De pronto me perdí en mi cabeza, desconecté por unos instantes. La sonrisa seguía en mi cara, eso lo sé, pero dejé de escuchar sus voces durante casi un minuto.
En ese minuto me planteé qué hacía allí, y quién era realmente esa gente. Cómo podían estar haciéndome reír así, cómo podían hacerme querer pasar horas y horas de sobremesa, o abrirme a ellos sobre mi vida con la tranquilidad con la que uno se abre en familia. Cómo era posible que, estando en un momento extraño y complicado de mi vida, unos desconocidos pudieran sentirse tan cercanos.
Y es que a veces creemos que sólo la gente que nos conoce de siempre puede entendernos y ayudarnos. Pero olvidamos que es un soplo de aire fresco lo que nos hace respirar mejor.
Gracias.