La caja de la felicidad (3)
Siguió caminando, caminando sin descanso. No porque no estuviera cansado, sino porque el amor no entiende de cansancio, el amor no entiende de esperas. El amor ocurre, cuando ocurre de verdad, a todas horas, sin interrupciones, en todo momento, sin excepciones.Y por ello tenía que seguir avanzando.
El sol se despedía en la ontananza ondeando lazos de fuego entre las nubes, mientras que la luna esperaba agazapada tras la montaña esperando su turno para salir a escena y teñirlo todo de misterio. Cualquier buen aventurero sabe que cuando cae el sol hay que encontrar un lugar donde refugiarse, porque las más peligrosas de las criaturas son aquellas que atacan por la noche. Pero allí no había cuevas, ni poblados ni ruinas.
Allí no había más que un camino mal hecho y árboles a los lados. ¿Cómo iba pues a encontrar refugio?
Pensó durante unos minutos, pero sin dejar de caminar. "Cada paso que diera hoy, era un paso que no tendría que dar mañana." Así se decía él mismo para motivarse a seguir.
De pronto, tuvo una idea. No tenía garantía de que fuera a funcionar, pero si lo que buscaba era un escondite, entonces encontraría uno. El sol a penas se dejaba ver ya, y la oscuridad de la noche desnudaba las siniestras siluetas de un bosque solitario. La única luz era la que se veía en el cielo, y la luna se negaba a iluminar más allá del linde del bosque. Quizá por miedo, quizá por maldad, quizá porque no sabía hacer más.
Sacó entonces la linterna y la encendió sin apuntar a ningún sitio en concreto. La luz de la linterna se posaba alegre e inquietamente sobre el suelo, rocas, flores, plantas o ramas de los árboles. En cualquier sitio, pero nunca paraba quieta.
Parecía revolotear con vida propia. Esto era porque no se trataba de una linterna normal, esta linterna la habían puesto en su mochila porque tenía una función como ninguna otra. Servía para jugar al escondite con las luciérnagas.
A los pocos segundos de haber encendido la linterna, un grupo de traviesas luces comenzó a dejarse ver entre la maleza. Acto seguido, empezó a internarse en el bosque. Él las siguió, no era difícil seguirlas, era más difícil no caer al pisar o no tropezarse con ninguna raíz. Las siguió durante un par de minutos, no más, ya que todo el mundo sabe que cuando se juega al escondite, especialmente con luciérnagas, sólo tienes 2 minutos antes de que el que pilla empiece a buscar.
Un árbol que fácilmente podía haber sido 3, un árbol frondoso con ramas y hojas tristes que caían como un paragüas, ocultando el agujero que había en su tronco donde las luciérnagas se habían metido. Se metió sin dudarlo. Estaban jugando al escondite, y se habían escondido allí, así que ahí tenía lo que buscaba, un escondite para pasar la noche. Estaba escondido como ellas, las luciérnagas, y nadie ni nada podría encontrarle allí. Pensó en utilizar su manta, pero allí dentro no hacía frío,y prefirió reservarla para una ocasión mejor. Esa noche, de todas maneras, seguro que soñaría con ella.
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