aguantaría con suficiente fuerza para que no saliera despedida hacia adelante. Quizá simplemente así se sentía un poco menos inquieta, un poco menos nerviosa.
Él respiró hondo, el frenazo le había dejado más o menos indiferente, al fin y al cabo, la velocidad a la que iban cuando había tenido que frenar el coche, no era tal que pudiera haber supuesto un peligro para sus vidas, además de que confiaba que el conductor debía de conocer el coche mejor que nadie. El motivo por el que a él se le cortó la respiración, por el que el necesito pensar en vacío para relajarse, fue simplemente porque ella le agarró del brazo. Desprevenido y con las murallas sin cimientos, ese agarrón le dejó sin aliento durante unos segundos, le descolocó sus esquemas y tardó en reaccionar. Simplemente se rió un poco, y no se movió ni un milímetro, ni uno sólo. Su brazo quedó inmóvil durante el resto del viaje, con la mano apoyada en la pierna de ella, a la altura de la rodilla, y con creciente pérdida de riego debido a la presión del brazo de ella. Podría haberse movido, podría haber aprovechado para acercarse más a ella en una curva, para bromear tirando de ella. Pero prefirió no moverse... porque lo que tenía en ese momento era simplemente estupendo, y tuvo miedo de perderlo.

"Gracias por empaparme el brazo de sudor" dijo él cuando ella por fin se soltó al llegar el coche a su destino. Ella seguía riendo, o sonriendo al menos, y se disculpó educadamente. Él no sabrá nunca si ella lo supo o no, pero la verdad es que el que sudó, fue seguramente él. Estuvieron casi dos horas jugando al Padel, primero en equipos distintos, y luego en el mismo equipo. No había duda de quién le daba mejor, aunque le costara admitirlo, ella tenía mejor manejo de la raqueta, aunque para consuelo de él, ella comentó que para no haber jugado más que una vez, lo había hecho genial. No hacía falta mucho para que se sintiera mejor, y menos aún si las palabras venían de ella. Intentó llegar a todas pelotas, intentó apurar para hacer algún punto. Intentó e intentó, y lo más sorprendente que logró fue encalar su propia camiseta en lo alto de la verja que rodeaba el campo de padel al intentar tirarla por encima. Ella se rió de él, él se rió de sí mismo. Siguieron jugando un rato más, hasta que se proclamaron ellos dos ganadores y por fin, subiéndose uno encima del otro, lograron recuperar la camiseta y se reunieron con los demás.

Nadie estaba escuchando, cada uno estaba a lo suyo. Estaban todos sentados al lado de la piscina, unos jugando con los dados, otros bañándose, y otros simplemente ausentes y sentados. Él cogió la guitarra, ya sabía que ella no iba a cantar. Pero ¿sabéis qué? tampoco lo habría querido. Las cosas, si no nacen de uno mismo, tienen mucho menos valor, y él quería oírla, sí, pero sólo cuando ella quisiera cantarle. Tocó algunas cuerdas, sin nada concreto en la mente. Como ya he dicho, nadie le estaba escuchando, pero tampoco le importaba eso. Un acorde, otro... y arrancó a cantar. Nadie dejó de hacer lo que estaba haciendo, nadie desvió su mirada ni pareció reparar en lo que él tocaba y cantaba... pero tampoco tenía importancia. No tocaba para nadie, tocaba porque le apetecía, y quizá ese era el único motivo por el que aún seguía tocando después de tanto tiempo. Un par de canciones, nada más, y ella se levantó, se fue a cambiar de ropa. Él dio un suspiro, no esperaba que fuera a cansarse de escucharle tan rápido. Quizá no se cansó de escucharle, pero eso fue lo que él pensó ese día.
Paró en seco la canción que estaba tocando y posó su mano derecha sobre las cuerdas de la guitarra para terminar de ahogar el sonido que aún reverberaba en la caja. Tomó aire y cerró los ojos, nadie sabe qué pasó por su cabeza en ese momento, pero sonrió y tras un leve suspiro comenzó a deslizar sus dedos por entre las cuerdas, creando una suave y lenta música. Aún con los ojos cerrados, comenzó a cantar. Pero no era una canción normal, no era una canción que nadie pudiera reconocer, ni siquiera el mismo la conocía... simplemente estaba improvisando, estaba dejando que sus dedos bailaran al compás de su corazón, que su voz cantara al ritmo de sus latidos, que la guitarra se empapara de lo que en esos momentos sentía. Él ya no recuerda cómo sonaba aquello, ni qué decía la canción, pero sí recuerda que fue entonces cuando la gente pareció reparar en él, cuando dejaron los dados a un lado, cuando dejaron de estar ausentes, aunque sólo fuera por un momento, y le prestaron atención. En ese momento, no cantaba por cantar, cantaba porque sentía, sentía lo que cantaba.


"Bueno, entonces pagas tú, ¿no?" dijo él acercándole el descuento y el billete de 10€. "No, no, de eso nada, lo pagas tú" protestó ella sonriente. Él frunció el ceño, pero no podía dejar de sonreír. Bufó levemente y gruñó, avanzando un poco más en la cola. "Pero es tuyo, deberías de pagar tú" insistió él sin mucha convicción. Ella miró al frente, ni se giró para contestarle, aunque la sonrisa seguía dibujada en su rostro. "Yo soy la chica, tú eres el chico" argumentó ella sin girarse. Él en seguida supo que responder, le había venido a la cabeza al mismo tiempo que ella terminaba su frase, pero aún tardo varios segundos en plantearse qué decir. Al final, replicó poniendo cara de circunstancias: "Eso estaría bien, si fuéramos pareja, pero no lo somos, así que pagas tú".
Ella no se dio por vencida, siguió negándose a pagar ella, y él más de lo mismo. Seguían intentando pasarse la pelota del uno al otro mientras avanzaban en la cola. Es más, los siguientes eran ya ellos. "Pues yo no voy a pagar, ¿eh?" terminó diciendo él. "Pues yo tampoco" contestó ella con los brazos cruzados. "¿Entonces no vas a pagar?" preguntó ella de forma tentativa levantando una ceja levemente. Él simplemente negó con la cabeza. "Nop".
Ella se marchó de la cola hacia la mesa con los demás... y él la siguió. Cualquiera que los hubiera estado mirando habría pensado sólo una cosa: Como dos niños.
Es cierto que volvieron a hacer la cola desde el principio los dos, y que finalmente fue él el quien pidió...pero también es cierto que esa tontería creó un bonito recuerdo, uno que seguramente tardaría mucho tiempo en olvidar... si es que alguna vez llegaba a hacerlo.

No fue el final de la noche, ni mucho menos. Fueron todos a un parque, estuvieron conversando y riendo. Más de uno se mojó por culpa de los sistemas de riego del parque, y al menos un móvil fingió por unos minutos ser un buceador. Hablaron de cine, hablaron del futuro, del pasado, de historias y de mil cosas más. De todo lo que se dijo, él a penas recuerda ya nada. Quizá alguna frase u otra que ella dijo en algún momento, quizá aquel momento en el que ambos respondieron exactamente la misma cosa y al unísono... pero nada lo suficientemente interesante como para entretenernos ahora con eso... al fin y al cabo, aún queda mucho que contar... porque el día siguiente fue un día muy largo, muy difícil a ratos, y muy mágico en otros.

Pero del día siguiente... ya hablaremos la próxima vez.

lunes, 15 de julio de 2013

Loco




La página está ahora en blanco, salvo por las palabras que describen su estado. Porque sé que necesito escribir algo, pero no soy capaz de arrancar, no soy capaz de cambiar este desasosiego por inspiración.
Mientras escribo, además, pienso que quizá debería cesar, que debería callar y forzarme a resistir... que lo que pueda salir de esta entrada no puede traer nada bueno, nada útil... nada más que una sensación de paz efímera que posiblemente muera con la próxima nevada de tus palabras.

Estoy loco. Estoy loco porque no pienso con claridad, estoy loco porque quiero hacer y decir cosas que desafían la lógica y el sentido común, estoy loco porque donde lo evidente es echarse atrás, parar, yo acelero. Estoy loco, no porque no entienda las cosas, sino porque nadie me entiende.

Estoy loco, es cierto, pero no es porque no tenga ideas, es porque las ideas que tengo, no las tiene nadie. Loco, de atar, porque cuando todos me dicen que olvide, yo recuerdo, porque cuando todos esperan que ceje, yo aún sigo. Supongo que ese soy yo, un loco de la vida, un loco profesional que no repara en gastos. 

Automutilo mi cordura y acerbo mi locura intentando adivinar, intentando imaginar "por qués", intentando construir sueños, intentando unir puzzles. Alimento mis desvaríos y derribo mi piedra, dejando al descubierto el cristal, dejando al descubierto la herida, dejando al descubierto todo lo que ya no es sólo mio.

Estoy loco, sí, pero no puedo evitarlo, y quizá, aunque pudiera... no lo haría.

domingo, 14 de julio de 2013

Cada vez... más. (1)




- "Ahora es cuando dices una frase épica, en plan el sol saldrá cuando el reflejo se apague en nuestros ojos y blabla o algo así".

+ "Ya sale el sol cada vez que hablo contigo."

- "Entonces mañana saldrá también"

Todavía aguantó unos segundos más antes de darse por vencido, mirándola. Después le dio dos besos, y la dejó marchar. Él se quedo en el sitio, viendo como ella se alejaba poco a poco, como su sombrero se perdía por la esquina. Ella no se giró en ningún momento, pero seguro que sabía que él aun la miraba...o eso creyó él cuando le pareció verla sonreír justo antes de desaparecer del todo. Y en un momento, en un suspiro, anocheció en algún lugar del mundo.





Ya faltaba poco para la hora. Esta vez no estaba nervioso, esta vez simplemente tenía ganas, muchas ganas y mucha ilusión. Caminaba contento entre las diferentes tiendas, plantas decorativas y personas sin rostro, mirando tras cada rincón para verla lo antes posible. Unas escaleras. Lo primero que pensó, curiosamente, no fue en subirlas, sino en girarse y mirar hacia arriba. Y así la vio. Y entonces ya no había escaleras, ni tampoco tiendas ni plantas, y sin saber cómo, de repente se encontró justo en frente de ella. Su voz no temblaba, pero su mirada vibraba sin pausa mientras buscaba sus ojos. "hola" pudo decir aparentando más o menos normalidad. Pero aunque eso fue todo lo dijo, no fue todo lo que pensó. Docenas y cientos de palabras murieron en su mente y en su corazón en ese momento, murieron, porque no se atrevió a decirlas.
Había quedado con el grupo de amigos habitual, él había hecho el largo viaje hasta Madrid, y ellos habían ido a su encuentro nada más llegó. Abrazos, sonrisas y bromas. Nadie que les hubiera visto en ese momento habría pensado que a penas se habían visto 3 veces en persona. Hay gente que simplemente congenia, y ellos congeniaban perfectamente. Comieron sin prisas, hablando del viaje, del día a día, de los planes para los próximos días, y de muchas, muchas tonterías.

"jajaja, creo que toco hasta en esta parte de la piscina" dijo él mientras se mantenía levemente por encima del agua apoyando únicamente la punta de los dedos del pie en el fondo de ésta. La chica que estaba al lado se agarró de su brazo para mantenerse a flote, riendo, y después se abrazó a él por detrás, exigiendo que le llevara. Él le sumergió un segundo en el agua, bromeando, y al mirar al frente la vio. Ella estaba en la otra punta de la piscina, nadando tranquilamente con su bañador de leopardo. Sonrió para sí mismo y buceó hasta la otra parte de la piscina, olvidándose completamente de la chica que intentaba engancharle los pies para seguir jugando; pero cuando asomó la cabeza fuera del agua, ella ya había salido. La vio por detrás, alejándose hacia las toallas, moviendo su cuerpo con gracia y soltura. O al menos así le pareció a él. Se quedó un rato más en la piscina, todavía hacía calor y tampoco tenía ninguna excusa buena para salir. Chapoteo un poco, hizo pelea de caballitos en el agua y hasta consiguió hacer una voltereta doble sin ahogarse. Finalmente, se encogió de hombros mentalmente y pensó: "No sé qué hago aun aquí".
Salió del agua y se puso junto a ella, robó silenciosamente una mirada suya, suficiente para hacerle querer quedarse.

"No, fotos no, ¡por favor!" él protestó enérgicamente mientras ella asentía con la cabeza y presionaba el botón de la camera repetidas veces. "Ahora hazme a mí, necesito mi dosis de ego" rieron. Cogió la cámara sin protestar y miró por la mirilla. Vaciló un instante mientras ella sonreía para la foto. Era realmente bonita. Se hicieron muchas fotos, bastantes, pero ninguna era como la que él estaba esperando. Ninguna de los dos.
Hablaron durante un rato, no se sabe de qué, sólo que siempre que hablaban, tenían algo de lo que hablar. Se tumbaron, cada uno en su toalla, y ella empezó a usar la goma elástica de su coleta para lanzar ataques indiscriminados al indefenso chico. Golpe en el brazo, golpe en el costado. Él la miró con la cara neutra. Ella sabía que simplemente intentaba aparentar seriedad y contestó con total naturalidad. "He puntuado cada parte de tu cuerpo, y según dónde te de, recibo más puntos". Golpe en las costillas con la goma. Él sonrió y recogió la goma. La miró y tardó dos segundos en reaccionar, después contestó: "Vaya, yo si tuviera que darte donde conseguiría más puntuación, creo que te haría mucho daño, porque sin duda tu punto de 10 son los ojos". Él se sintió muy tonto al decir eso, ella sonrió, y quizá pensó en contestar, o quizá no, pero él disparó la goma hacia ella, obligándola a protegerse con los brazos y así cortar el momento.
"Vale, pues te voy a hacer un truco de magia" dijo él mientras se sentaba frente a ella cogiendo la baraja. Le dio a elegir una carta, le dijo que la mirara bien, y después que la pusiera en la baraja y barajara como quisiera. El simplemente le observaba sonriendo. Sería fácil pensar que sonreía porque iba a hacer un truco de magia que seguro le saldría bien, que quizá le iba a impresionar... pero no. Su sonrisa era mucho más simple, mucho más sencilla. "vale, vamos a ver..." dijo él mientras cogía la baraja y la esparcía de manera circular sobre un trozo de toalla que había entre los dos. "Estás pensando en la carta, ¿verdad?" dijo él mientras alzaba la vista a su mirada. Ella asintió y sonrió. Y entonces el cerró los ojos y le cogió la mano, fingiendo que ésta le guiaría hacia la carta que había sacado previamente. Ahí estaba el motivo real de su sonrisa, poder cogerle de la mano. Algunos pensaréis que es un vil y sucio truco por su parte. Y seguramente, si ella alguna vez llegara a saber de esto, también lo pensaría, entre nubes de risas. 
"Es...." carraspeó brevemente, alargando su momento. "Es el 7 de oros!" dijo él sonriendo, sabía que había acertado. Ella frunció el ceño riendo, pretendió hacerse la indignada de nuevo "¡bah!" dijo de forma elocuente mientras agachaba la cabeza.
Es cierto que él pensó en rebelarle el truco, pero es más cierto aun que pensó, que al no hacerlo, tendría en un futuro otra excusa para cogerle la mano... y calló.
Enseguida fueron saliendo los demás de la piscina, uno a uno fueron todos llenando el césped artificial que ofrecía algo de sombra bajo las sombrillas incrustadas en su superficie. Se decidieron a jugar a un juego de cartas, uno en el que había que mentir, en el que aquel que llevara el rey, tenía que evitar ser descubierto. Los demás, cuyas cartas serían ases, tenían que adivinar quién llevaba los reyes. Y en cada ronda se eliminaba a uno. Sencillo.
Repartieron las cartas. El miró la suya, nada. Entonces le miró a ella, espero a que levantara su carta, y espero a que le devolviera la mirada. No tardó mucho en suceder, y él enseguida lo vio. Sus labios no se curvaron ni un sólo milímetro, pero su mirada contaba historias, y las historias que contaban ahora hablaban de reyes y mentiras. Entonces él se rió, se rió y forzó la risa en ella. "jo, ¡no vale!" protestó ella,"para". Pero por mucho que protestara, ya no servía de nada. El podía leer sus cartas en sus ojos, el podía ver entenderla otro poquito más.
No sé sabe quién ganó la partida, ni quién la perdió. Lo único que quedó claro es que eso no le importaba a nadie, lo importante era reír, y pasarlo bien... y como y a sabréis todos los que seguís esta historia, cuando ellos dos se juntaban, risas era algo que nunca faltaba.

Estaban ya recogiendo para irse, las toallas en la espalda, las bolsas en las manos y él, sin nada  más que lo puesto. Se giró para ver si ella necesitaba ayuda con algo, y la vio escarbando en su bolso. Se preguntó a sí mismo que podría estar buscando, ya que no le había visto guardar nada ahí. Muchas cosas surcaron su mente, pero ni en sus más locos pensamientos lo habría adivinado. Ella sonrió, había encontrado lo que buscaba, y lo sacó lenta y cuidadosamente con una mano. A él le dio vuelco el corazón. Él pensaba que estaría en un cajón de su casa, quizá con suerte, colgando de algún saliente de algún mueble de su habitación. Pero no, estaba ahí, ella lo tenía, y ahora lo llevaba puesto, colgando del cuello, más bonito que nunca. El caramillo de plata.
Y definitavemente apreció que no podía haberle regalado jamás nada mejor.


Me veo obligado a cortar el relato en tres partes... porque es complicado de recordar, de relatar y de estructurar. Así que... en uno o dos días, más ^^