sábado, 19 de octubre de 2013

Todo atrás



Eran la 13.15 y acababa de llegar a la terminal 1 del aeropuerto de Madrid. Llevaba varias horas de viaje desde su ciudad y estaba cansada, cansada y triste. Caminó conduciendo su maleta por la amplia terminal sin a penas reparar en la gente, sin apenas reparar ni en el mismísimo suelo que estaba pisando. Caminaba como camina un muñeco al que le han dado cuerda y sólo puede seguir avanzando, sin mirar atrás, sin volver atrás... Llevaba una maleta grande,de colores naranja y rojo. Rojo, uno de sus colores favoritos. Otra maleta más, ésta de color morado, sería enviada por correo a su nueva dirección, tal era la cantidad de ropa que se llevaba. Pero aún así no podía evitar sentir que las maletas estaban vacías, que lo que realmente podría llenarlas, se quedaba en tierra. No sé si alguna vez vosotros habéis tenido esa sensación. Es una sensación horrible y voraz, que va carcomiendo tus pensamientos a cada paso que das, ahogando tus recuerdos en desesperación, y cargando de ansiedad cada trago de saliva que discurre por tu garganta. Pero a veces hay que vivir estas cosas, a veces es parte de nuestras decisiones más importantes y valiosas, y es de valientes y personas con fuerza el ser capaz de sobreponerse a todo ello. Por eso, él la admiraba.

Recorrió pues los pasillos, ausente, al margen del mundo, y llegó a los mostradores de facturación de Air Europa. Aún quedaba una hora y media para que saliera su vuelo, eso sin contar el retraso que es de esperar en un aeropuerto, especialmente a mediodía. Los nervios explotaron dentro su cuerpo al ver la gente cruzar la linea, una vez facturara sus cosas y pasara por ahí, ya no habría vuelta atrás ninguna. Decidió sentarse unos minutos, necesitaba sentarse y respirar, necesitaba sentir que aún estaba en casa, aún sin estarlo realmente, durante unos minutos más. Estaba sentada con el billete en la mano, y las manos sujetándole la cabeza mientras sentada se miraba las piernas o al suelo. O más bien podría decirse que no miraba a ningún lado, simplemente tenía los ojos abiertos. Quizá por eso no notó que alguien se acercara a ella hasta que no se dirigió a ella por su nombre. "¿Alex? Esto es para ti". Un chico joven, más joven que ella incluso, de poco más de 1.80 y vestido con unos vaqueros y una camiseta negra se alzaba ante ella. No estaba serio, tampoco sonreía, simplemente mantenía una cara totalmente neutra y sostenía una carta entre sus dedos. Un sobre en el que sólo ponía el nombre de una chica. El suyo. El chico no se despidió ni dijo nada más, tan pronto como ella sostuvo la carta entre sus finos dedos, se alejó sin más, sin siquiera mirar que la carta la abría o la leía. 
Ella estaba sentada, todavía perpleja y sin entender qué acababa de pasar ahí. Estaba segura de que a ese chico no lo había visto nunca antes, así que...¿Cómo podía saber su nombre? ¿Por qué tenía una carta para ella en la mano? En ningún momento sintió miedo, sólo desconcierto y confusión... y quizá fueron los únicos segundos en las últimas horas en los que no sintió agobio, ni pena, en los que olvidó para qué estaba allí y la angustia cesó de atormentarla. Unos segundos, muy pocos, pero quizá los suficientes para que los nervios no terminaran de destrozarle por completo. Si quería descubrir más sobre la carta y sobre quién era el chico ese no tenía más remedio que abrirla. Lentamente abrió el sobre sin romperlo y deslizó los dedos en su interior, sacando acto seguido un folio plegado en dos movimientos. Desplegó con cuidado la hoja, y sus ojos velozmente escudriñaron de arriba a bajo lo que había en ella. Con tan veloz vistazo no puedo más que ver que era una carta, y que estaba escrita a mano. Y comenzaron a nublarse sus ojos, comenzaron a llenarse de lágrimas, pero no pudo llorar, porque lo primero que leyó, destacado en lo alto de la hoja, en negro y casi con relieve fue "Prohibido llorar si no estoy para llorar contigo".

Se secó los ojos con las mangas de su sudadera y respiró hondo. Pensó repetidas veces que no iba a llorar, que no iba a llorar, que no iba a llorar. Y continuó leyendo.
Sé que a muchos o muchas os gustaría saber que ponía en la carta, leer qué es lo que alguien que se había tomado tantas molestias por entregarla, tenía que decir. Algunos pensaréis que estaba cargada de sentimiento, de cosas bonitas y metáforas preciosas que no hacían más que ensalzar los sentimientos que él le profería. La verdad es que eso habría sido lo normal en él. Él que era capaz de escribir un poema en cuestión de segundos, que era capaz de transformar un beso en una historia de amor o una palabra más fría en una desgarradora descripción. Pero no, esta vez no fue así. Lo único que hizo fue escribir una carta, una carta de despedida. Y ella la leyó sin perder detalle, ella la leyó para sí, como si cada palabra que había escrita estuviera siendo susurrada en sus oídos con la voz de él, como si cada palabra encerrara un regalo que sólo ella podía abrir.
Terminó de leer y se quedó en silencio, incapaz de doblar de nuevo la carta, incapaz de decir nada, incapaz de contener ya sus lágrimas que se deslizaban por su mejilla en silencio, desafiando con el frescor de su agua la calidez de lo que su corazón latía.
Finalmente echó la cara hacia delante, tapándose la cara con la hoja mientras rompía a llorar sin ningún tipo de remordimiento por haber incumplido la primera línea de la carta. Y entre sollozo y sollozo, entre respiración y respiración le salió un "ojalá estuvieras aquí". Un "ojalá estuvieras aquí" que salió más de su corazón y sus ojos que de su garganta y su boca. Un "ojalá estuvieras aquí" tan bajito y tembloroso que apenas lo podría haber escuchado alguien que hubiera estado sentado al lado de ella, pero que hizo eco en el aire, en el espacio y el tiempo, y retumbó en el alma de él como retumbaría una campana golpeada con un mazo de metal. 

Intentó calmarse, aunque le había parecido una eternidad, a penas habían pasado 20 minutos, pero tenía que moverse ya de allí. Se volvió a secar las lágrimas con la sudadera y plegó la carta, devolviéndola al sobre y guardándola en su bolso de mano. Era improbable que volviera a querer leerla durante el vuelo, ciertamente, pero por alguna extraña razón, quería tenerla cerca.
Extendió el brazo para alcanzar el asa elevada de su maleta naranja y roja, y tomando aire se dispuso a caminar hacia el mostrador de facturación. Pero algo la detuvo en seco, algo le hizo que la sangre se le helara en un instante y que en menos de un segundo le ardiera como el fuego de un volcán.
"Hola, creí que llegaría tarde" escuchó detrás de ella. Se quedó en silencio lo que le parecieron horas, y realmente no fueron más que dos segundos de silencio, un silencio que no dejó ni un sólo ruido en pie, que lo arrasó todo. Se giró dispuesta a verle, a saltar sobre sus brazos y echarse a llorar de nuevo, a besarle y besarle hasta que no le quedaran labios.
"Sí, yo también lo pensaba" dijo una chica estirando de la mano del chico.

El corazón se rompió en mil pedazos, el silenció se rompió en mil más y de pronto todo lo que había alrededor era un ruido ensordecedor, era otra vez la angustia y los nervios, otra vez el agobio y la sensación de pesar. Se agarró fuertemente a su maleta y la hizo deslizar por aquella estúpida terminal. Facturó su equipaje y caminó cabizbaja hacia "la línea", esa que no tenía vuelta atrás. Se paró delante y miró hacia atrás, como si esperara que hubiera alguien allí, que alguien la detuviera en ese momento, que le impidiera continuar... pero nadie lo hizo. Tomó aire y dio el paso que faltaba, cruzó la línea, cruzó, sola, sin poder volver atrás...

Y así, sin final feliz, termina la historia. Así, sin un momento mágico de última hora que llene la sala de aplausos, sin ese momento que todos esperan que termina en un beso.
Así, tal y como lo habéis leído, termina la historia.


...¿O quizá no? 

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