A veces planeamos las cosas con demasiada antelación, pensamos hasta el último detalle de algo que va a suceder (o esperamos que suceda) dentro de bastante tiempo, el suficiente para que todo cambie y los planes no sirvan más que para dejar un bonito recuerdo de lo que pudo haber sido... y no fue.
"Oye, ¿te gusta el chocolate?" le preguntó él sin venir a cuento. No era una pregunta que llevara tiempo pensando, simplemente se le había ocurrido en ese momento, y ahora para él era de imperiosa necesidad saberlo. Ella tardo un poco en contestar, pero no se hizo de rogar. "Sip. ¿Por?" la pregunta le había pillado un poco por sorpresa y no se imaginaba que absurda idea se habría pasado por la cabeza de aquel asiduo soñador. Sin embargo, en esta ocasión, no obtuvo una respuesta. "Nada, gracias" y terminó la conversación.
Hacía mucho calor, pero por suerte las nubes tapaban la mayor parte del tiempo al sol, que ferozmente intentaba abrirse paso y rasgaba de vez en cuando las nubes dejándose ver en el cielo claro. Esta vez a penas llevaba equipaje, tan sólo una pequeña mochila con lo necesario para pasar dos días. Era un viaje como los otros, corto, pero era lo único que podía hacer, y para él era más que suficiente. Lo único que diferenciaba este viaje del resto era que ella no lo sabía, ni se imaginaba que pudiera estar ahí. Bajó en la parada de "Moncloa" y subió las escaleras mecánicas hasta la parada de autobuses. Tenía una sonrisa permanente en la cara, un brillo inextinguible en su mirada que se posaba ansiosa sobre cada autobús que paraba. Siempre le hacía ilusión ir a Madrid a verla, pero esta vez era mucho más que eso, esta vez estaba todo planeado e iba a ser genial.
"Billete para las Rozas, por favor".
El viaje era largo, pero no parecía importarle. Miraba por la ventana pero no veía, estaba absorto en sus pensamientos. "Se me hace raro que estés en el autobús conmigo, en mi camino del día a día" recordó esas palabras de hacía a penas más de un mes, cuando él había ido a Madrid con motivo de su cumpleaños. Esas palabras, y muchas más cosas, se habían quedado grabadas en su mente de forma irrevocable. Reconoció el "Heron City" justo antes de que el autobús parara y se velozmente se levantó, apresurándose por el pasillo del autobús para bajar antes de que las puertas se cerraran tras de él. Miró su reloj, las 15.30. Todavía tenía tiempo para recorrer el poco camino que había hasta su casa, un camino que realmente sólo había hecho una vez, pero que de nuevo había quedado grabado en su memoria casi de manera fotográfica. Caminaba con calma, ilusionado, admirando cada rincón, cada persona que se cruzaba, cada sombra que se creaba. Tenía claro que esta vez todo iba a salir como esperaba, era perfecto. Tenía el regalo perfecto para ella, y sólo él se lo podía dar... y además sabía la manera perfecta de dárselo. "Eres un genio" pensó para sí mismo.
"¿Sí? ¿Quién es?" preguntó ella extrañada. Era raro que alguien llamara al timbre a esa hora. "Soy yo" fue la contestación que obtuvo. La voz le sonaba de algo, pero la distorsión del telefonillo hizo que no pudiera ponerle nombre o cara en ese momento. "¿Quién es yo?" insistió ella. "Patata". Un silencio esperado... y abrió. Caminó por el patio interior del bloque de casas, descendiendo por la rampa y girando a la izquierda hasta plantarse en la puerta. Esperó. A los pocos minutos la vio a través del cristal de la puerta, bajando por las escaleras, con una blusa verde y unos pantalones vaqueros. Tenía el pelo recogido en una coleta baja, y sus ojos seguían siendo tan verdes e intrigantes como siempre."¿Tenías planeado ir a algún sitio, o quieres subir y te enseño mi cobaya?" preguntó ella sonriendo y acto seguido le profirió un puñetazo en el hombro. "Esto por venir sin avisar". Él se frotó el hombro sonriendo también y suspiró. "¿Qué tal si en vez de recibirme con un puñetazo me das dos besos?" dijo girando la cara mostrando su mejilla y señalándola con su dedo indice. "Confórmate con uno" le contestó ella, plantando un beso sonoro en su mejilla "por venir sin avisar". Él no protestó, ni comentó al respecto. Se arregló la camiseta y carraspeó. "veamos esa cobaya, como la alimentes igual que te alimentas tú me parece que ya no podrás ni sacarla de la jaula" dijo mientras hacia ver con las manos como que ella estaba gorda. Rieron con ganas, cómo no.
"Tu padre es tan simpático como siempre... no se parece en nada a ti" comentó él de camino a la habitación mientras ella le golpeaba en el brazo de nuevo, por "gracioso". Mientras ella recogía como podía y dejaba las cosas en su sitio para poderse sentar cómodamente, él miraba la habitación con infinito interés. Se paraba y se fijaba en cada detalle, a veces sorprendido, otras maravillado y otras simplemente asintiendo para sí mismo, como si ya hubiera imaginado que eso sería así. "Dime pues" dijo ella cuando terminó de recoger y le indicó para que se sentara en la cama, mientras ella se acomodaba en su silla de despacho con ruedas, encarándolo. "¿Qué tienes para mí? ¿Te gusta el chocolate?". Cuando preguntó esto último, sus ojos brillaron con inteligencia, él no pudo más que sonreír y enroscar los ojos mirando hacia el cielo. "Sigues siendo tan avispada e inteligente como siempre, gochi" contestó él encogiéndose de hombros. "Pues sí, mira, te he traído algo, pero tendrás que escuchar una historia primero antes de que te lo de, porque... porque son mis condiciones, ¡y punto!" sentenció él frunciendo el ceño. Ella tan sólo asintió, quizá porque tenía ganas de oír una historia, quizá porque no le apetecía discutir.
"Recuerdas que te conté que estaba yo en Imre, visitando la universidad y frecuentando el Eolio... pues verás, lo que no te conté es que me dejaron tocar en el Eolio, porque les prometí que tocaría un instrumento poco común y que cantaría una canción que no se había escuchado jamás, y no sólo eso, sino que cada una de las notas y palabras que salieran de mis manos y boca, estarían saliendo directamente de mi corazón. Pues bien, me dejaron tocar, y aunque ya sabes que no nací con una voz tan dulce como la tuya, la verdad es que esa noche fue algo mágico, creo que nunca he cantado mejor en mi vida, era como si esa voz no fuera mía, como si se hubiera pulido justo antes de salir al escenario... o así me pareció a mí." hizo una pausa en el relato para disfrutar de una de las muchas sonrisas que ella esbozaba constantemente y de su mirada curiosa que, como siempre, le fascinaba. Carraspeó para salir del embrujo. "Pues eso, que toqué y canté, y les gustó bastante, al menos lo suficiente para nombrarme miembro honorario del Eolio, ¡con caramillo y todo! Y bueno, me invitaron a cenar y me dijeron que me quedara a ver las siguientes actuaciones. Pregunté por Kvothe, pero hacía tiempo que había marchado de Imre, para mi desilusión. En cualquier caso me quedé a escuchar, ¡y bien que hice! si yo te contara... te cuento." hizo una pausa sonriente, tomando una buena bocanada de aire para sus pulmones. La siguiente persona que salió en escena me impactó, la verdad. Era una mujer un poco más mayor que yo, quizá 30 años recién cumplidos. Tenía el pelo largo y ondulado y los ojos verdes, muy guapa. Bueno, pues esa chica tocaba el arpa y cantaba...y cuando empezó a tocar y cantar... me quedé mudo, ¿sabes? Fue impresionante, tenía una voz tan cálida que se me empañaron los ojos al instante, sus dedos se deslizaban por las cuerdas del arpa como las caricias de un enamorado, y cuanto más cantaba, más parecía que moría, con cada verso dejaba escapar un trocito de su alma, y te hacía sentir que tú mismo perdías un trocito de la tuya, que se empapaba de la tristeza de esa canción, que lloraban tus cielos internos. Esa chica tocaba y cantaba increíble, y lo mejor era que lo hacía con el corazón." hizo una pausa, parecía él hasta emocionado, como si lo hubiera vivido ayer.
"Entonces lo vi claro, entendí que era ese tipo de persona el que merecía tener un caramillo de plata, que se merecía tocar en el Eolio, en cualquier sitio, que era ese tipo de persona, que vivía y sentía la música como un trozo de su ser el que tenía y podía llegar a lo más alto... y entonces.. me acordé de ti, y toma." Se agachó a su mochila y la abrió, sacando un huevo kinder del interior y dejándolo en el regazo de ella riendo. La cara de ella era una mezcla perfecta entre sorpresa, indignación, decepción y burla. Y dijo para sí misma "Te gusta el chocolate". Rió, y le volvió a pegar en el brazo, pero esta vez sin fuerza alguna, esta vez algo diferente...y ni siquiera ella sabía aún por qué.
Desenvolvió el chocolateado huevo con cuidado, mirando de vez en cuando de reojo a el chico, un poco enfurruñada, pero sólo en apariencia. Le pegó un buen mordisco y amablemente le ofreció un trozo a él. Negó con la cabeza. "Es tu regalo, ¡un 3 en 1! algo que sólo se me podía ocurrir a mí!" dijo contento "¡¡Leche, chocolate y con sorpresa dentro!! Algo así decía el anuncio." terminó diciendo. Ella se encogió de hombros y mordió de nuevo el chocolate. Estaba delicioso, de eso no había duda. Se tomó su tiempo en terminarse el chocolate, se chupó los dedos para no dejar rastro de aquel tremendo crimen de comerse un huevo kinder fuera de hora y cogió el pequeño huevo amarillo que contenía, muy probablemente, una pequeña figurita que se montaba en cuatro piezas. Mientras se preguntaba qué clase de figurita le habría tocado e intentaba abrir el huevo, se dio cuenta de que el regalo era lo de menos, que simplemente estaba contenta porque él estaba ahí de nuevo, porque podían volver a hablar cara a cara, a reír como descosidos, a decir tonterías e imaginar lo que el otro está imaginando... y con suerte, con sólo un poquito de suerte, hasta se se llevaban alguna foto absurda o historia sin sentido de recuerdo. Le miró sonriendo, y él le devolvió la sonrisa aún con más ganas.
Finalmente consiguió abrir el huevo regalo, pero no había ninguna figurita dentro, no había ningún juguetito, ni tampoco ninguna nota sorpresa. "Por todo lo que he dicho antes, ese caramillo te pertenece a ti" le dijo mientras ella sacaba el colgante de plata del huevo. "Porque tú representas todo lo que yo adoro de la música".
Ella no supo qué decir, él se alegro por ello. Ella estaba muy feliz. Era el regalo perfecto para ella, y en efecto...sólo se podría haber dado él. Pensó para sí misma. "Ha habido más que un poquito de suerte".