miércoles, 17 de abril de 2013

Happy birthday to me, happy birthday to me...

-¿Estás ya o qué?-. Le acababa de llamar por teléfono, siempre se las apañaba para bajar tarde, encima que pasaban a por él para llevarlo a clase. -Sí, ¡sí! Bajo corriendo, perdona, es que... - pero ya le había colgado. Cuando llegó a la calle vio el coche parado en doble fila y a Héctor mirándolo con una mirada neutra. Abrió la puerta del copiloto y se sentó velozmente con un resoplo - Lo siento- dijo. Héctor le miró un momento de arriba a bajo y se rió un poco - en serio, ¿ni siquiera hoy piensas llevarte nada a clase?- encendió el coche sin esperar respuesta.  Ya sabía la contestación. - Qué va. Encima que es mi cumpleaños... tsss. ¡Faltaría más!- rieron y se puso el coche en marcha. 
Miraba con aire risueño por la venta. En un día normal, Héctor le habría preguntado que si le pasaba algo o en qué pensaba, pero hoy no. Hoy era transparente como el cristal. Le dejó quedar sumido en sus pensamientos hasta llegar a la universidad. Estaban a punto de entrar en clase, tomó aire y miró su móvil por última vez antes de entrar. Una pequeña mueca de decepción y mientras abría la puerta de clase intentó esbozar su sonrisa más habitual. -¡Felicidades, Raúl!- decían algunos compañeros. Los más cercanos se aproximaron para abrazarle y estirarle de las orejas, el reía y bromeaba, devolvía algún tirón de orejas que había sido demasiado efusivo y parecía estar realmente contento de encontrarse allí y tener esos minutos de reconocimiento y atención. Especialmente de la gente que le importaba. Habían dejado un hueco justo en el medio de todos para que me sentara en el centro, ese día no había faltado ninguna a clase. Héctor le dio una palmada en la espalda - Es tu día, machote, toma asiento en el centro del harén- rieron todos. La clase no tardó en comenzar, como siempre él estaba distraído y prestaba poca atención a la clase de derecho, no era algo inusual en él, esa asignatura no le motivaba nada. Pero también es cierto que eso no siempre era un problema. -¿Entonces, será un silencio positivo o negativo?- preguntó la profesora. Se hizo un silencio general en la clase y eso llamó su atención mucho más que el continuo parloteo de la profesora. Esperó unos segundos y nadie contestó, levantó la mano un poco y preguntó - ¿Puede repetir la pregunta?- la mitad de la clase se rió, porque estaba claro que no se había enterado de nada, y sólo los que estaban a su alrededor sonrieron en vez de reír y enroscaron los ojos. A Alina aún se le escapó en voz  baja un - ¡Será cabrón, va a por nota!-. La profesora le miró con un poco de desconfianza, era normal que algunos alumnos hicieran esos comentarios sólo por fastidiar, para burlarse en señal de que nadie les estaba haciendo caso a los profesores. Aún así repitió: - He dicho que si entonces será un silencio positivo o negativo-. Miró al alumno esperando una respuesta. Éste se encogió de hombros y por un momento hubo silencio de nuevo. - Pues claramente será un silencio positivo. Qué menos... ya que no te contestan sobre algo que en verdad le favorece a la administración, ¿Cómo iba a ser negativo?- dijo al fin. Hubo murmullos y algún codazo amistoso de sus amigas. - Sí, en efecto- dijo la profesora. Y esa fue la última vez que él habló o prestó atención durante el resto de la tarde. "¿Para qué más?" había pensado él.

A penas sí se dio cuenta de que la gente comenzaba a levantarse. "Qué clase más corta" pensó para sí. Obviamente la clase había durado las 3 horas habituales, pero en su estado de absorción el tiempo se le había pasado poco menos que volando. Salió de clase junto a Héctor y Alina y giró hacia la derecha, ellos a la izquierda. Se paró en seco. -¿Dónde vais?- preguntó todavía adormilado mentalmente. Se giraron hacia él  y le miraron sin contestar, como si no hubieran entendido la pregunta. - Es mi cumple, habíamos dicho de ir a la cafetería a tomar algo y reírnos un rato. Lo dijimos hace ya una semana, y hasta Carla dijo que se quedaría- protestó él, un poco fastidiado por tener que explicar algo que no creía que tendría que explicar. Se miraron el uno al otro, Héctor y Alina tenían una cara neutra, pero aunque Héctor podría haberle engañado, él podía leer en Alina tan bien como en un libro abierto ante sus ojos. Algo iba a pasar, y él no se había enterado. "Mierda" pensó.
No tuvo tiempo de intentar averiguar de qué se trataba. Le vibró el móvil y mientras lo sacaba empezó a ponerse nervioso y tragó saliva. Un whatsapp. Deslizo el dedo por la pantalla para desbloquear el móvil, después un deslizamiento más, para abrir el whatsapp.
Se quedó helado, sin respirar, dejó de escuchar el gentío que salía de clase, dejó de ver allá donde estaba mirando... y lloró. -Feliz cumpleaños, nen, pásatelo bien- fue lo único que fue capaz de escuchar de refilón mientras sus amigos se marchaban. 

Tragó saliva y no se atrevió a darse la vuelta. - ¿No piensas darte la vuelta?- dijo ella por fin. Su voz sonaba dulce y transparente, como siempre, como si cada frase que dijera fuera una corta melodía ensayada hasta encontrar la perfección. Hubo un pequeño silencio, pero a él le pareció eterno. - sabes que te odio, ¿verdad?- contestó él finalmente, tragándose las últimas lágrimas y forzándose a asumir el control de su cuerpo y sus reacciones, dándose la vuelta lentamente. Ella no contestó, esperó a que se hubiera dado la vuelta del todo y se río, contenta. -No eres el único que sabe dar sorpresas, ¡ha!- dijo mientras se acercaba para darle un abrazo. -Felicidades-. Él se agachó para estrecharla entre sus brazos y después se incorporó, todavía abrazándola, dejándola suspendida en el aire con su abrazo -como te odio, gochi- mintió él. Esta vez pudo contener las lágrimas, aunque todavía le temblaba la pierna de la emoción mientras caminaban a fuera de la facultad.
Eran las 18.40 de la tarde, un 18 de Abril con mucho sol y temperatura excelente para estar en la calle. El sol, todavía paseándose, se colaba felizmente entre las pocas nubes que adornaban el cielo. -Y ahora, ¿qué?- preguntó el un poco desconfiado. No sabía que más esperar, conociéndola lo mismo había un elefante tras la columna que simplemente le daba un golpe en el brazo como tantas otras veces hacía. -¡Nada!- contestó ella -soy tu regalo, ahora eres tú el que decide donde me llevas y qué hacemos, jajaja- añadió, medio burlándose, porque eso era lo mismo que él le había dicho en su día. No le quedó más remedio que suspirar y reír, era imposible que no riera, cuando estaban juntos todo eran risas. Le cogió de los hombros y la orientó hacia la parada del tranvía, después le dio un leve empujón para que comenzara a caminar en esa dirección. - ¡El dios de los palillos no estará contento!- declaró él. Si a lo largo del día él había estado apagado o triste... no quedaba ni rastro de aquello.

-¿Llegas o te sujeto?- le dijo él en tono burlón cuando subieron al tranvía, señalando a la barra horizontal de sujeción. Puñetazo en el costado y después risas. -¿A dónde vamos?- le preguntó ella ignorando su pregunta y cogiéndose tan sólo con el filo de sus dedos a la barra. Él se encogió de hombros, podría llevarle a la playa, hacía buen día y era un paseo bonito, además de que ella rara vez tenía la oportunidad de ver el mar de cerca. -¿Quieres ir a la playa?- preguntó mientras se apartaba para dejar pasar a un chico cargado con maletas. Ella lo pensó durante unos segundos -Si es bonita, claro-. Él sonrió complacido y miró hacia otro lado -pues yo no-. Y comenzó a reír. Ella tardó poco en caer en la cuenta... "El jardín botánico" pensó, y se rió con él - idiota-. A las pocas paradas bajaron del tranvía y comenzaron a caminar. Estaba claro que él sabía dónde iban, y ella no se molestó en preguntar porque sabía que no se lo iba a decir, se limitó a seguirle y continuar hablando mientras caminaban, y reír, claro está... porque como ya he dicho antes, eso es algo que los dos hacían muy bien, especialmente cuando estaban juntos. Había algo en él que le hacía reír a ella, y el disfrutaba como un niño viéndola reír, así de simple.
Estuvieron caminando durante casi 20 minutos hasta que llegaron a un semáforo. Él le indicó que parara y le hizo cerrar los ojos, puso su mano con suavidad sobre ellos y la guió cruzando el paso de cebra y entre la gente.

-En Valencia no tenemos tantas cosas como en Madrid- dijo él mientras caminaba guiándola - pero a mí este sitio, en el que ya has estado según creo, me parece un sitio genial para estar-. Le destapó por fin los ojos y le pidió que los abriera. De pie sobre el césped y rodeada de de cientos de plantas y árboles una sonrisa se formó en su dulce rostro. Había bastante gente corriendo por el antiguo cauce del río, otros haciendo ejercicio en alguna de las parcelas de césped que se expandían a lo largo de muchos kilómetros en ambas direcciones, y también gente que simplemente paseaba. El col ya estaba acercándose al final de su paseo diario, pero todavía le quedaban un par de horas hasta ocultarse definitivamente, todavía hacía buen tiempo. -Pues ya está, puedes elegir árbol- le dijo él sonriente. Ella lo pensó durante unos segundos, mirando a su alrededor y golpeando con suavidad sus labios con el dedo índice mientras lo hacía. - hmmmm, ¡ese!- dijo finalmente señalando a un árbol de poca anchura que a penas tenía sitio para los dos, pero cuyas ramas se extendían lo suficiente para tapar los rayos del sol.

Ella se sentó con las piernas casi en flor de loto, él directamente se tumbó con los brazos detrás de la cabeza y respiró hondo. Durante un momento ninguno de los dos dijo nada, simplemente se dejaron empapar de la naturaleza que los envolvía, del cantar de algunos pájaros, del ruido del pequeño riachuelo artificial que iba por mitad del antiguo cauce, y del olor a césped que les envolvía. Él estaba mirando al cielo y giró la cabeza para verla a ella, ella le miró advirtiendo su mirada, y el rápidamente miró al cielo sonriendo de nuevo, señalando con la mirada a unas nubes que vagaban tranquilamente ajenas a la situación que iban a originar. Ella rompió a reír primero y él no tardó ni medio segundo en acompañarla, los dos pensaron en lo mismo, la misma palabra, y no necesitaron decirlo en voz alta para darse cuenta de ello. Les hizo reír aún más.
-¿Sabes? Si me hubieras avisado hubiera traído la guitarra hoy a la uni para que por fin me cantaras. ¡Aunque posiblemente lo hayas hecho adrede sólo para no tener que cantar!- le terminó reprochando él todavía sonriente. Ella volvió a reír y arrancó un fino y largo trozo de césped del suelo. -Pararé si te mueves un sólo milímetro, lo juro- y dicho esto comenzó a deslizar el trozo de césped por la piel de su cara, por las comisuras de sus labios, por debajo de la nariz y hasta por los párpados de los ojos. Pero él no se movió ni un sólo milímetro, y no se habría movido ni aunque todo aquello hubiera comenzado a arder, ni aunque moviéndose hubiera ganado el cielo. No, de ninguna manera se iba a mover...porque al tiempo que había comenzado a deslizar el trozo de césped por su cara para intentar hacerle cosquillas había comenzado a cantar también.

Y ese día no hubo regalos, ni pastel, ni sorpresas... y sin embargo fue el mejor cumpleaños que él puede recordar.



Y quizá si lo leo muchas veces se grabe en mi memoria como si hubiera sucedido de verdad.








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