domingo, 26 de octubre de 2014

La estrella fugaz

La noche había caído hacía ya varias horas, las nubes tapaban las estrellas que inútilmente intentaban asomarse en el cielo, y por ello el bosque estaba más oscuro que nunca... y él, sentado en la rama de un árbol que se alzaba en los lindes de éste, no dejaba de mirar las luces de las farolas que iluminaban el pueblo. No había ruido alguno, sólo la suave melodía del viento deslizándose entre las hojas acompañada del uniforme pero rítmico sonido de las luciérnagas, grillos, y otras criaturas cuya voz parecía sonar más fuerte al caer la noche.

Hacía tiempo que no se encontraba, que no era capaz de dar un calada de aire y sentirse del todo bien...ni siquiera estando allí. Tomó aire como si quisiera comprobar a qué sabía, estaba fresco, insípido como siempre, y como siempre seguía sin terminar de sentirse bien. Hacía tiempo que intentaba deshacerse de una sensación extraña que le recorría todo el cuerpo, una sensación sin nombre, sin etiqueta, tan abstracta como un sentimiento y tan pesada como una roca. Había intentado deshacerse de esa sensación de muchas maneras, dejando sangrar su corazón hecho palabras en papel, dejando reverberar su alma en cada una de las cuerdas de su guitarra, dejando sus versos contaran historias que nadie habría sido capaz de contar jamás. Pero nunca terminaba de funcionar, pues aquella sensación desaparecía sólo por unas horas, a veces incluso sólo minutos... y luego volvía sin más.

Sentado en aquella rama se sentía más perdido que nunca, más olvidado e insignificante. No sólo no sabía qué sentía ni cómo, sino que ni siquiera sabía en qué debía o quería pensar. Tomó aire con la garganta ahogada, notó como le temblaba la mano, sintió como se quebraba su pecho, cedió cuando se rompió su alma... y en aquella noche oscura y silenciosa, llovió sobre sus mejillas. Tal era la impotencia y la rabia de ser incapaz de avanzar.

A través de las lágrimas, las luces del pueblo se hacían deformes y borrosas, se amontonaban y parecía imposible decidir dónde empezaban y dónde terminaban. Un retrato perfecto de cómo se sentía en esos momentos. Le pareció ver una sombra entre las luces y apartó suavemente las lágrimas de su mirada, curioso, pero no había nada que ver. Sacudió la cabeza con un suspiro y miró al cielo, preguntándose si habría alguien más en el mundo que estuviera así sentada y mirando al cielo también. Y entonces... de la oscura noche, nació en el cielo una estrella fugaz que surcó el cielo más allá de las nubes, que las rasgo para dejarse ver. Y a su mente acudieron millones de imágenes en un sólo instante, pero sólo una quedo grabada en sus ojos, sólo una.

Bajó con cuidado del árbol, y caminando en el silencio de la noche volvió a casa sin detenerse. Las lágrimas que habían quedado en su mejilla se habían secado con el viento. Y justo antes de entrar en casa, tomó aire de nuevo, tomó aire como si no hubiera respirado en meses, quizá en años... y sonrió amparado por la soledad de las calles al haber entendido algo que nunca había querido entender.

Mejor pasar el resto de una vida intentando conseguir algo que de verdad quieres... que llegar a conseguir cosas que nunca llegaste a querer de verdad.

domingo, 12 de octubre de 2014

Delirios a terceros



¿Cuántas personas van y vienen?¿Cuántas personas aparecen un día sin saber por qué ni de dónde, y cuántas se van de la misma manera? Quizá dedicamos demasiado tiempo a las personas que se fueron, y no el suficiente a las que siempre están ahí o las que podríamos llegar a conocer.



Para alguien como yo, alguien que tiene los sentimientos a flor de piel, alguien que se ilusiona con la facilidad con la que lo hace un niño, alguien que se vuelca siempre sin reparos al conocer a alguien, alguien que salta siempre al vacío sin saber si sabrá volar... para alguien como yo es muy difícil tener la mente fría y hacer las cosas bien en todo lo que tenga que ver con los sentimientos. Es difícil controlar, es difícil aprender a no dejarse a llevar,y hay que hacerlo, porque las prisas a veces llevan a caminos que no querríamos caminar. Aunque lo importante es que nunca, nunca...dejo ni dejaré de soñar y de creer que todo es posible. Nunca.

Todos hemos tenido nuestras historias de amor, todos (menos los más afortunados), sabemos lo que es que algo se acabe, a veces bien, a veces mal. A veces sientes que era el momento de terminar, que ya se había vivido todo lo que había que vivir, y otras crees que todo tuvo que ser diferente, que quedaron historias sin contar, momentos sin vivir, muchas cosas que compartir... Pero la vida no es un juego, no se puede guardar la partida y cargar cuando algo sale mal, cuando te equivocas, cuando la suerte te traiciona, cuando simplemente esperabas tener otro final. Y entonces te preguntas.
¿Qué te queda? Pues seguir adelante, no cerrarte a la gente, sino abrirte a conocer, no hundirte en tu tristeza, sino valorar más las sonrisas que te da cada día. Eso.. es lo que único que te queda. Y ¿quién sabe? quizá la próxima, sea la buena.

En ocasiones la vida transcurre de una forma curiosa. Se empeña el destino en ir poniendo en tu camino personas que captan tu atención y se convierten en el centro de de tu vida de alguna forma, durante un tiempo. Parece que todo, hasta las estrellas, gire al rededor de ellas. Cada casualidad, cada cruce, cada mensaje subliminal. Pero siempre durante un tiempo, relativamente corto, aunque relativamente intenso... y entonces un día se pasa uno de esos ciclos, y te paras, miras a tu alrededor, y descubres que hay personas que siguen "orbitando" alrededor de ti, personas que desde el día que las conociste marcaron tu vida de alguna manera, y no se conformaron con tan sólo quedarse ahí. Personas que lucharon por hacerse un hueco en tu vida, con constancia, con muchas ganas, cometiendo errores como todo, pero sabiendo pedir perdón. Y tú, sin darte mucha cuenta de ello, te has ido abriendo a ellas, has ido dejándoles entrar poquito a poco cada día, has ido haciendo tú también que formen parte de tu vida, y tú de la suya...
Y entonces te preguntas... si quizá no es a esas personas, a las que quieres de verdad.



Me gusta pensar que sobre el amor no hay nada escrito. Que no existe un destino ni una media naranja. Yo creo en los sueños, en las metas que se siguen porque se quieren de verdad. Yo creo en el amor que nace y el que se hace, porque los dos son amor. Yo creo... que sólo por eso, ya vivo en un mundo mejor.

Yo creo que los sueños son sólo sueños cumplidos cuando se pueden compartir, que la felicidad es más tristeza cuando no tienes quién te vea sonreír a rabiar. Yo creo... y nunca dejo de creer... que ella, sea quien sea, la conozca ya o la haya de conocer...va a llegar y entonces, entonces =).


martes, 7 de octubre de 2014

Va.

Se quedó mirándola cuando ya estaban a un metro de distancia. Hacía meses que no se veían, hacía meses que no se encontraban, hacía meses que no recordaban lo que era tenerse al lado.

"¿Puedes subirte ahí?" Le preguntó él señalando a los escalones que conducían al patio de su casa. Ella ladeó la cabeza delicadamente, y su mirada reflejó esa curiosidad de la cual tantas veces hacía gala. "¿Por qué?" contestó ella mientras se subía al primer escalón sin esperar la respuesta. 
El se colocó entonces en frente de ella, mirándola con secreta timidez a los ojos y le contestó "Necesito darte un abrazo en silencio y de forma indefinida, así estaremos los dos cómodos, a la misma altura...". Ella movió la nariz divertida, sonriendo de manera imperceptible. Normalmente le habría pegado un puñetazo en el hombro por comentar sobre su estatura, normalmente se habría reído sarcásticamente en contestación, quizá un par de aplausos lentos también. Pero esta vez no hizo nada de eso, esta vez sólo abrió los brazos y dijo "va". Como si ella únicamente le estuviera haciendo un favor, como si ella no fuera a sentir en lo más mínimo ese abrazo. Pero ese era su juego, ella siempre iba de dura, y el nunca se lo creía.

El sonrió en un suspiro y no se hizo de rogar. Se acercó veloz y la abrazó con fuerza, apoyando su cabeza en el lateral de la suya, abrazándola no sólo con sus brazos, sino con todo su ser. Llevaba mucho tiempo esperando este momento, cada día que lo había estado esperando lo había anhelado más... dejó pasar todo lo que sentía en ese abrazo, dejó fluir todas sus emociones sin reparos ni ningún remordimiento. Y cuando se preguntaba si ella lo habría sentido de alguna manera... lo escuchó en su pecho. Toc toc toc toc, toc toc toc toc. 
Estaban a la misma altura, y pudo sentir en su pecho el latir cambiante de su corazón. Entonces supo que ella lo había notado, entonces supo, aun sin verla, que al otro lado del abrazo, ella también estaba sonriendo.

Segundos, minutos y horas perdieron relevancia. Centímetros, metros y kilómetros, todos valieron en ese instante la pena. Y en algún lugar de sus mentes, en silencio y sin consultarlo con el otro, cada uno por sus motivos, se prometieron que no volverían a dejar pasar tanto tiempo sin volverse a ver.