No era una oscuridad absoluta, pero casi. Había una tenue iluminación que venía de una apertura en el techo. Una apertura que, o bien era muy pequeña, o lo parecía debido a la gran altura a la que se encontraba.
Era una sala muy amplia y vacía, tan amplia y vacía que no cabía nada que no fuera el frío que rezuman las paredes. Tan amplia y vacía... que el solo hecho de estar ahí te hacía sentir insignificante.
- ¡¿Dónde estás?! - preguntó frustrado levantando la voz. Sus palabras se helaron en el aire a los pocos segundos, cayendo pesadamente sobre la fría losa.
Se giró en todas direcciones, con las manos en la cabeza, como si al soltarla pudiera perderla.
- ¿Dónde estás? - repitió, esta vez sin gritar, con la voz quebrada, dolida.
Tardó aun unos segundos en dejarse oír. No es que se estuviera haciendo de rogar, es que en su estado actual le era difícil aparecer.
- Estoy aquí - respondió. Débil, bajito, como si estuviera al límite de sus fuerzas - No te alteres, no he desaparecido. Aun - terminó de decir, dejando reposar las palabras en el tiempo.
En el preciso y exacto instante en el que escuchó la voz, sus ojos se iluminaron. Se colocó de frente hacia la dirección desde la cuál venía el sonido y, aunque no podía verle, sí podía sentirlo. Ya no hacía tanto frío en aquel lugar.
- Necesito que vuelvas - dijo él, tembloroso, como si no estuviera seguro de si esas eran las palabras adecuadas.
- ¿Lo necesitas? Si lo necesitaras, no habrías estado tanto tiempo sin mí - contestó la voz, sin ápice de rencor, sin acritud alguna, simplemente resaltando un hecho.
Él balbuceó unos instantes, frunciendo el ceño, gruñendo. Volvió a cogerse de la cabeza, intentando no desquiciarse, intentando no perderse aun más. Intentó pensar, pero fue en vano. Y cuanto más pensaba, más le parecía que se alejaba de encontrar una respuesta convincente. Y esa sensación fue la que le hizo entender.
- Tienes razón. No lo necesito - dijo concediendo finalmente.
- Y, ¿entonces? - preguntó la voz, sin mostrar ningún sentimiento.
- Lo quiero - Sentenció, firme, convencido.
Cerró los ojos y respiró profundamente. Dejó que su mente se perdiera en recuerdos, que los recuerdos se deshicieran en sentimientos y emociones, y dejó que éstos le calaran tan profundo que fueran como una segunda piel.
Sintió el hormigueo propio de esos segundos antes de un primer beso, el erizar de la piel de un te quiero en un susurro. Sintió el punzante dolor del primer desamor, el hielo aparentemente eterno que envuelve el corazón tras la primera ruptura. Sintió la ilusión de una nueva sonrisa, la alegría de un "yo también" en el momento indicado, la emoción de apuntar el último acorde de una canción que acabas de crear, la sensación inexplicable de paz de ciertos abrazos, la amargura de la primera lágrima que cae tras un adiós.
Sintió. Sintió tantas cosas que aquella sala dejó de estar vacía, sintió tantas cosas que dejó de hacer frío, que dejó de sentirse solo. Sintió tantas cosas que la sala se quedó pequeña, estallaron los muros, se abrió hacia el cielo.
Y volvió a escuchar la voz, ahora más enérgica, que no venía de ningún lado y a la vez provenía de todos. Porque estaba dentro de él.
En ese momento, por fin, se reencontró consigo mismo.