lunes, 30 de septiembre de 2013
Y al final...reventó en la soledad.
Llevaba tiempo sin escribir nada, llevaba tiempo sin escribir, reprimiendo en mi interior cosas que no sé reprimir. Quizá otros pueda, quizá para otros ni siquiera consideren que lo están reprimiendo... pero yo soy diferente, yo soy así.
Sé perfectamente que más de una vez armo dramas por culpa de mis emociones y mis sentimientos, y esto es posiblemente causado porque soy demasiado sensible o sentimental. Sé que aunque tenga sus cosas positivas, también me crea problemas, y no problemas sencillos...
Reprimiéndome no llego a ningún lado.
Como decía, he estado sin escribir aquí, pero tampoco escribía en ningún lado, tampoco componía canciones ni me perdía en las cuerdas de mi guitarra buscando melodías que expresaran lo que sentía dentro. No lo he hecho, y aunque ya iba notando poco a poco como esa carga se apoderaba de mi, no ha sido hasta ahora que me he roto. Me he roto, sí, y ahora estoy aquí escribiendo esta entrada para poder sobrevivir a esto. Y digo sobrevivir porque realmente tengo un nudo en el estómago, uno como no he tenido en mucho tiempo. Y estoy llorando, angustiado. Así que sin más que hacer que explotar y manchar todo de mis entrañas.... ahí voy:
Aunque sea un chico de sentimientos, y piense firmemente que por mis venas no corre sangre sino chorros de emociones y sentimientos, la verdad es que no siempre consigo expresar bien lo que siento. Quizá porque los sentimientos son complicados, quizá porque no se expresarme... o quizá porque lo sentimientos están en continuo movimiento y es imposible hacerles detenerse para tomar una foto.
Yo sé que hay algo, un motivo por el que te elegí. Lo sé, porque lo siento cada vez que te recuerdo, cada vez que te imagino, cada vez que te pienso.
Voy a cerrar los ojos, porque no me llego a explicar.
Sé que muchas veces la palabra querer se dice pronto, se dice cuando todavía no está dentro, cuando sólo la ves a lo lejos y ya la haces tuya... aunque todavía no lo sea. Lo sé. Pero yo ya no la veo, y la sigo sintiendo, así que eso es porque está ya dentro de mi. Me gustaría, como a todos, que fuera fácil y que la felicidad llamara a mi puerta. Pero sé que las cosas no van así. Pero me da igual, me da igual porque yo confío en mi,y ahora, por extensión, en ti. Y sé que si te eligió mi cabeza, si te eligió mi corazón, es por algo, aunque ahora parezca que hay mucha oscuridad, sintiendo esto en el fondo de mi sólo puede significar que después hay luz. Nuestra luz.
He estado contigo de día, he estado contigo de noche... y he sentido cada poro de tu piel en los míos. He oído tu sonrisa, he sentido tu mirada, y me he alimentado de tus besos y tu cariño.
Después de escribir todo esto, yo me siento más determinado, me siento más decidido, y siento que dentro de mi aún crece más las ganas de ti.
He decidido que estás allí, pero también aquí, y que voy a tirarme una vez más al vacío, porque ahí estás tú.
Te quiero.
sábado, 14 de septiembre de 2013
Porque me apetecía escribir
Los sentimientos no son racionales, por definición. Y por lo tanto es inútil intentar racionalizarlos e intentar adelantarse a sus cambios. Simplemente no se puede, porque son incontrolables, y eso es lo que los convierte precisamente en sentimientos, en algo humano y mágico.
Pues bien. Aquí me encuentro yo, medio tumbado en la cama con el rostro ausente. Esto es, sin sonrisa ni mueca, sin ninguna desviación de mis rasgos que desvele mi estado de ánimo.
Estoy en un estado de concentración bastante inusual en mi. Podrías decirme que el amor de mi vida está llamando a mi puerta, y yo me limitaría a decirle a mi madre que le dejara pasar y se sentara en algún lado mientras yo continuo con lo mio. Escribiendo.
¿Por qué me encuentro así ahora mismo? Para poder ser objetivo. Una cosa es no poder racionalizar los sentimientos y otra no poder objetivarlos.
Todos conocemos la sensación que se siente cuando pierdes algo que quieres. Aunque no fueras consciente que lo querías hasta el momento en el que lo pierdes, es igual, la sensación es exactamente la misma. Y es horrible, es una angustia profunda que se esconde detrás de cada recuerdo, detrás de cada pensamiento.
Y cuando tienes miedo de llegar a sentir esa sensación, es que algo te importa.
Y por qué no decirlo sin rodeos. Y por qué no decirlo sin tanta tontería y tanto palabrerío. Pues que así sea:
Me he dado cuenta de que sí que me importas más de lo que yo en un principio pretendía. Me he dado cuenta de que pensar que te puedo perder, que esto se puede terminar, me da miedo.
Cierro los ojos y puedo verlo, veo que somos dos personas muy diferentes, que venimos casi de mundos opuestos... pero que ahora mismo, a día de hoy, yo no quiero vivir sin saber que estás ahí.
Donde menos lo esperaba lo encontré, una flor en el desierto, un vacío que se fue.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
Celos de mí mismo.
Es curioso, porque los dos pequeños poemas (por llamarlos de alguna forma) que hay aquí debajo son dos pequeños textos que escribí hace un par de meses, que encontré ayer y no reconocí como míos, hasta tal punto que me dio rabia y celos que no fueran míos y que a la persona a quien se los habían dedicado les hubiera gustado.
Esto que a simple vista puede parecer una chorrada, para mí significa mucho. Significa que hubo un momento en el que sentí algo que me llevo a escribir esas cosas, y significa que al leerlo y no identificarlo como mio... dejé de sentirlas también.
1- Un paisaje borroso, un camino sin final, una noche sin estrellas ni luna que ver en el mar. Escondido tras el viento de las palabras, queda oculto el orar de mi corazón. Tras las trincheras del miedo, tras los latidos de tu canción. Donde sueño que un día me adentro, donde un día perdí la razón.
2- Si una lágrima en tu rostro se posara, y temblorosa por tus mejillas rodara, alcanzando así la comisura de tus tristes labios... no habría distancia suficiente para impedirme llegar a ti y secar tus penas con la sonrisa de mis palabras.
Pero cuando hace viento, es fácil remontar el vuelo de nuevo.
sábado, 7 de septiembre de 2013
Un mes maravilloso.
Era media tarde, hacía exactamente un año que no se veían,
aunque sí que mantenían el contacto durante el resto del año con mensajes y
redes sociales. Estaba claro que se tenían mucho cariño, la sonrisa de
felicidad de ambos cuando se cruzaron sus miradas lo delataba así. Se dieron un
abrazo y un sonoro beso en la mejilla, pero no dijeron nada hasta que no
estuvieron sentados en un banco. Hablaron del curso, de la familia, recordaron
cosas que se habían dicho y estuvieron hablando de mil y ninguna cosa durante
casi una hora. Hacía un día muy bueno, el sol se filtraba suave por entre las
hojas de los pinos que los rodeaban y había una pequeña corriente de viento que
refrescaba lo justo para no sentir calor. Y además la compañía no podía ser
mejor. Parecía que la conversación había llegado a su fin, ella tenía cosas que
hacer en casa, y el había quedado para jugar al frontón, pero entonces ella se
mordió el labio, y con la mirada perdida en el suelo lo dijo, dijo algo que iba
a cambiar su verano de una forma inesperada.
“¿Sabes? Me gustaría
de alguna manera tener a alguien este verano, alguien con quien compartir un
mes maravilloso. No quiero liarme con 2 o 3 chicos un par de días, yo soy más
de compartir cariño, de vivir una gran pequeña aventura con alguien… es lo que
realmente me apetece antes de irme a Francia” lo dijo y se quedo callada, todavía mirando el suelo. No estaba
avergonzada de lo que había dicho, al fin y al cabo ella sabía perfectamente
que él le entendería. Él se quedó pensativo mirándola unos segundos, y finalmente
deslizó su mano a su barbilla y con suavidad levantó su cabeza para que le
mirara a los ojos y respondió: “Si es lo que quieres, estoy seguro que lo
tendrás, sólo tienes que ser tú misma, porque tal y como eres y con tu sonrisa,
estoy seguro que lo tendrás”. Ella sonrió y se lanzó a su cuello para abrazarle.
Él sonrió todavía más ampliamente mientras le escuchaba susurrar en su oído. “Gracias,
en serio, siempre consigues que esté animada y feliz” y dicho esto, le plantó
un beso en la mejilla y se levantó. Se despidieron contentos, y cada uno se fue
por su lado… sólo que él decidió, que quizá era mejor no jugar al frontón ese
día, tenía otros planes.
“Sí, claro que sé dónde vives. ¿Qué pasa? Ok, sí sí,
tranquilo, voy para allá” su cara reflejaba entre preocupación y curiosidad. Le
había dicho que la necesitaba, que por favor fuera a su casa, que estaba
esperándola en el corral. Era la hora de cenar, y tuvo que ser muy cuidadosa
para explicarle a su madre que la comida que había preparado no se la iba a
poder tomar ahora. La madre, sorprendentemente pareció no disgustarse lo más
mínimo, de hecho contestó así: “Tranquila, hija, si no he hecho cena para ti”.
Ella pensó que era una broma, pero se alegró igualmente de que se lo hubiera
tomado con buen humor. Caminando calle abajo iba pensando en que podría pasar
para que él le sacara de casa a esas horas. Tendría que ser importante. A penas
vivían a 3 o 4 minutos andando el uno del otro, era un pueblo al fin y al cabo,
y en seguida se plantó en la puerta. Estaba abierta. Entró en el corral y vio
luz en el cenador. En la parte interior del corral había una especie de
mini-carpa, con sábanas por paredes para que fuera un lugar un poco menos
visible. Había un sofá, sillas, y una mesa de madera redonda donde más de una
vez iban a merendar los amigos. Ella vio una luz dentro de la carpa, y se
acercó cautelosa mientras preguntaba en voz alta “¿Estás ahí?”. Se veía la
sombra a través de la sábana, era una pregunta retórica, aunque educada, y el
respondió igualmente. “Sí, sí. Pasa por favor”.
Él estaba allí, con vaqueros y una camisa de verano,
arreglado y sonriente, sentado en una silla. En cada esquina del cenador había
una vela grande, y en la mesa redonda había 3 velas más, de menor tamaño, entre
las rosas esparcidas por el mantel. Cubiertos para dos, una jarra de agua,
platos y una bandeja con la cena. “Siéntate” le dijo él tranquilamente “espero
que te guste la cena”. Ella estaba todavía con la boca abierta, no se esperaba
aquello de ninguna manera. Se miró a sí misma y respiró tranquila, al menos
ella iba decentemente arreglada con vaqueros y una camiseta de tirantes gris,
hasta le había dado tiempo de hacerse el pelo antes de salir. Qué suerte. Se
sentó sin decir palabra, mirando alrededor, a las velas, a las rosas, a él. No
terminaba de entenderlo. “Y esto… ¿por qué?” preguntó ella mientras cogía un
pétalo de rosa de la mesa. Él se encogió de hombros, sin dejar de sonreír y
apoyando los codos en la mesa estiró sus manos hacía la suya que sostenía el
pétalo. “Si quieres un mes que no olvidarás jamás…” empezó a decir mientras
abría su mano con suavidad y recuperaba el pétalo con la mano izquierda. “…yo
puedo darte eso y mucho más” continuó, mientras con la mano derecha ponía en su
mano una rosa entera. “no te conformes con un pétalo cuando puedes tener la
rosa entera. Tú vales eso y más.” Concluyó por fin.
Ella estaba descolocada, no se lo había esperado de ninguna
manera. Aún así, se puso colorada, mucho, y no podía dejar de sonreír.
Consiguió dar las gracias, pero estaba tan avergonzada de estar colorada que
urgentemente se dispuso a servirse de cenar. La cena, todo sea dicho, no era
precisamente un manjar de dioses. Tortilla de patata de primero, y jamón
serrano y queso tierno de segundo, además de almendras y aceitunas para picar.
Aunque al principio parecía que iba a ser una noche un poco incómoda, la verdad
es que enseguida estaban hablando y riendo como siempre. Si algo estaba claro
entre esos dos, era que juntos siempre estaban a gusto. La cena se alargó casi
una hora, con postre incluido, un trozo de pastel de chocolate que había estado
preparando por la tarde. “Está riquísimo. ¡Sabes que este pastel me encanta!”
dijo ella mientras degustaba una cucharada. Él tan sólo asintió, pues tenía la
boca llena de pastel. Una vez se terminaron sus trozos, se levantaron de la
silla, ella iba a recoger su plato, pero él se adelanto y casi con un salto se
acercó para poner la mano encima, casi por acto reflejo. El tiempo pareció
detenerse unos segundos mientras sus manos estaban en contacto. “No, no” dijo
él “ya lo recojo yo, tú eres la invitada”. Ella alzó la vista para verle,
estaba realmente cerca. Por un momento dejó de ver, aun con los ojos abiertos.
Sintió el calor de la mano que sujetaba la suya, sintió hasta los latidos de su
corazón a través de ella, sintió el calor de las velas , el aroma de las rosas
que había cogido por ella; sintió su mirada en sus ojos, y sintió paz. Entonces
tiró de la mano de él, hacia ella, y le dijo: “Oye, dame ese maravilloso mes
que me has prometido”… no tuvo tiempo ni de sentir como se le helaba la sangre
al oír aquello, porque ella le besó, le besó y del hielo no quedo ni agua.
Esa fue la primera noche de una pequeña gran aventura.
Todavía había mucho tiempo por delante, y todavía se podía pasar mucho tiempo
juntos, había todavía mucho cariño que compartir. Al cabo de unos días ella fue
a su casa a las 12 del medio día, a despertarle, la noche anterior habían
salido a dar un paseo que se había alargado hasta bastante tarde. Subió a su
cuarto y lo vio tirado boca abajo en la cama, durmiendo a pierna suelta y con
sólo un pantalón como pijama. Le llamó varias veces desde la puerta del cuarto,
pero no parecía funcionar. Se acercó y le empujó por el hombro, él simplemente
se quejó en murmullos y se giró hacia el otro lado. ¡Cuánto le gustaba dormir! “Te
vas a enterar” dijo ella con suficiente tono para que el le oyera. Cogió el
vaso con agua de la mesita de noche y, poniéndose de rodillas en la cama, lo
levantó con el brazo extendido y empezó a girarlo poco a poco. El agua estaba a
punto de caer sobre su cabeza, pero él llevaba despierto ya un rato y estaba
justamente esperando el momento de contraatacar. Con un rápido movimiento se
lanzó contra el vaso con las manos por delante. Ella se asustó, soltando un
chillido y perdiendo el control del vaso que quedó en las manos de él. No se lo
pensó ni un segundó y le vació el vaso por encima, empapándole la camiseta de
arriba a bajo. “¡Serás!” dijo ella riendo “ahora sí la has hecho buena”. Se
lanzó contra él, con intenciones claras de abrazarle y mojarle con su camiseta
empapada. El intentó resistirse, y estuvieron peleando sobre la cama, dando
vueltas de un lado a otro. Finalmente ella consiguió pegar su pecho al suyo y
de la impresión tremenda del frío él no pudo hacer más que apretarla contra sí
con fuerza, para evitar que se moviera. Se miraron, primero a los ojos, luego a
los labios, luego de nuevo a los ojos… y se fundieron en un beso. Pero el beso
se fundió en caricias, y las caricias en más besos… y al final no sabías donde
empezaba uno, y donde terminaba el otro. Lo que sí se supo, es dónde terminó el
vaso de agua… roto en el suelo. Aunque de eso no se enteraron… hasta que no
pasó bastante rato.
Los días iban pasando, y cada día era diferente. Cada día a
alguno se le ocurría algo para hacer, a veces empezaba como una tontería, pero
cuando estas a gusto con alguien, hasta las tonterías se pueden volver grandes
historias. Esa es la magia de la que la gente habla… la mayoría de las veces no
importa lo que hagas, sino con quién lo hagas…porque es esa persona la que va a
hacer que lo que hagas sea algo grande y memorable. Y con ella, era todo
siempre así. Hicieron muchas cosas juntos, desde tiro con arco en el corral de
la casa de él, hasta cocinar postres en casa de ella, postres que nadie tuvo
valor de probar, salvo ellos dos. Objetivamente estaban malísimos, pero para
ellos no, había un ingrediente secreto que sólo ellos podía detectar:
cariño. También se fueron al monte de
merienda, a pasear y ver lugares escondidos que ella no había visto nunca, a
ver películas juntos, o simplemente hasta estar tirados en la cama, uno al lado
del otro, acariciándose el cabello y el brazo, sin hacer nada. Ni dormir, ni el
amor, ni hablar. Sólo estar ahí, uno al lado del otro, con los ojos cerrados,
sintiendo y disfrutando el momento que sólo existía para ellos dos.
Llegaron las fiestas del pueblo, y como es natural cada uno
se iba con sus amigos por la noche. De vez en cuando se cruzaban en la plaza
del pueblo, y aprovechaban para tener un pequeño baile, de vez en cuando se
cruzaban en alguna callejuela del pueblo, y aprovechaban para tener un pequeño
desliz el uno con el otro. Era simplemente como tenía que ser. Las fiestas
duraron 5 días, y cada noche se “encontraban casualmente” 3 o 4 veces en algún
callejón, y luego siempre volvían con sus amigos de fiesta. Las fiestas
llegaron a su fin, y la gente comenzó pronto a marcharse del pueblo, fue
quedándose vacío, pero ellos seguían teniéndose el uno al otro, y continuaron
con la misma rutina de antes de fiestas. Excursiones, películas y alguna que
otra tontería nueva, como intentar hacer el castillo de naipes más grande
juntos, ¡con 10 barajas de cartas nada menos!, intentar competir al ajedrez y
las damas, o los intentos de ella por enseñarle a él como bailar ciertos
bailes. Los días iban pasando, y siempre había cosas que hacer, cosas que decir
y caricias y besos que dar. Pero como todo bueno, esto también tenía que tener
un fin.
“Me voy mañana…” dijo ella con la voz débil. Él asintió,
estaba cogiéndole las manos con delicadeza y le miraba a los ojos, entre
contento y triste. Respiró hondo y asintió. “Lo sé, cielo. Y me apena tanto
como a ti. Pero… no me arrepiento ni un segundo” Ella sonrió un poco y le besó
con ternura. “Yo tampoco. Muchas gracias, has cumplido tu promesa de darme un
mes maravilloso”. Él sonrió ampliamente y negó con la cabeza. “yo no he
cumplido. Hemos sido los dos, porque sin ti, yo no habría logrado nada. Tú eres
la que me ha dado ganas de hacer todo lo que he hecho”. Ambos se miraron, y
sonrieron, y se fundieron en un beso. En ese momento, en esa noche, explotó el
tiempo. No sé sabe si pasó rápido o lento, entre tanta caricia y tanto beso el
tiempo pareció perderse y nadie supo de él. Hicieron el amor, derrochando
cariño en cada movimiento, en cada caricia, derrochando ternura en cada mirada,
en cada beso. Hicieron el amor durante horas, lentamente y sin pensar en el
tiempo, ni en mañana, ni en ayer. Hicieron el amor con una sonrisa en los ojos,
con chispas en los labios, hicieron de aquella noche un recuerdo imborrable… “Te
quiero” le dijo él mientras ella ponía la cabeza sobre su pecho, cansada, y él
acariciaba su larga melena con cuidado. Ella sólo pudo sonreír y murmurar algo…
justo antes de caer dormida. Fue una de las noches más especiales que han
vivido jamás.
Al día siguiente, cuando él despertó, ella ya no estaba. Se había
marchado de su cama sin despertarle y le había dejado sólo una notita. “Lo
siento, no puedo despedirme de ti… te quiero”. Él sonrió un poco, y suspiró con
resignación. Beso la nota y volvió a dormirse. “Dormido la echaré menos de
menos.” Pensó él. Ella estaba ya en el coche de camino a Valencia, y no dejaba
de mirar melancólica por la ventanilla. Le habría gustado quedarse allí unos
días más, con él. Qué digo unos días… unas semanas, o meses… Pararon para comer
a mitad de camino, ella dijo que no tenía hambre, pero sus padres insistieron
en que algo tenía que comer. Resignada salió del coche y abrió el maletero para
buscar su bolsa. Estaba nublado el cielo y hacía más frió del que esperaba
fuera del coche y necesitaba una chaqueta. Y cuando abrió su bolsa lo vio. Un pétalo de Rosa, y una nota:
“Sé que te vas a ir sin despedirte. Sé que despertaré y no
estarás. Pero me llevarás contigo allá donde vayas, porque cuando no puedas
llevarte la rosa contigo, llévate al menos uno de sus pétalos. Te quiero, mi
niña”
Y se abrió el sol entre las nubes, y entendió que quizá,
sólo quizá, aquello no había sido un adiós, sino un hasta luego.
Porque no todas las historias que nos hacen sonreír tienen por qué ser reales. A veces simplemente necesitas hacerla tuya, y sentirla como tal.
viernes, 6 de septiembre de 2013
Siempre se vuelve a querer.
Hacía ya tiempo que no escribía, principalmente porque no tenía acceso a internet... pero ya estoy de vuelta, y definitivamente tengo mil cosas sobre las que escribir. Historias reales, semi-reales y ficticias; poemas, reflexiones... de todo. Para que sea leve la vuelta, empezaré con este poema que escribí a mitad de Agosto y que tiene mucho significado.
las ganas de saltar al vacío.
Cuando desgarran las alas del cuerpo,
a mitad del vuelo medido.
Cuando llueve en el sol de mis recuerdos...
es cuando más caigo perdido.
Cuando las luces del alba se apagan,
dejando aquel beso a oscuras.
Cuando ahogados renacen los gritos,
de cada momento más frío.
Cuando las lágrimas rasgan los ojos...
es cuando quisiera ser niño.
¿Y cuándo no queda más que desierto,
laguna de tierra y sal?
¿Y cuándo no queda más que inhóspita luna
para las noches que están por llegar?
Es entonces cuando el fénix vuela,
es entonces cuando arde sin quemar,
es entonces cuando amo y
por fin vuelvo a soñar.
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