La noche había caído hacía ya varias horas, las nubes tapaban las estrellas que inútilmente intentaban asomarse en el cielo, y por ello el bosque estaba más oscuro que nunca... y él, sentado en la rama de un árbol que se alzaba en los lindes de éste, no dejaba de mirar las luces de las farolas que iluminaban el pueblo. No había ruido alguno, sólo la suave melodía del viento deslizándose entre las hojas acompañada del uniforme pero rítmico sonido de las luciérnagas, grillos, y otras criaturas cuya voz parecía sonar más fuerte al caer la noche.
Hacía tiempo que no se encontraba, que no era capaz de dar un calada de aire y sentirse del todo bien...ni siquiera estando allí. Tomó aire como si quisiera comprobar a qué sabía, estaba fresco, insípido como siempre, y como siempre seguía sin terminar de sentirse bien. Hacía tiempo que intentaba deshacerse de una sensación extraña que le recorría todo el cuerpo, una sensación sin nombre, sin etiqueta, tan abstracta como un sentimiento y tan pesada como una roca. Había intentado deshacerse de esa sensación de muchas maneras, dejando sangrar su corazón hecho palabras en papel, dejando reverberar su alma en cada una de las cuerdas de su guitarra, dejando sus versos contaran historias que nadie habría sido capaz de contar jamás. Pero nunca terminaba de funcionar, pues aquella sensación desaparecía sólo por unas horas, a veces incluso sólo minutos... y luego volvía sin más.
Sentado en aquella rama se sentía más perdido que nunca, más olvidado e insignificante. No sólo no sabía qué sentía ni cómo, sino que ni siquiera sabía en qué debía o quería pensar. Tomó aire con la garganta ahogada, notó como le temblaba la mano, sintió como se quebraba su pecho, cedió cuando se rompió su alma... y en aquella noche oscura y silenciosa, llovió sobre sus mejillas. Tal era la impotencia y la rabia de ser incapaz de avanzar.
A través de las lágrimas, las luces del pueblo se hacían deformes y borrosas, se amontonaban y parecía imposible decidir dónde empezaban y dónde terminaban. Un retrato perfecto de cómo se sentía en esos momentos. Le pareció ver una sombra entre las luces y apartó suavemente las lágrimas de su mirada, curioso, pero no había nada que ver. Sacudió la cabeza con un suspiro y miró al cielo, preguntándose si habría alguien más en el mundo que estuviera así sentada y mirando al cielo también. Y entonces... de la oscura noche, nació en el cielo una estrella fugaz que surcó el cielo más allá de las nubes, que las rasgo para dejarse ver. Y a su mente acudieron millones de imágenes en un sólo instante, pero sólo una quedo grabada en sus ojos, sólo una.
Bajó con cuidado del árbol, y caminando en el silencio de la noche volvió a casa sin detenerse. Las lágrimas que habían quedado en su mejilla se habían secado con el viento. Y justo antes de entrar en casa, tomó aire de nuevo, tomó aire como si no hubiera respirado en meses, quizá en años... y sonrió amparado por la soledad de las calles al haber entendido algo que nunca había querido entender.
Mejor pasar el resto de una vida intentando conseguir algo que de verdad quieres... que llegar a conseguir cosas que nunca llegaste a querer de verdad.
Luego soy yo la que escribe cosas tristes. Ehm. Muchacho.
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