Sólo se habían visto en persona en una ocasión, hacía un par de años, en un evento que tuvo lugar en la capital, Madrid, donde hoy volverían a encontrarse. Estaba inquieto, jugando con el reloj de su pulsera, mirando a los distintos semáforos y pasos de peatones desde los cuales pudiera verla llegar. No estaba nervioso, estaba entusiasmado, emocionado. Ella era un tipo de persona muy especial. Era una persona de esas que llevan una mochila llena de felicidad y van repartiendo de ella entre aquellos que se le acercan. Ella era como ese primer rayito de luz que se cuela por la ventana y te despierta con calidez. Ella era muchas cosas, pero la más importante para él, era que ella... era ella. Y no intentó ser nadie más.
La divisó en la otra parte del paso de peatones, a la salida del metro de Atocha, justo en frente del Hotel OnlyYou. Se levantó y, sonriente, agitó el brazo para que le viera. Él era un chico alto, así que enseguida lo vio y le devolvió el saludo con la mano de forma efusiva. Desde ahí no podía verlo, pero él estaba seguro que también estaba sonriendo. Siempre era así.
Se apresuró hacia el paso de peatones y le levantó la mano con la palma abierta para que parara. Ella no lo entendió, se encogió de hombros y siguió caminando por el paso de peatones, hasta juntarse con él justo en medio. Se abrazaron. Y os aseguro que, incluso si todo el viaje hubiera sido solo para ese momento, habría valido de igual manera la pena.
La estrujó en sus brazos, contento, y le dio un beso en la mejilla, uno sonoro y cargado. Ella sonrió de nuevo, y cuando estaba a punto de hablar, se escuchó el pitido de los coches. Estaban ahí, parados, en mitad de una de las calles más centrales, entorpeciendo el tráfico. “¡Corre!” - le dijo. Y entre carcajadas huyeron al trote hacia la acera.
- ¿Qué plan has preparado? - preguntó él mientras se alejaban un poco del alboroto de la calle principal. Ella le miró extrañada, señalándose a sí misma y protestó - ¿Yo? ¡Pero si acabo de llegar a esta ciudad, no conozco casi nada! Di tú qué te apetece hacer conmigo-. Él se rió - ¡excusas, mimimimi, excusas! Pero no te preocupes, tengo el plan perfecto, pues, de lo que más me apetece -. La cogió del la muñeca, tirando levemente de ella para evitar que se chocara con una persona que venía a toda velocidad desde la otra dirección y llevándola hacia una cuesta próxima.
- Vamos por aquí-. Dijo él. Y ella, ella se dejó llevar.
Llegaron enseguida al Parque del Retiro, lleno de césped, árboles, sonidos de pájaros, aire fresco y tranquilidad. - Pero... ¿qué plan ese ese tan fantástico? - preguntó ella mirando alrededor. Ya había estado antes, pero seguía gustándole ese sitio. Era como encontrar un oasis verde en un vasto desierto de ruido, metal, y cemento. Era como un lugar donde poder desconectar del ajetreo constante que embargaba la capital. Él la miró brevemente, negó con la cabeza y siguió caminando. - Si te lo digo no tiene gracia, pero créeme, que es un plan genial. ¡Al menos para mí! -rió.
A los pocos minutos caminando hacia el interior del parque, se pararon en frente de un bordillo alto que separaba el camino de los viandantes del césped. volvió a acercar su mano a su muñeca, la cogió con solo los dedos, y se la alzó levemente mientras hacía una reverencia señalando con el brazo hacia el césped. - Si la señorita me permite - comentó, divertido. Ella se rió, y después intentó ponerse seria - Cómo no, faltaría más - respondió mientras se ayudaba de su mano para subir el escalón. Ciertamente no le hacía falta la ayuda, pero así era más divertido.
Se sentó en el césped, y la invitó con otro gesto más a sentarse ella también. Ella le miró, alzando una ceja mientras se sentaba.
- ¿Y bien? - preguntó ella.
Él se encogió de hombros, mirándola tranquilamente, y sonrió. - Este es mi plan. Lo que más me apetece hacer contigo - dijo mientras volvía a encogerse de hombros.
- ¿El qué? ¿Sentarte en el suelo? - preguntó ella aguantando la risa.
- Nooooooo - respondió él. - Ya sabes. Estar. Simplemente estar, hablar contigo - estiró las piernas a un lado y se dejó caer un poco, colocando las manos en la nuca para que la cabeza quedara un poco más levantada y no tocara el suelo. Quedó mirando el cielo mientras proseguía - Eres sin duda alguna, una de las personas más interesantes mentalmente que conozco. Tu forma de ser, tus pensamientos, tu manera de expresarlo, tu saber estar, tu inteligencia emocional. Es fascinante, ¡de verdad! Y quiero disfrutar de ello. Aquí, así, hablando contigo, sin más preocupación que conseguir poner una palabra después de la otra al hablar -.
Ella le miró en silencio unos segundos, luego, ya también un poco sonrojada, echó la cabeza para atrás y negó con la cabeza velozmente un par de veces - Naaaaaah, qué dices, pero qué lindo eres. Ayyyy, ¡te como! - respondió, riéndose ya. Él se rió también, era difícil no hacerlo con esa risa tan contagiosa que ella tenía, y más si usaba una de sus expresiones tan típicas.
Y así pasaron el resto del día. Hablando, conociéndose un poco más. Descubriendo ideas, disfrutando puntos de vista, formando opiniones, compartiendo momentos y sueños, recordando historias, vivencias, y cualquier otra cosa de la que se pueda hablar. Rieron mucho, y también lloraron un poco. Pero sin duda alguna, al terminar el día, lo que sí tuvieron, es que los dos eran un poquito más.