El camino que se extendía en zigzag hacia el horizonte cubierto de nieve estaba un poco descuidado aunque era fácilmente transitable. Había algún socavón y varias piedras que de forma caprichosa y sin ningún propósito descansaban perezosas sobre la tierra. A los lados, se alzaban incontables árboles de diferentes formas y tamaños. Algunos tan altos que sus copas quedaban ocultadas entre el frondoso ramaje y otros tan pequeños que podría haberlos saltado si hubiera querido.
Pero a él no le interesaba lo que había tras los árboles, ni le molestaban las importunidades del camino. Él tenía que llegar a la montaña helada al final del camino, para después descender por la gruta de las hadas hasta el jardín oculto donde, si todo iba bien, encontraría la entrada del volcán de cenizas. Lugar donde se forjan los sueños, donde se presumía estar custodiado el tesoro que andaba buscando.
Caminaba a ritmo ligero, no por tener demasiada prisa, sino porque sus piernas estaban acostumbradas a ello. Además la maleta de su espalda parecía no tener peso alguno, se sentía ligera como el mismo viento. Quien se la había preparado, había definitivamente tenido un gran detalle eligiendo tela de hoja de Nymphadora dorada. Pues era el único material existente capaz de absorber hasta la mitad del peso de cualquier cosa que resguardara en su interior.
Miró al cielo, moviendo la nariz de forma instintiva. Parecía que tan sólo faltaban unas horas para que cayera la noche y se hiciera peligroso caminar por el camino. No estaba preocupado por el frío de la noche, pues tenía su manta en la maleta, pero sí le preocupaba perderse o tener un accidente caminando a oscuras, así que decidió que andaría 5 kilómetros más antes de hacer un alto en el camino.
Mientras marchaba, sus pensamientos bailaban distraídos y saltaban de tema en tema sin detenerse mucho rato en nada en concreto. A veces recordaba, otras inventaba, y otras simplemente observaba de forma rigurosa todo aquello que captaba su mirada. Y en uno de esos momentos últimos fue que se percató de que no se había cruzado con nadie en todo el rato, ni con nadie ni con nada. No había escuchado un sólo silbido de pájaro, ni el ruido de un conejo escurriéndose entre la maleza. Nada de nada. ¿Qué podía significar aquello? Nada bueno, eso seguro. Podría haberse asustado, podría haberse dejado atrapar por la sensación de desasosiego que envolvía el ambiente... pero esto estaba ya previsto, no se dejan estas cosas al azar cuando se pretende hacer un viaje así de importante.
Alcanzó de su maleta la libreta pequeña en donde guardaba sus sueños, la abrió al azar por la mitad. Las letras comenzaron a temblar en el papel, la tinta comenzó a derretirse y arremolinarse en la página y tras unos segundos se convirtió en una imagen. Ésta, al momento se despegó del papel y levitó con tranquilidad hasta su mente, donde se recostó en la parte frontal y quedó grabada, deshaciéndose de nuevo en un remolino y formando después las mismas exactas palabras y letras que había antes en la libreta. Pudo sentir la calidez de aquellas palabras recorriendo su mente y su cuerpo al instante, y aunque ahora la página de la libretita estaba en blanco, su corazón estaba lleno y en calma, y así pudo seguir sin temor.
domingo, 6 de noviembre de 2016
sábado, 5 de noviembre de 2016
La caja de la felicidad (Capítulo 1)
Cuando salió a la calle no sabía muy bien cuando volvería. Era una de esas veces que hacías un viaje de ida... sin un billete de vuelta. Pese a ello, no se podía decir que llevara un gran equipaje. A parte de la ropa que llevaba puesta, una pequeña maleta colgada a la espalda le acompañaba, y ni siquiera la había preparado él. Esto es lo que había en ella:
Una linterna pequeña, para jugar al escondite con las luciérnagas; cubiertos de imanes que se abrían y cerraban, de colores brillantes para comer estrellas; Una manta, suave y morada, que al abrazarla de noche se convertía en su amada. También tenía una libreta pequeña y discreta, en cuyas paginas guardaba sus sueños; viandas, nada hay más sano, regalices, lacasitos y también algún helado; y bolsillos secretos, en dónde en cada uno había un deseo.
Y entre todos los cierres y capas de cremalleras, al fondo se ocultaba su compañera.
Como podéis observar, era una maleta bastante peculiar, y seguro que os preguntáis a dónde iba que necesitaría semejantes cosas. Pues no iba a un lugar concreto, ni a un tiempo definido, sino en busca de un tesoro del que poca gente había oído hablar, un tesoro que cualquier persona que hubiera sabido de él, habría querido conseguir. La caja de la felicidad. Había muchas leyendas e historias sobre esta caja. Algunas dicen que en ella se esconde el motivo de la felicidad de cada persona del mundo, otras dicen que hay tantas riquezas como para comprar un planeta, otras incluso dicen que te da el poder de cambiar el mundo a tu alrededor a como tus sueños se les antoje. En lo único que coincidían todas las leyendas, era en que para encontrarla había que arriesgar algo más que tiempo y vida, y que sólo un gran sacrificio podía abrirla. ¿Para qué quería él semejante tesoro, y por qué arriesgaría su existencia por él?
Pues bien... dicen que el amor te hace hacer locuras... y nadie, nadie amaba más que él.
Se ajustó las cuerdas de la maleta en los hombros, tomo aire con mucha profundidad y después lo dejó salir lentamente de sus pulmones mientras se empapaba de aquel ambiente que no volvería a ver en mucho tiempo. Sonrió para sí mismo, y avanzó hacia el camino de tierra que se extendía a sus pies. Supo que ahí estaba el principio.. pero, ¿dónde quedaría el final?
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