Era media tarde, hacía exactamente un año que no se veían,
aunque sí que mantenían el contacto durante el resto del año con mensajes y
redes sociales. Estaba claro que se tenían mucho cariño, la sonrisa de
felicidad de ambos cuando se cruzaron sus miradas lo delataba así. Se dieron un
abrazo y un sonoro beso en la mejilla, pero no dijeron nada hasta que no
estuvieron sentados en un banco. Hablaron del curso, de la familia, recordaron
cosas que se habían dicho y estuvieron hablando de mil y ninguna cosa durante
casi una hora. Hacía un día muy bueno, el sol se filtraba suave por entre las
hojas de los pinos que los rodeaban y había una pequeña corriente de viento que
refrescaba lo justo para no sentir calor. Y además la compañía no podía ser
mejor. Parecía que la conversación había llegado a su fin, ella tenía cosas que
hacer en casa, y el había quedado para jugar al frontón, pero entonces ella se
mordió el labio, y con la mirada perdida en el suelo lo dijo, dijo algo que iba
a cambiar su verano de una forma inesperada.
“¿Sabes? Me gustaría
de alguna manera tener a alguien este verano, alguien con quien compartir un
mes maravilloso. No quiero liarme con 2 o 3 chicos un par de días, yo soy más
de compartir cariño, de vivir una gran pequeña aventura con alguien… es lo que
realmente me apetece antes de irme a Francia” lo dijo y se quedo callada, todavía mirando el suelo. No estaba
avergonzada de lo que había dicho, al fin y al cabo ella sabía perfectamente
que él le entendería. Él se quedó pensativo mirándola unos segundos, y finalmente
deslizó su mano a su barbilla y con suavidad levantó su cabeza para que le
mirara a los ojos y respondió: “Si es lo que quieres, estoy seguro que lo
tendrás, sólo tienes que ser tú misma, porque tal y como eres y con tu sonrisa,
estoy seguro que lo tendrás”. Ella sonrió y se lanzó a su cuello para abrazarle.
Él sonrió todavía más ampliamente mientras le escuchaba susurrar en su oído. “Gracias,
en serio, siempre consigues que esté animada y feliz” y dicho esto, le plantó
un beso en la mejilla y se levantó. Se despidieron contentos, y cada uno se fue
por su lado… sólo que él decidió, que quizá era mejor no jugar al frontón ese
día, tenía otros planes.
“Sí, claro que sé dónde vives. ¿Qué pasa? Ok, sí sí,
tranquilo, voy para allá” su cara reflejaba entre preocupación y curiosidad. Le
había dicho que la necesitaba, que por favor fuera a su casa, que estaba
esperándola en el corral. Era la hora de cenar, y tuvo que ser muy cuidadosa
para explicarle a su madre que la comida que había preparado no se la iba a
poder tomar ahora. La madre, sorprendentemente pareció no disgustarse lo más
mínimo, de hecho contestó así: “Tranquila, hija, si no he hecho cena para ti”.
Ella pensó que era una broma, pero se alegró igualmente de que se lo hubiera
tomado con buen humor. Caminando calle abajo iba pensando en que podría pasar
para que él le sacara de casa a esas horas. Tendría que ser importante. A penas
vivían a 3 o 4 minutos andando el uno del otro, era un pueblo al fin y al cabo,
y en seguida se plantó en la puerta. Estaba abierta. Entró en el corral y vio
luz en el cenador. En la parte interior del corral había una especie de
mini-carpa, con sábanas por paredes para que fuera un lugar un poco menos
visible. Había un sofá, sillas, y una mesa de madera redonda donde más de una
vez iban a merendar los amigos. Ella vio una luz dentro de la carpa, y se
acercó cautelosa mientras preguntaba en voz alta “¿Estás ahí?”. Se veía la
sombra a través de la sábana, era una pregunta retórica, aunque educada, y el
respondió igualmente. “Sí, sí. Pasa por favor”.
Él estaba allí, con vaqueros y una camisa de verano,
arreglado y sonriente, sentado en una silla. En cada esquina del cenador había
una vela grande, y en la mesa redonda había 3 velas más, de menor tamaño, entre
las rosas esparcidas por el mantel. Cubiertos para dos, una jarra de agua,
platos y una bandeja con la cena. “Siéntate” le dijo él tranquilamente “espero
que te guste la cena”. Ella estaba todavía con la boca abierta, no se esperaba
aquello de ninguna manera. Se miró a sí misma y respiró tranquila, al menos
ella iba decentemente arreglada con vaqueros y una camiseta de tirantes gris,
hasta le había dado tiempo de hacerse el pelo antes de salir. Qué suerte. Se
sentó sin decir palabra, mirando alrededor, a las velas, a las rosas, a él. No
terminaba de entenderlo. “Y esto… ¿por qué?” preguntó ella mientras cogía un
pétalo de rosa de la mesa. Él se encogió de hombros, sin dejar de sonreír y
apoyando los codos en la mesa estiró sus manos hacía la suya que sostenía el
pétalo. “Si quieres un mes que no olvidarás jamás…” empezó a decir mientras
abría su mano con suavidad y recuperaba el pétalo con la mano izquierda. “…yo
puedo darte eso y mucho más” continuó, mientras con la mano derecha ponía en su
mano una rosa entera. “no te conformes con un pétalo cuando puedes tener la
rosa entera. Tú vales eso y más.” Concluyó por fin.
Ella estaba descolocada, no se lo había esperado de ninguna
manera. Aún así, se puso colorada, mucho, y no podía dejar de sonreír.
Consiguió dar las gracias, pero estaba tan avergonzada de estar colorada que
urgentemente se dispuso a servirse de cenar. La cena, todo sea dicho, no era
precisamente un manjar de dioses. Tortilla de patata de primero, y jamón
serrano y queso tierno de segundo, además de almendras y aceitunas para picar.
Aunque al principio parecía que iba a ser una noche un poco incómoda, la verdad
es que enseguida estaban hablando y riendo como siempre. Si algo estaba claro
entre esos dos, era que juntos siempre estaban a gusto. La cena se alargó casi
una hora, con postre incluido, un trozo de pastel de chocolate que había estado
preparando por la tarde. “Está riquísimo. ¡Sabes que este pastel me encanta!”
dijo ella mientras degustaba una cucharada. Él tan sólo asintió, pues tenía la
boca llena de pastel. Una vez se terminaron sus trozos, se levantaron de la
silla, ella iba a recoger su plato, pero él se adelanto y casi con un salto se
acercó para poner la mano encima, casi por acto reflejo. El tiempo pareció
detenerse unos segundos mientras sus manos estaban en contacto. “No, no” dijo
él “ya lo recojo yo, tú eres la invitada”. Ella alzó la vista para verle,
estaba realmente cerca. Por un momento dejó de ver, aun con los ojos abiertos.
Sintió el calor de la mano que sujetaba la suya, sintió hasta los latidos de su
corazón a través de ella, sintió el calor de las velas , el aroma de las rosas
que había cogido por ella; sintió su mirada en sus ojos, y sintió paz. Entonces
tiró de la mano de él, hacia ella, y le dijo: “Oye, dame ese maravilloso mes
que me has prometido”… no tuvo tiempo ni de sentir como se le helaba la sangre
al oír aquello, porque ella le besó, le besó y del hielo no quedo ni agua.
Esa fue la primera noche de una pequeña gran aventura.
Todavía había mucho tiempo por delante, y todavía se podía pasar mucho tiempo
juntos, había todavía mucho cariño que compartir. Al cabo de unos días ella fue
a su casa a las 12 del medio día, a despertarle, la noche anterior habían
salido a dar un paseo que se había alargado hasta bastante tarde. Subió a su
cuarto y lo vio tirado boca abajo en la cama, durmiendo a pierna suelta y con
sólo un pantalón como pijama. Le llamó varias veces desde la puerta del cuarto,
pero no parecía funcionar. Se acercó y le empujó por el hombro, él simplemente
se quejó en murmullos y se giró hacia el otro lado. ¡Cuánto le gustaba dormir! “Te
vas a enterar” dijo ella con suficiente tono para que el le oyera. Cogió el
vaso con agua de la mesita de noche y, poniéndose de rodillas en la cama, lo
levantó con el brazo extendido y empezó a girarlo poco a poco. El agua estaba a
punto de caer sobre su cabeza, pero él llevaba despierto ya un rato y estaba
justamente esperando el momento de contraatacar. Con un rápido movimiento se
lanzó contra el vaso con las manos por delante. Ella se asustó, soltando un
chillido y perdiendo el control del vaso que quedó en las manos de él. No se lo
pensó ni un segundó y le vació el vaso por encima, empapándole la camiseta de
arriba a bajo. “¡Serás!” dijo ella riendo “ahora sí la has hecho buena”. Se
lanzó contra él, con intenciones claras de abrazarle y mojarle con su camiseta
empapada. El intentó resistirse, y estuvieron peleando sobre la cama, dando
vueltas de un lado a otro. Finalmente ella consiguió pegar su pecho al suyo y
de la impresión tremenda del frío él no pudo hacer más que apretarla contra sí
con fuerza, para evitar que se moviera. Se miraron, primero a los ojos, luego a
los labios, luego de nuevo a los ojos… y se fundieron en un beso. Pero el beso
se fundió en caricias, y las caricias en más besos… y al final no sabías donde
empezaba uno, y donde terminaba el otro. Lo que sí se supo, es dónde terminó el
vaso de agua… roto en el suelo. Aunque de eso no se enteraron… hasta que no
pasó bastante rato.
Los días iban pasando, y cada día era diferente. Cada día a
alguno se le ocurría algo para hacer, a veces empezaba como una tontería, pero
cuando estas a gusto con alguien, hasta las tonterías se pueden volver grandes
historias. Esa es la magia de la que la gente habla… la mayoría de las veces no
importa lo que hagas, sino con quién lo hagas…porque es esa persona la que va a
hacer que lo que hagas sea algo grande y memorable. Y con ella, era todo
siempre así. Hicieron muchas cosas juntos, desde tiro con arco en el corral de
la casa de él, hasta cocinar postres en casa de ella, postres que nadie tuvo
valor de probar, salvo ellos dos. Objetivamente estaban malísimos, pero para
ellos no, había un ingrediente secreto que sólo ellos podía detectar:
cariño. También se fueron al monte de
merienda, a pasear y ver lugares escondidos que ella no había visto nunca, a
ver películas juntos, o simplemente hasta estar tirados en la cama, uno al lado
del otro, acariciándose el cabello y el brazo, sin hacer nada. Ni dormir, ni el
amor, ni hablar. Sólo estar ahí, uno al lado del otro, con los ojos cerrados,
sintiendo y disfrutando el momento que sólo existía para ellos dos.
Llegaron las fiestas del pueblo, y como es natural cada uno
se iba con sus amigos por la noche. De vez en cuando se cruzaban en la plaza
del pueblo, y aprovechaban para tener un pequeño baile, de vez en cuando se
cruzaban en alguna callejuela del pueblo, y aprovechaban para tener un pequeño
desliz el uno con el otro. Era simplemente como tenía que ser. Las fiestas
duraron 5 días, y cada noche se “encontraban casualmente” 3 o 4 veces en algún
callejón, y luego siempre volvían con sus amigos de fiesta. Las fiestas
llegaron a su fin, y la gente comenzó pronto a marcharse del pueblo, fue
quedándose vacío, pero ellos seguían teniéndose el uno al otro, y continuaron
con la misma rutina de antes de fiestas. Excursiones, películas y alguna que
otra tontería nueva, como intentar hacer el castillo de naipes más grande
juntos, ¡con 10 barajas de cartas nada menos!, intentar competir al ajedrez y
las damas, o los intentos de ella por enseñarle a él como bailar ciertos
bailes. Los días iban pasando, y siempre había cosas que hacer, cosas que decir
y caricias y besos que dar. Pero como todo bueno, esto también tenía que tener
un fin.
“Me voy mañana…” dijo ella con la voz débil. Él asintió,
estaba cogiéndole las manos con delicadeza y le miraba a los ojos, entre
contento y triste. Respiró hondo y asintió. “Lo sé, cielo. Y me apena tanto
como a ti. Pero… no me arrepiento ni un segundo” Ella sonrió un poco y le besó
con ternura. “Yo tampoco. Muchas gracias, has cumplido tu promesa de darme un
mes maravilloso”. Él sonrió ampliamente y negó con la cabeza. “yo no he
cumplido. Hemos sido los dos, porque sin ti, yo no habría logrado nada. Tú eres
la que me ha dado ganas de hacer todo lo que he hecho”. Ambos se miraron, y
sonrieron, y se fundieron en un beso. En ese momento, en esa noche, explotó el
tiempo. No sé sabe si pasó rápido o lento, entre tanta caricia y tanto beso el
tiempo pareció perderse y nadie supo de él. Hicieron el amor, derrochando
cariño en cada movimiento, en cada caricia, derrochando ternura en cada mirada,
en cada beso. Hicieron el amor durante horas, lentamente y sin pensar en el
tiempo, ni en mañana, ni en ayer. Hicieron el amor con una sonrisa en los ojos,
con chispas en los labios, hicieron de aquella noche un recuerdo imborrable… “Te
quiero” le dijo él mientras ella ponía la cabeza sobre su pecho, cansada, y él
acariciaba su larga melena con cuidado. Ella sólo pudo sonreír y murmurar algo…
justo antes de caer dormida. Fue una de las noches más especiales que han
vivido jamás.
Al día siguiente, cuando él despertó, ella ya no estaba. Se había
marchado de su cama sin despertarle y le había dejado sólo una notita. “Lo
siento, no puedo despedirme de ti… te quiero”. Él sonrió un poco, y suspiró con
resignación. Beso la nota y volvió a dormirse. “Dormido la echaré menos de
menos.” Pensó él. Ella estaba ya en el coche de camino a Valencia, y no dejaba
de mirar melancólica por la ventanilla. Le habría gustado quedarse allí unos
días más, con él. Qué digo unos días… unas semanas, o meses… Pararon para comer
a mitad de camino, ella dijo que no tenía hambre, pero sus padres insistieron
en que algo tenía que comer. Resignada salió del coche y abrió el maletero para
buscar su bolsa. Estaba nublado el cielo y hacía más frió del que esperaba
fuera del coche y necesitaba una chaqueta. Y cuando abrió su bolsa lo vio. Un pétalo de Rosa, y una nota:
“Sé que te vas a ir sin despedirte. Sé que despertaré y no
estarás. Pero me llevarás contigo allá donde vayas, porque cuando no puedas
llevarte la rosa contigo, llévate al menos uno de sus pétalos. Te quiero, mi
niña”
Y se abrió el sol entre las nubes, y entendió que quizá,
sólo quizá, aquello no había sido un adiós, sino un hasta luego.
Porque no todas las historias que nos hacen sonreír tienen por qué ser reales. A veces simplemente necesitas hacerla tuya, y sentirla como tal.
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