lunes, 7 de octubre de 2013

Nunca es fácil

Imagino que por el título sería fácil pensar que lo que sea que voy a escribir a continuación se basa en la idea de que nunca nada de lo que realmente vale la pena es sencillo de alcanzar. Supongo que esto tiene cierto grado de veracidad, aunque no siempre es así. En este caso... tan sólo roza el tema si lo entiendes bien.



No podía creerse que el tiempo hubiera pasado tan rápido. Ahí estaba él, cogido de sus manos, mirándola a los ojos y diciendo con éstos lo que la sonrisa de sus labios intentaba ocultar. Se besaron repetidas veces, se abrazaron también, y caricias no faltaron tampoco para una ocasión que lo merecía. 
Inconscientemente, a medida que pasaban los segundos, la sonrisa de la cara iba perdiendo fuerza y la forma en la que le sujetaba las manos era distinta. Quizá sólo fue un comentario afortunado, o quizá ella se dio cuenta de la expresión de él y quiso hacer algo. Era más perspicaz de lo que se molestaba en aparentar. 

"Aquí no puedo darte un nivel 4" dijo ella mirándole a los ojos después de besarle. Sonrió un poco, como intentando tentarle a él a sonreír también. Y lo consiguió. Sonrió con un suspiro, y de pronto mucha de la tensión del momento se desvaneció, temporalmente, sí, pero se desvaneció.
Él se soltó las manos para rodearla en un abrazo, pero un abrazo de los de verdad, con una mano en la espalda y la otra en la cabeza, apretándola contra sí mismo como si estuviera protegiéndola de algo, acariciándola con los ojos cerrados, como sintiendo cada latido que diera su corazón.

"Tengo que irme" dijo él despegándose poco a poco y cogiéndola por las manos de nuevo. Se miraron a los ojos y ella asintió. "Lo sé" y le besó una vez más. Con los ojos cerrados también, como se sientes los mejores besos, los que se dan cuando las palabras no bastan, cuando los abrazos no llegan, cuando una mirada no abarca.
Con un gran esfuerzo separó sus labios de los suyos, se inclinó hacia atrás e intentando mantenerse firme, se intentó girar lentamente para marcharse. Pero no pudo, porque ella todavía le sujetaba por las manos, mirándole, resistiéndose a dejarle ir.

En ese momento le tembló todo el cuerpo, se olvidó de todo lo que existe, existió y existirá y sólo fue capaz de reconocer su propia existencia y la de ella. Tiró de sus manos hacia él firmemente haciendo que ella cayera en sus brazos, la volvió a besar, la volvió a abrazar, y sintió cosas que no recordaba ya, sintió cosas que no se pueden escribir ni contar... y de sus labios se escapó un susurro, un susurro que sonaba como un grito en sus adentros. Un te quiero.



Y mientras la veía alejarse desde la ventana del autobús entendió... que uno nunca se acostumbra a las despedidas.
Y quiso llorar, sus ojos se nublaron como un día de otoño, pero no lo hizo, no. Porque el no era una nenaza, y sobretodo porque tenía más motivos para ser feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario