Cuando bajé del tren me sentía un poco perdido, era una ciudad en la que sólo había estado una vez, hacía poco más de 10 años, cuando era niño. Desde la estación podía ver que nada a mi alrededor me era familiar, ni siquiera el viento frío que golpeaba mis mejillas suavemente se parecía al del lugar donde yo vivía.
El sol, pese a que hacía frío, hacía acto de presencia en un cielo totalmente despejado sin ninguna nube y se divertía cegando mi mirada cada vez que intentaba mirar a través del cristal de la estación. Supuse que estarías ya esperándome, aunque una parte de mí temía que llegaras tarde o que incluso te hubieras olvidado. "No, tú no haría eso", pensé.
Cuando cruce la puerta te vi de inmediato. Quizá porque te habías puesto justo en frente y estabas haciendo aspavientos con los brazos para que te viera. O quizá porque no había nadie más al rededor. Era una sensación extraña, te había visto antes, aunque nunca en persona; había oído tu voz, aunque nunca en directo; había incluso tenido conversaciones contigo, pero nunca a la cara. Esta era la primera vez, y no podía evitar sentir una sensación curiosa mitad emoción cuando conoces a alguien nuevo, mitad ganas de volverte a ver con alguien que hacía tiempo que no veías. Y aun así, en el instante en que te vi, supe que todo iba a estar bien, que el viaje valdría la pena.
Me recibiste con un fuerte abrazo y dos besos, exclamando no mi nombre, sino ese alias que estabas acostumbrada a leer mientras jugabas. Sentí como si no fuera la primera vez que me abrazabas. Ese calor que desprendía tu buen corazón lo había sentido antes, aunque fuera en la distancia, y eso me hizo sonreír aun más. Te devolví el abrazo con cariño, y comenzamos a caminar. No tenía claro qué íbamos a hacer ese día, y creo que tú tampoco... pero estaba claro que fuera lo que fuera iba a ser para pasarlo bien.
Y así fue, realmente hicimos muchas cosas para tan poco tiempo que tuvimos. Desde pasear sin rumbo por el parque, hasta empacharnos sin remedio a base de bollicaos en un banco en mitad de las Ramblas. Sé que caminamos mucho, aunque no sabría decir cuánto, sé que caminamos mucho, pero que en ningún momento me sentí cansado. Sé que caminamos mucho, pero ni la mitad de lo que reímos, ni la mitad de lo que hablamos.
Y es que contigo, es difícil no sentirse feliz.
Después te quise llevar a algún sitio a cenar, fingí saber perfectamente dónde iba, y tú fingiste creerme y te dejaste llevar sin ninguna queja. Giré en una calle aleatoria, crucé una plaza que no había ni visto antes. Me perdí en ningún lado y en ningún sitio, pero seguí caminando, y tú simplemente sonreías a escondidas sabiendo que estaba perdido. Sí, lo estaba, pero lo que tú no sabías, es que aunque no lo hubiera estado, sólo con verte sonreír, habría seguido perdido una vida y media más.
Finalmente encontré un restaurante, aunque creo que ya no recuerdo dónde ni qué cenamos. No recuerdo quién pago, o si llegamos siquiera a pagar. No recuerdo si hubo postre, si la comida estuvo buena o no... Pero sí recuerdo que contamos historias, las más absurdas que habíamos vivido, incluso las que aún nos quedaban por vivir. Sí que recuerdo que reíste tan fuerte que el agua casi te sale por la nariz, y que yo me atragante, con mi propia saliva, intentando no estallar en carcajadas. Eso sí lo recuerdo, porque dejó un sabor de boca difícil de olvidar.
Y cuando salimos, llovía a cántaros, como no había visto llover en meses. Me cogiste de la mano y me arrastraste calle arriba con tan sólo un "¡Por aquí!". Corrimos bajo la lluvia, y en ese momento admito que pareció una idea genial. Ahora, en perspectiva, veo que nos empapamos igual que si hubiéramos ido caminando despacio. No tenía ni idea de por dónde me llevabas, pero no dejabas de reír, de cagarte en todo, y yo de cagarme en la puta. No sé qué nos pareció tan divertido de aquello, de estar mojándonos como patos y pensar en la pulmonía que podíamos pillar. Pero ahí estábamos, corriendo bajo la lluvia y pasándolo tan bien como si aquello fuera un parque de atracciones. Y seguimos corriendo... hasta que llegamos allí. Paraste de golpe en un portal y nos refugiamos.
"¿Te has cansado de correr ya?" Te pregunté mientras me inclinaba para coger aire apoyado en mis rodillas. Me miraste casi ahogada tú también, y te reíste.
"Sí, desde que empezamos a correr" bromeaste mientras te incorporabas. Me reí con ganas. "Anda, sube y te secas, y con un paraguas te vas al Hotel".
No pude negarme a tu oferta, estaba tan calado en agua que me chorreaban hasta las pestañas. Así que simplemente asentí, como un tonto que no sabe qué responder. Un tonto pasado por agua.
Y subimos, y me dejaste una toalla, una camiseta ancha y un pantalón a juego. Poco varonil, sí, pero seco y a juego. Me mandaste al baño a secarme y cambiarme, y te dejé a ti en la habitación. Yo creo que no tardé mucho, que sólo tarde unos minutos, más unos minutos que dejé pasar por si tú estabas haciendo lo propio en tu habitación. Sinceramente, yo creo que no pasaron más de 15 minutos, pero también es cierto que perdí un poco el control del reloj.
Cuando llegué a tu habitación estabas tirada ya en la cama, tapada con una manta y con los ojos cerrados, la luz encendida y la cara medio hundida en la almohada.
Aguanté la respiración, como si temiera despertarte con tan sólo respirar, mantuve el silencio como si temiera que al robarte el aire con un suspiro te pudieras molestar. Me acerqué de puntillas hacia la mesita donde estaba mi móvil y mi cartera. No tenía ni idea de cómo volver al Hotel, tampoco tenía paraguas y seguía lloviendo a cantaros. No tenía ni idea, pero sí sabía que no te quería despertar. Estaba ya en la puerta de tu cuarto, con la mano en el interruptor de la luz para dejarte descansar...
"Apaga la luz, deja eso y acuéstate ya, estoy cansada" te escuché decir. Me giré y te vi todavía con los ojos cerrados, la cabeza hundida en la almohada, y sin dar casi ningún signo de vida, excepto tu mano dando unos leves golpecitos sobre el colchón a tu lado.
"Bueno, si me lo ordenas... qué remedio" dije, como si te estuviera haciendo un favor, como si no me estuvieras salvando el día, como si no acabaras de hacerme sonreír aunque no pudieras verlo. Me acosté a tu lado sintiéndome raro, y me puse de lado dándote la espalda. Sentí tu brazo pasar por encima del mío, cayendo en forma de abrazo. Sentí tu abrazo en mi piel, y tu comprensión en el alma. Dejé de sentirme raro, y me sentí un poco más tú.
Abracé tu brazo con el mío sobre mi pecho. Compartí mi suspiro contigo, compartiste tu respiración conmigo. Compartimos una sonrisa en la oscuridad, y los dos nos entendimos.
Y así terminó el día, que no todo termina como uno espera, ni todo espera a que uno termine. Pero aquella noche, en aquel momento, fuimos simplemente dos almas perdidas que encontraron un lugar, fuimos dos corazones rotos que consiguieron descansar. Fuimos dos personas durmiendo, compartiendo cama y quizá algún sueño. Fuimos lo que fuimos, y no pedimos nada más...
~DeWay.
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