La tercera punta de estrella se creía que estaba en algún lugar dentro del Laberinto de Ragnk. Una región perdida donde una civilización antigua, tan antigua como la misma humanidad, había vivido durante cientos de años. El laberinto no tenía trampas, ni criaturas, eso indicaban las escrituras sagradas del lugar. Lo que no se sabía si había era una salida, pues nadie había conseguido salir jamás. Y esto no se debía únicamente a la inmensidad del laberinto, sino a que además las paredes subterráneas del mismo estaban hechas de Confuzita, una piedra muy rara y brillante que parecía emitir una invisible radiación que descentraba los sentidos de quien caminara entre esos pasillos. La vista, el oído, el olfato, incluso el tacto, se veían afectados por esas piedras, llegando a confundir tanto a la gente que ya no sabían si caminaban hacia delante o hacia detrás.
Y ahí se encontraba él, en la entrada del laberinto, a casi 20 metros bajo tierra, iluminado por las antorchas que solitarias iluminabas los pasillos. En cuanto dio el primer paso al interior, comenzó a sentirse desorientado. Pero no le importó, ahora mismo sólo tenía que caminar, y caminar, hasta encontrar la punta de estrella... y luego ya se preocuparía de cómo salir de allí. Caminó durante un par de horas sin encontrar nada, todos los pasillos le parecían exactamente iguales, todos los pasillos le decían exactamente lo mismo "estás perdido". Pero él seguía caminando, y caminando... hasta que empezó a darse cuenta de que quizá podría estar andando en círculos, que no llevaba agua consigo y que pronto la sed y el hambre empezarían a atormentarle. Suspiró. Se acercó a una de las paredes y dio un puñetazo con todas sus fueras. Sus nudillos comenzaron a sangrar.
Intentó no desperdiciar ni una sola gota de su sangre, caminando y marcando el suelo con una X en cada cruce de caminos que veía. Gritó de dolor, su voz resonando solitaria a lo largo de todo el laberinto. La sangre se había secado, y había tenido que golpear de nuevo la pared. Y así lo hizo hasta 10 veces, cada vez con más dolor, con más sufrimiento, con las heridas más profundas... hasta que encontró el centro del laberinto, y la punta de estrella en él. Cómo brillaba... cómo calmaba el alma. Y cuando la cogió entre sus manos tembló todo a su alrededor, las paredes comenzaron a moverse y todo, todo el laberinto, cambió. Se tiró al suelo vencido, sin saber qué hacer. No podía perder más sangre, pues sin comer ni beber no podía reponerla y terminaría por caer inconsciente y morir, como lo habían hecho tantos y tantos antes ahí dentro.
Colocó las 3 puntas de estrella en sus manos, contemplándolas, admirándolas. Apretó la mano con ellas dentro, pensando en lo lejos que aún estaba de conseguir las cinco puntas y de forjar el colgante, de poder recuperar lo que él mismo había hecho perder... lo que había perdido. Su imagen se adueño de su mente, y notó cómo su corazón se resquebrajaba un poco más, con cada uno de esos lentos latidos... pero al mismo tiempo, se dio cuenta de que podía percibir sus propios latidos, y recordó cuántas veces, con sólo estar acercándose a ella, lo había notado latir más fuerte.
Se puso en pie y cerró los ojos, suspiró una vez, fuerte. Se dejó inundar por el recuerdo que tenía en la mente y se dejó guiar por los latidos de su corazón, girando continuamente y avanzando en aquella dirección en la que su corazón parecía latir más fuerte. No sabía si eso serviría, ni siquiera sabía si no era todo ya producto de su imaginación y locura... pero no tenía ninguna otra cosa que hacer. Caminó y caminó, cansado, sediento y hambriento. Sin energía, caminaba por inercia, por voluntad hacía mover sus piernas que ya no respondían por sí mismas... y al final la encontró, la salida, la luz del final del laberinto...
Y la cruzó.