sábado, 7 de septiembre de 2013

Un mes maravilloso.

Era media tarde, hacía exactamente un año que no se veían, aunque sí que mantenían el contacto durante el resto del año con mensajes y redes sociales. Estaba claro que se tenían mucho cariño, la sonrisa de felicidad de ambos cuando se cruzaron sus miradas lo delataba así. Se dieron un abrazo y un sonoro beso en la mejilla, pero no dijeron nada hasta que no estuvieron sentados en un banco. Hablaron del curso, de la familia, recordaron cosas que se habían dicho y estuvieron hablando de mil y ninguna cosa durante casi una hora. Hacía un día muy bueno, el sol se filtraba suave por entre las hojas de los pinos que los rodeaban y había una pequeña corriente de viento que refrescaba lo justo para no sentir calor. Y además la compañía no podía ser mejor. Parecía que la conversación había llegado a su fin, ella tenía cosas que hacer en casa, y el había quedado para jugar al frontón, pero entonces ella se mordió el labio, y con la mirada perdida en el suelo lo dijo, dijo algo que iba a cambiar su verano de una forma inesperada.
“¿Sabes?  Me gustaría de alguna manera tener a alguien este verano, alguien con quien compartir un mes maravilloso. No quiero liarme con 2 o 3 chicos un par de días, yo soy más de compartir cariño, de vivir una gran pequeña aventura con alguien… es lo que realmente me apetece antes de irme a Francia” lo dijo y se quedo callada,  todavía mirando el suelo. No estaba avergonzada de lo que había dicho, al fin y al cabo ella sabía perfectamente que él le entendería. Él se quedó pensativo mirándola unos segundos, y finalmente deslizó su mano a su barbilla y con suavidad levantó su cabeza para que le mirara a los ojos y respondió: “Si es lo que quieres, estoy seguro que lo tendrás, sólo tienes que ser tú misma, porque tal y como eres y con tu sonrisa, estoy seguro que lo tendrás”. Ella sonrió y se lanzó a su cuello para abrazarle. Él sonrió todavía más ampliamente mientras le escuchaba susurrar en su oído. “Gracias, en serio, siempre consigues que esté animada y feliz” y dicho esto, le plantó un beso en la mejilla y se levantó. Se despidieron contentos, y cada uno se fue por su lado… sólo que él decidió, que quizá era mejor no jugar al frontón ese día, tenía otros planes.



“Sí, claro que sé dónde vives. ¿Qué pasa? Ok, sí sí, tranquilo, voy para allá” su cara reflejaba entre preocupación y curiosidad. Le había dicho que la necesitaba, que por favor fuera a su casa, que estaba esperándola en el corral. Era la hora de cenar, y tuvo que ser muy cuidadosa para explicarle a su madre que la comida que había preparado no se la iba a poder tomar ahora. La madre, sorprendentemente pareció no disgustarse lo más mínimo, de hecho contestó así: “Tranquila, hija, si no he hecho cena para ti”. Ella pensó que era una broma, pero se alegró igualmente de que se lo hubiera tomado con buen humor. Caminando calle abajo iba pensando en que podría pasar para que él le sacara de casa a esas horas. Tendría que ser importante. A penas vivían a 3 o 4 minutos andando el uno del otro, era un pueblo al fin y al cabo, y en seguida se plantó en la puerta. Estaba abierta. Entró en el corral y vio luz en el cenador. En la parte interior del corral había una especie de mini-carpa, con sábanas por paredes para que fuera un lugar un poco menos visible. Había un sofá, sillas, y una mesa de madera redonda donde más de una vez iban a merendar los amigos. Ella vio una luz dentro de la carpa, y se acercó cautelosa mientras preguntaba en voz alta “¿Estás ahí?”. Se veía la sombra a través de la sábana, era una pregunta retórica, aunque educada, y el respondió igualmente. “Sí, sí. Pasa por favor”.
Él estaba allí, con vaqueros y una camisa de verano, arreglado y sonriente, sentado en una silla. En cada esquina del cenador había una vela grande, y en la mesa redonda había 3 velas más, de menor tamaño, entre las rosas esparcidas por el mantel. Cubiertos para dos, una jarra de agua, platos y una bandeja con la cena. “Siéntate” le dijo él tranquilamente “espero que te guste la cena”. Ella estaba todavía con la boca abierta, no se esperaba aquello de ninguna manera. Se miró a sí misma y respiró tranquila, al menos ella iba decentemente arreglada con vaqueros y una camiseta de tirantes gris, hasta le había dado tiempo de hacerse el pelo antes de salir. Qué suerte. Se sentó sin decir palabra, mirando alrededor, a las velas, a las rosas, a él. No terminaba de entenderlo. “Y esto… ¿por qué?” preguntó ella mientras cogía un pétalo de rosa de la mesa. Él se encogió de hombros, sin dejar de sonreír y apoyando los codos en la mesa estiró sus manos hacía la suya que sostenía el pétalo. “Si quieres un mes que no olvidarás jamás…” empezó a decir mientras abría su mano con suavidad y recuperaba el pétalo con la mano izquierda. “…yo puedo darte eso y mucho más” continuó, mientras con la mano derecha ponía en su mano una rosa entera. “no te conformes con un pétalo cuando puedes tener la rosa entera. Tú vales eso y más.” Concluyó por fin.
Ella estaba descolocada, no se lo había esperado de ninguna manera. Aún así, se puso colorada, mucho, y no podía dejar de sonreír. Consiguió dar las gracias, pero estaba tan avergonzada de estar colorada que urgentemente se dispuso a servirse de cenar. La cena, todo sea dicho, no era precisamente un manjar de dioses. Tortilla de patata de primero, y jamón serrano y queso tierno de segundo, además de almendras y aceitunas para picar. Aunque al principio parecía que iba a ser una noche un poco incómoda, la verdad es que enseguida estaban hablando y riendo como siempre. Si algo estaba claro entre esos dos, era que juntos siempre estaban a gusto. La cena se alargó casi una hora, con postre incluido, un trozo de pastel de chocolate que había estado preparando por la tarde. “Está riquísimo. ¡Sabes que este pastel me encanta!” dijo ella mientras degustaba una cucharada. Él tan sólo asintió, pues tenía la boca llena de pastel. Una vez se terminaron sus trozos, se levantaron de la silla, ella iba a recoger su plato, pero él se adelanto y casi con un salto se acercó para poner la mano encima, casi por acto reflejo. El tiempo pareció detenerse unos segundos mientras sus manos estaban en contacto. “No, no” dijo él “ya lo recojo yo, tú eres la invitada”. Ella alzó la vista para verle, estaba realmente cerca. Por un momento dejó de ver, aun con los ojos abiertos. Sintió el calor de la mano que sujetaba la suya, sintió hasta los latidos de su corazón a través de ella, sintió el calor de las velas , el aroma de las rosas que había cogido por ella; sintió su mirada en sus ojos, y sintió paz. Entonces tiró de la mano de él, hacia ella, y le dijo: “Oye, dame ese maravilloso mes que me has prometido”… no tuvo tiempo ni de sentir como se le helaba la sangre al oír aquello, porque ella le besó, le besó y del hielo no quedo ni agua.



Esa fue la primera noche de una pequeña gran aventura. Todavía había mucho tiempo por delante, y todavía se podía pasar mucho tiempo juntos, había todavía mucho cariño que compartir. Al cabo de unos días ella fue a su casa a las 12 del medio día, a despertarle, la noche anterior habían salido a dar un paseo que se había alargado hasta bastante tarde. Subió a su cuarto y lo vio tirado boca abajo en la cama, durmiendo a pierna suelta y con sólo un pantalón como pijama. Le llamó varias veces desde la puerta del cuarto, pero no parecía funcionar. Se acercó y le empujó por el hombro, él simplemente se quejó en murmullos y se giró hacia el otro lado. ¡Cuánto le gustaba dormir! “Te vas a enterar” dijo ella con suficiente tono para que el le oyera. Cogió el vaso con agua de la mesita de noche y, poniéndose de rodillas en la cama, lo levantó con el brazo extendido y empezó a girarlo poco a poco. El agua estaba a punto de caer sobre su cabeza, pero él llevaba despierto ya un rato y estaba justamente esperando el momento de contraatacar. Con un rápido movimiento se lanzó contra el vaso con las manos por delante. Ella se asustó, soltando un chillido y perdiendo el control del vaso que quedó en las manos de él. No se lo pensó ni un segundó y le vació el vaso por encima, empapándole la camiseta de arriba a bajo. “¡Serás!” dijo ella riendo “ahora sí la has hecho buena”. Se lanzó contra él, con intenciones claras de abrazarle y mojarle con su camiseta empapada. El intentó resistirse, y estuvieron peleando sobre la cama, dando vueltas de un lado a otro. Finalmente ella consiguió pegar su pecho al suyo y de la impresión tremenda del frío él no pudo hacer más que apretarla contra sí con fuerza, para evitar que se moviera. Se miraron, primero a los ojos, luego a los labios, luego de nuevo a los ojos… y se fundieron en un beso. Pero el beso se fundió en caricias, y las caricias en más besos… y al final no sabías donde empezaba uno, y donde terminaba el otro. Lo que sí se supo, es dónde terminó el vaso de agua… roto en el suelo. Aunque de eso no se enteraron… hasta que no pasó bastante rato.



Los días iban pasando, y cada día era diferente. Cada día a alguno se le ocurría algo para hacer, a veces empezaba como una tontería, pero cuando estas a gusto con alguien, hasta las tonterías se pueden volver grandes historias. Esa es la magia de la que la gente habla… la mayoría de las veces no importa lo que hagas, sino con quién lo hagas…porque es esa persona la que va a hacer que lo que hagas sea algo grande y memorable. Y con ella, era todo siempre así. Hicieron muchas cosas juntos, desde tiro con arco en el corral de la casa de él, hasta cocinar postres en casa de ella, postres que nadie tuvo valor de probar, salvo ellos dos. Objetivamente estaban malísimos, pero para ellos no, había un ingrediente secreto que sólo ellos podía detectar: cariño.  También se fueron al monte de merienda, a pasear y ver lugares escondidos que ella no había visto nunca, a ver películas juntos, o simplemente hasta estar tirados en la cama, uno al lado del otro, acariciándose el cabello y el brazo, sin hacer nada. Ni dormir, ni el amor, ni hablar. Sólo estar ahí, uno al lado del otro, con los ojos cerrados, sintiendo y disfrutando el momento que sólo existía para ellos dos.
Llegaron las fiestas del pueblo, y como es natural cada uno se iba con sus amigos por la noche. De vez en cuando se cruzaban en la plaza del pueblo, y aprovechaban para tener un pequeño baile, de vez en cuando se cruzaban en alguna callejuela del pueblo, y aprovechaban para tener un pequeño desliz el uno con el otro. Era simplemente como tenía que ser. Las fiestas duraron 5 días, y cada noche se “encontraban casualmente” 3 o 4 veces en algún callejón, y luego siempre volvían con sus amigos de fiesta. Las fiestas llegaron a su fin, y la gente comenzó pronto a marcharse del pueblo, fue quedándose vacío, pero ellos seguían teniéndose el uno al otro, y continuaron con la misma rutina de antes de fiestas. Excursiones, películas y alguna que otra tontería nueva, como intentar hacer el castillo de naipes más grande juntos, ¡con 10 barajas de cartas nada menos!, intentar competir al ajedrez y las damas, o los intentos de ella por enseñarle a él como bailar ciertos bailes. Los días iban pasando, y siempre había cosas que hacer, cosas que decir y caricias y besos que dar. Pero como todo bueno, esto también tenía que tener un fin.
“Me voy mañana…” dijo ella con la voz débil. Él asintió, estaba cogiéndole las manos con delicadeza y le miraba a los ojos, entre contento y triste. Respiró hondo y asintió. “Lo sé, cielo. Y me apena tanto como a ti. Pero… no me arrepiento ni un segundo” Ella sonrió un poco y le besó con ternura. “Yo tampoco. Muchas gracias, has cumplido tu promesa de darme un mes maravilloso”. Él sonrió ampliamente y negó con la cabeza. “yo no he cumplido. Hemos sido los dos, porque sin ti, yo no habría logrado nada. Tú eres la que me ha dado ganas de hacer todo lo que he hecho”. Ambos se miraron, y sonrieron, y se fundieron en un beso. En ese momento, en esa noche, explotó el tiempo. No sé sabe si pasó rápido o lento, entre tanta caricia y tanto beso el tiempo pareció perderse y nadie supo de él. Hicieron el amor, derrochando cariño en cada movimiento, en cada caricia, derrochando ternura en cada mirada, en cada beso. Hicieron el amor durante horas, lentamente y sin pensar en el tiempo, ni en mañana, ni en ayer. Hicieron el amor con una sonrisa en los ojos, con chispas en los labios, hicieron de aquella noche un recuerdo imborrable… “Te quiero” le dijo él mientras ella ponía la cabeza sobre su pecho, cansada, y él acariciaba su larga melena con cuidado. Ella sólo pudo sonreír y murmurar algo… justo antes de caer dormida. Fue una de las noches más especiales que han vivido jamás.


Al día siguiente, cuando él despertó, ella ya no estaba. Se había marchado de su cama sin despertarle y le había dejado sólo una notita. “Lo siento, no puedo despedirme de ti… te quiero”. Él sonrió un poco, y suspiró con resignación. Beso la nota y volvió a dormirse. “Dormido la echaré menos de menos.” Pensó él. Ella estaba ya en el coche de camino a Valencia, y no dejaba de mirar melancólica por la ventanilla. Le habría gustado quedarse allí unos días más, con él. Qué digo unos días… unas semanas, o meses… Pararon para comer a mitad de camino, ella dijo que no tenía hambre, pero sus padres insistieron en que algo tenía que comer. Resignada salió del coche y abrió el maletero para buscar su bolsa. Estaba nublado el cielo y hacía más frió del que esperaba fuera del coche y necesitaba una chaqueta. Y cuando abrió su bolsa lo vio.  Un pétalo de Rosa, y una nota:
“Sé que te vas a ir sin despedirte. Sé que despertaré y no estarás. Pero me llevarás contigo allá donde vayas, porque cuando no puedas llevarte la rosa contigo, llévate al menos uno de sus pétalos. Te quiero, mi niña”

Y se abrió el sol entre las nubes, y entendió que quizá, sólo quizá, aquello no había sido un adiós, sino un hasta luego.


Porque no todas las historias que nos hacen sonreír tienen por qué ser reales. A veces simplemente necesitas hacerla tuya, y sentirla como tal.

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