"Who do you think you are, running around leaving scars..."
Dejó el estribillo de la canción a medias y giró la cabeza para mirarla. Estaba allí, sentada a su lado, en un banco en mitad de Plaza de España, devolviéndole ahora la mirada. Quedaron en silencio mirándose unos pocos segundos. Segundos incuantificables, inexactos, pues lo que para ella pudo ser solo un instante, fue para él cerca de una eternidad.
Finalmente quebró y apartó la mirada, dirigiéndola hacia el suelo, juntando las manos nervioso. Respiró hondo para intentar tranquilizarse, para que el aire que entraba por sus pulmones desplazara al miedo que sentía a decírselo. Respiró profundamente para hacerse un poquito más valiente.
Habían quedado varias veces en los últimos meses, juntos, solos. Habían reído como nunca, habían hecho el tonto como siempre, habían compartido buenos momentos, y se habían compenetrado en todo momento como si llevaran años viéndose, como si nunca se hubieran separado sus caminos.
Pero sí lo habían hecho.
-¿Sabes? Ahora vivo aquí, en la misma cuidad...- dijo él, justo antes de hacer una pausa, intentando encontrar palabras que no supieran a aire. Palabras que estuvieran cargadas, que tuvieran peso. Ella esperó, no dijo nada, solo le miraba.
Cerró los ojos un momento para poder seguir.
-Sigo sintiéndome increíblemente bien cuando estoy contigo. Sigo disfrutando de cada momento que compartimos, sigo sintiendo que verte sonreír es lo más bonito que le puede pasar a alguien en la vida, que mi tiempo se siente más tiempo cuando lo comparto contigo. Y...- Hizo otra vez una pausa, pero continuó en seguida, como si necesitara sacarlo ya, como si el simple hecho de no decirlo pesara en su interior. -Y pensaba que quizá podríamos volver a intentarlo- terminó diciendo.
El silencio volvió a rodearles, no podía verse, ni oírse, pero sí sentirse. Ella apartó la mirada y miró al suelo, sin decir nada. Él la miró, con una sonrisa caída, triste, y añadió - Es una locura, ¿verdad?-. Lo dejó caer, no porque pensara que lo fuera, sino porque quería darle una salida fácil.
Ella lo sabía, pero él le importaba. Le importaba de verdad y no habría visto justo tomar un atajo. Dejó que el silencio se diluyera lentamente entre el ruido del gentío, los coches y los pocos pájaros que, ajenos a la situación particular de ellos dos, cantaban alegres en los árboles de la plaza.
- No, no es una locura- terminó por decir justo antes de devolverle la mirada.
Y no hicieron falta más palabras, no hizo falta más explicación. Él le entendió a través de su mirada, y ella supo que él lo entendió. No intentó ocultar sus lágrimas y las dejó caer libres por su mejilla. Ella se inclino hacia él y le abrazó. Él le devolvió el abrazo, y una vez más, por un instante, fueron uno solo.
Y es ahí donde entendió que hay amores eternos que, aunque no acaban, sí cambian.